domingo, 8 de febrero de 2015

Apocalipsis: Capítulo 1

Capítulo Uno:
“LA  REVELACIÓN DE JUAN, SIERVO DE DIOS,
QUE LE FUE DADA POR JESUCRISTO”
 (Apocalipsis 1)

Por Fernando E. Alvarado

Introducción:

El libro de Apocalipsis se puede dividir en una serie de visiones, algunas de las cuales están parcialmente veladas; otras son  comparativamente claras en sus enseñanzas. No es posible decir siempre dónde termina una visión y dónde empieza la otra. El capítulo uno es generalmente considerado un prólogo o prefacio del libro y, como tal, es de naturaleza introductoria. Su propósito es preparar al lector para el contenido del libro, aclarando el objeto de la obra y anticipando el mensaje de la misma. En él se nos presenta este libro como una revelación de Jesucristo dada a Juan, el cual promete bendiciones a los lectores que presten atención y sean obedientes a las palabras de su profecía (1:1-3).  Como toda carta apostólica, Apocalipsis incluye una salutación a las siete iglesias destinatarias, la cual está llena de expresiones de alabanza a Cristo (1:4-8). Nos presenta una gloriosa visión de Cristo en su estado inmortal y exaltado (1:19-18), así como la comisión a Juan de escribir y enviar el mensaje del Señor a las siete iglesias del Asia Menor (1:19-20).

Juan el Amado recibe el Apocalipsis


Bosquejo General:

                                                                        I.            Introducción y promesa a los lectores obedientes (1:1-3)
                                                                        II.            Salutación de Juan y del Cristo glorificado (1:4-8)
                                                                        III.            Visión del Cristo glorificado (1:9-18)
                                                                        IV.            La orden de escribir a las Siete Iglesias (1:19-20)


Apocalipsis 1:1-3


Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith

1LA  revelación de Jesucristo, que Dios le dio1 para manifestar a sus  siervos las cosas que deben suceder pronto2; y la declaró, enviándola por medio de su ángel a Juan su siervo,
2 quien ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo y de todas las cosas  que ha visto3.
3 Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el  tiempo esta cerca4.

1LA  revelación de Juan, siervo de Dios, que le fue dada por Jesucristo1, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto2, y que el declaró y envió por medio de su ángel a Juan  su siervo,
2 quien ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo y de todas las cosas que ha visto3.
3 Bienaventurados los que leen, y los que oyen y entienden las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo de la venida del Señor esta cerca4.

1El libro de Apocalipsis se presenta a sí mismo (tal como es vertido en la TJS) como “la revelación de Juan, siervo de Dios, que le fue dada por Jesucristo”. Las palabras de esta profecía son reveladas por intermedio de quien, como corresponde, era en ese momento (alrededor del año 96 d. de J.C.) el profeta y presidente de la iglesia. Todos los demás apóstoles originales habían muerto o sido asesinados. Juan era el Apóstol de mayor antigüedad y la autoridad presidente de la iglesia. La persecución religiosa por parte del poderoso Imperio Romano había provocado la casi total extinción del Quórum de los Doce.
2Estas palabras nos proporcionan una clave esencial para el entendimiento del libro de Apocalipsis, al mostrarnos directamente el propósito de su contenido. Según las mismas palabras del autor, el libro es de naturaleza profética, ya que lo que allí está escrito va a acontecer en el futuro, principalmente en una época posterior a la del Nuevo Testamento; es decir, en los últimos días.
3Juan recibió mediante un mensajero angelical lo que registró por inspiración. Lo escribió en un rollo y lo transmitió a las congregaciones de su tiempo. Es importante destacar que, entre todos los apóstoles originales de Cristo, Juan el Amado recibió una comisión especial del Señor, no sólo en la época del Nuevo Testamento, sino también en los últimos días. Las revelaciones confirman que Juan no murió, sino que se le ha permitido permanecer en la tierra como siervo ministrante hasta el tiempo de la segunda venida del Señor (Juan 21:20-23, 3 Nefi 28:6-7 y D&C 7). Es natural que fuera él a quien el Señor eligiera como su portavoz para revelar los sucesos que acontecerían en los últimos días.
4Es urgente que observemos las palabras de la profecía, porque el tiempo señalado está cerca. Si Juan, en el meridiano de los tiempos, lo consideraba un suceso inminente, ¡Cuánto más nosotros que vivimos en los últimos días! De hecho, el apóstol considera dichosos a todos “los que leen, y los que oyen y entienden las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas”. No podemos tomar a la ligera las palabras de Juan.


Apocalipsis 1:4-8


Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith


4 Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia a vosotros y paz del que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono1;
5 y de Jesucristo, el testigo fiel2, el primogénito de los muertos y soberano de los reyes de la tierra3. Al que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con
su sangre,
6 y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a el sean gloria y dominio para siempre jamás. Amén4.
7 He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le vera, aun los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentaran por causa de el. Así sea. Amén5.
8 Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso6.


4 Y éste es el testimonio de Juan a los siete siervos que están encargados de las siete iglesias que están en Asia: Gracia a vosotros y paz del que es y que era y que ha de venir, que ha enviado a su ángel de delante de su trono, para testificar a los que son los siete siervos sobre las siete iglesias1.
5 Por tanto, yo, Juan, el testigo fiel, doy testimonio de las cosas que el ángel me entregó, y de Jesucristo2, el primogénito de los muertos, y Príncipe de los reyes de la tierra3.
6 Y al que nos ama, sea la gloria; el que nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, su Padre. A él sean gloria y dominio para siempre jamás. Amén4.
7 Porque he aquí que viene en las nubes con diez millares de sus santos en el reino, vestido de la gloria de su Padre. Y todo ojo le vera, aun los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentaran por causa de el. Así sea. Amén5.
8 Porque él dice: Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso6.

1Juan, en su calidad de testigo especial de Cristo y profeta, dirige su mensaje a los siete obispos, o autoridades presidentes, de las congregaciones o ramas de la iglesia en el Asia Menor: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Es evidente que dichas congregaciones fueron los destinatarios inmediatos de esta revelación (el libro del Apocalipsis). La razón por la cual estas iglesias en particular fueron mencionadas no se da a conocer. No fue porque no hubiera otras ramas en Asia, pues sabemos mediante el Nuevo Testamento que había santos en Troas (Hechos 20:6-12), Colosas (Colosenses 1:12) y Hierápolis (Colosenses 4:13). No podía ser tampoco porque estas siete fueran las ciudades más importantes de Asia Menor, pues aunque Éfeso, Esmirna y Pérgamo eran ciudades de cierto tamaño y notoriedad, Tiatira y Filadelfia eran pequeñas y bastante insignificantes.
Si Juan pasó los últimos años del primer siglo como residente de Éfeso, como se ha supuesto, él habría estado familiarizado con las siete iglesias. Además, su posición eclesiástica como apóstol le habría dado autoridad para dirigirse a esas ramas en la manera en que lo hizo.
Desde el punto de vista geográfico, cabe destacar que las siete ciudades a las que Juan se dirigió en la revelación estaban sobre un gran camino circular que antiguamente corría por Asia. Si uno comenzaba en Éfeso y viajaba hacia las otras en el orden en el cual son mencionadas, iría viajando en un camino circular.
Aunque sabemos que había otras ramas de la iglesia en Asia, puede ser que en la época de la revelación de Juan en Patmos, la apostasía y la persecución hubiera eliminado a todas las demás congregaciones menos a estas siete ramas fieles. Es curioso notar que, poco antes de su muerte (año 68 d.C.), el apóstol Pablo  le dijera a Timoteo: “Ya sabes esto, que me han abandonado todos los que están en Asia” (2 Timoteo 1:15). De hecho, aún las siete ramas (año 95 d.C.) parece que tenían cosas de las cuales arrepentirse. Éfeso, en particular, recibe esta palabra del Señor: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete y haz las a primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti y quitaré tu candelero de su lugar, si no te arrepientes.” (Apocalipsis 2:5).
Cualquiera que sea la razón por la cual dichas congregaciones fueron mencionadas específicamente, debe tenerse en cuenta que el número siete (“a las siete iglesias...”), el cual aparece muchas veces a lo largo del libro de Apocalipsis, se refiere a lo completo o perfecto, especialmente con relación a las cosas de Dios y de su Iglesia. Por ello, podemos estar seguros de que la información que principalmente se dirigió “a las siete iglesias que están en Asia”, también aplica a todo el pueblo de Dios hoy. Por revelación moderna sabemos que los primeros santos no fueron los únicos destinatarios de los escritos de Juan, sino que una parte importante del propósito del Señor al mandar a Juan que escribiera lo que viera, era dar a los santos de la última dispensación un entendimiento de los acontecimientos de los últimos días, el período del tiempo en el cual mucho de lo que Juan vio sería cumplido (1 Nefi 14:19-26, Éter 4:15,16).
2La TJS le adjudica a Juan (y no a Jesucristo como aparece en las otras versiones de la Biblia) el título de “testigo fiel”. La palabra Testigo (heb., edh y formas afines, gr., martys y palabras afines y combinaciones), puede entenderse cuando menos en dos sentidos:
Ø  Testimonio: Un testigo es alguien que afirma una cosa o la atestigua basándose en su conocimiento personal, o sea, alguien que da testimonio. En este sentido, Juan merece ampliamente este título, pues fue llamado por Cristo para ser uno de los Doce testigos especiales de su divinidad en el meridiano de los tiempos (Mateo 4:21-22; Lucas 5:1-11, 6:12-16). Su época fue una de muchas dificultades y persecución a manos del Imperio Romano, así como de grandes herejías y perversión de la doctrina por causa de falsos profetas y maestros (1 Juan 2:18-26, 4:1-3; 2 Juan 7-11); sin embargo, jamás dudó en su testimonio de la divinidad del Salvador y de la verdadera enseñanza de Cristo (Juan 21:24; 1 Juan 1:1-4). Cuando todos los demás apóstoles yacían en sus tumbas, y muchos de los miembros y líderes de la iglesia apostataban, Juan dio fiel testimonio de Cristo proclamando que, al final, el Reino de Dios vencería sobre el reino de Satanás y sus seguidores. Más aún, su ministerio como testigo fiel de Cristo se extendería hasta el fin de los tiempos, pues se le concedió permanecer en la tierra como siervo ministrante hasta la segunda venida del Señor (Juan 21:20-23; 3 Nefi 28:6-7; D&C 7). Juan verdaderamente era y es un “testigo fiel” de Cristo. Él podía decir con autoridad: “yo, Juan, el testigo fiel, doy testimonio de las cosas que el ángel me entregó, y de Jesucristo…”
Ø  Martirio: Debido a su uso en relación con Esteban (Hechos 22:20) y otros que murieron por Cristo, la palabra “Testigo” (que en el griego del Nuevo Testamento es “martyr”) llegó a describir a uno que pagó el precio máximo por la fidelidad a Dios y a Cristo (Véase Apocalipsis 2:13, en donde Antipas, un mártir cristiano, es llamado por Jesucristo, al igual que Juan, “mi testigo fiel”). Como un honor justamente merecido, Juan es llamado el “Testigo (martyr) Fiel” de Cristo, pues siempre estuvo dispuesto a sacrificar todo por su causa, fuesen posesiones, familia o riquezas (Marcos 1:19-20). Aunque a él se le concedió poder sobre la muerte, es obvio que siempre estuvo dispuesto a perder la vida por la causa de Cristo si era necesario, ya que cuando nuestro Señor era juzgado injustamente, y aún cuando otros como Pedro lo negaron y los demás huyeron asustados, Juan estuvo dispuesto a arriesgar su vida para estar cerca del Señor en esos momentos (Juan 18:15-16). Juan siempre estuvo dispuesto a ser un mártir si era necesario.
Aunque la TJS le asigna a Juan, y más adelante a Antipas, el título de “Testigo Fiel”, Cristo es el testigo fiel de Su Padre por excelencia desde cualquier punto de vista. En primer lugar, Cristo vino a dar testimonio de la verdad revelada por el Padre (Juan 3:11, 3:32, 8:14, 18:37; 1 Timoteo 6:13). Dicho testimonio no sólo fue dado en palabra, sino también con el derramamiento de su propia sangre (Hebreos 9:15-18), convirtiéndose no sólo en el fundador, sino también en el primer y gran mártir del cristianismo.
3En la revelación de Juan nuestro Señor Jesucristo recibe los siguientes títulos de honor:
§  El Primogénito de los Muertos: La palabra Primogénito (heb., bekhor; gr., prototokos) implica ser el primer hijo nacido en una familia, dándosele este título al hijo mayor. También es usado  en las Escrituras como sinónimo de “principal” o “preeminente”. Entre los israelitas, el varón primogénito tenía privilegios especiales, ya que heredaba del padre el puesto como cabeza de la casa y recibía como su parte de la herencia una porción doble. Después de haber mantenido su integridad hasta su muerte como sacrificio, Jesucristo llegó a ser el primero de entre la humanidad que fue levantado con un cuerpo glorificado e inmortal (1 Corintios 15:3-4, 15:20-23), y no sólo el primero, sino el principal y mayor entre todos los hijos de Dios (Colosenses 1:18, Hebreos 2:10-15), llegando a ser “Señor tanto de los muertos como de los que viven” (Romanos 14:9).
§  El Príncipe de los Reyes de la Tierra: Este título nos recuerda la profecía de Isaías con relación a Jesucristo: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamara su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. El aumento de su dominio y la paz no tendrán fin, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:6-7).
Un príncipe es un líder, una persona exaltada, revestida de autoridad. Por su fidelidad y obediencia al Padre, se dice de Jesucristo que Dios “…le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda a rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Ahora, sentado a la diestra de Dios, Jesucristo está ensalzado muy por encima de todos los reyes y gobernantes terrestres, investido de toda autoridad en el cielo y sobre la tierra (Mateo 28:18, Salmo 89:27, 1 Timoteo 6:13-15). Jesucristo, nuestro Señor, ha sido entronizado para gobernar sobre todas las naciones (Salmo 2:6-9) y “…sobre todo principado y autoridad, y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies…” (Efesios 1:21-22).
4Jesucristo dio su vida perfecta para que los que ejerzan fe en Él sean herederos de vida eterna (Juan 3:16). La muerte de Jesús como sacrificio abrió el camino para una bendición especial sobre aquellos que participan de su expiación y son fieles hasta el fin, ya que tienen la promesa de llegar a ser reyes y sacerdotes con Jesucristo en Su Reino (Lucas 12:32, Romanos 8:18, 1 Pedro 2:5, Apocalipsis 20:6).
En la Biblia, un rey es un soberano, generalmente hereditario, de una ciudad, tribu o nación. El término hebreo melekh puede significar poseedor con énfasis en la fuerza física o consejero, el que decide con énfasis en la superioridad intelectual. El término griego basileus (usado en estos versículos) siempre denota un soberano y jefe de gentes, ciudades o estados. Los reyes a menudo tenían funciones sacerdotales en el mantenimiento de la religión del grupo, de allí que el término “reyes” sea empleado en unión con el de “sacerdotes” en este versículo. En el Oriente, los reyes llegaron a ser considerados seres divinos. Por ello, que el Señor nos haga reyes y sacerdotes juntamente con Él implica un dominio, poder, autoridad, sabiduría y divinidad futuras que serán depositadas en nosotros si somos fieles hasta el fin. El Profeta José Smith enseñó lo siguiente: “Los que poseen la plenitud del sacerdocio de Melquisedec son reyes y sacerdotes del más alto Dios, y tienen las llaves del poder y bendiciones. De hecho, este sacerdocio es una ley perfecta de teocracia, y en representación de Dios expide leyes al pueblo, y administra vidas sin fin a los hijos e hijas de Adán”. (Enseñanzas, pág. 395).
La exaltación, en definitiva, es la meta suprema y la recompensa eterna de todos los fieles hijos de Dios  (D&C 76:50-70), y todo “…por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías, quien da su vida, según la carne, y la vuelve a tomar por el poder del Espíritu…” (2 Nefi 2:8).
5El Señor proclama su aún futura Segunda Venida, una que será visible y gloriosa. Él “viene en las nubes con diez millares de sus santos en el reino, vestido de la gloria de su Padre”. Así, Jesús regresará a la tierra para ejecutar los juicios de Dios sobre las naciones, produciendo cambios trascendentales sobre la tierra, destruyendo a los inicuos y mostrando al pueblo judío, que lo rechazó en su primera venida, que Él es el Mesías prometido, al cual crucificaron (Mateo 24:30, Apocalipsis 19:11-21, 1 Tesalonicenses 1:6-8, Zacarías 12:8-14, 13:6, D&C 45:51-55).
6Para los cristianos del primer siglo habría sido fácil reconocer que alfa y omega eran la primera y la última letras del alfabeto griego. Usadas como nombres de Cristo indican tres aspectos de Su naturaleza divina:
Ø  Perfección: El que el Señor se llamara por estas dos letras, combinándolas, significa algo completo, de principio a fin. Cristo es un ser completo, íntegro y plenamente desarrollado en su divinidad, un ser de rectitud total. Es sin pecado, ni maldad. Cualquier grado de perfección, santidad, poder, conocimiento, gloria y dominio están comprendidos en Cristo, quien lo llena todo y está por encima de todo (Juan 1:16, Efesios 1:22-23, 4:13, Colosenses 1:19-20). Verdaderamente nuestro Señor es perfecto en todo sentido, y “… en el habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Véase Colosenses 2:8-10). Nada necesita agregársele para perfeccionarlo o hacerlo mejor, Él es completo de la A (Alfa) a la Z (Omega).
Ø  Eternidad: El uso de este título enfatiza el alto nivel de divinidad de nuestro Señor en la preexistencia; El era Dios desde la eternidad; por diligencia y obediencia, aún como ser espiritual era "semejante a Dios" el Padre (Abrahán 3:22-24, Miqueas 5:2, Juan 1:1, 8:58, 17:5, 17:24, Colosenses 1:17). Cristo, nuestro Señor, es de "eternidad en eternidad" (D&C 39:1), y "…de eternidad en eternidad es el mismo, y sus años nunca faltan." (D&C 76:4). En otras palabras, como Ser exaltado y eterno, él nunca varía; de una eternidad a la otra es el mismo, pues desde la existencia espiritual pasando por el estado de probación en el cual estamos y volviendo a la existencia eterna que vendrá, Cristo fue, es y será plenamente Dios  y nunca cambiará.
Ø  Poder Creador: Cristo es el Creador, el Hacedor, el Organizador de los cielos y la tierra y de todas las cosas que en ellos hay. (Mosíah 15:3-4, Alma 11:38-39, Éter 4:7). Él es el principio y el fin de toda creación (Apocalipsis 1:8, 21:6, 22:13, Isaías 41:4, 44:6, D&C 19:1). Aunque ambos, el Padre y el Hijo llevan el título de Creador. (Moisés 1, 2, 3) El trabajo en sí de la creación fue hecho por el Hijo, que es dirigido por el Padre y usa su poder. Por eso las escrituras hablan de Cristo como el Creador de este mundo, y de los mundos sin número. (Moisés 7:30; Juan l:1-3; Colosenses 1:15-17, Hebreos 1:1-3, D&C 38:1-3, 76:22-24).
El nombre título de “el Alfa y la Omega, el principio y el fin”, aplicado a nuestro Señor como símbolo de su divinidad, es reforzado aún más por las frases subsiguientes “el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. De modo que Cristo es exaltado como Dios Eterno, Creador del Universo, Perfecto sobre todo y, además, como el Dios Todopoderoso que reinará al final de los tiempos sobre todo la creación.
Cristo es llamado “el Señor”, lo cual expresa varios niveles de honor, dignidad y majestad. El  término hebreo ’adhon y el griego kyrios, pueden referirse al señor, amo o gobernante, pero generalmente señala al amo de un siervo o esclavo (Génesis 24:9; 39:2). Esto define nuestra relación con Cristo, quien es nuestro amo y gobernante; nosotros somos sus esclavos, comprados por precio de Su sangre (1 Corintios 6:20, 7:23; 1 Pedro 1:18-20).


Apocalipsis 1:9-18



Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith


9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, y en el reino y en la  paciencia de Jesucristo, estaba en la isla que es llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo1.
10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor2, y oí detrás de mi una gran voz como de trompeta,
11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el  primero y el último3. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia y a Laodicea4.
12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y al volverme, vi siete candeleros de oro;



13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido con una ropa que le llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
14 Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego;
15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, ardiente como si estuviera en un horno; y su voz como el estruendo de muchas aguas.
16 Y tenia en su diestra siete estrellas; y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza5.
17 Y cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y el puso su diestra sobre mi, diciéndome: No temas; yo soy el primero y
el ultimo,
18 y el que vive; y estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Amén6. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte7.













1Patmos es una diminuta isla azotada por los vientos, en el mar Egeo, cerca de la costa de Asia Menor (actual Turquía). Sólo mide 17 km. de largo por 10 km. en su sección más ancha, y su costa es tan irregular que su superficie suma apenas 64 km2. De origen volcánico, es rocosa y casi no tiene árboles. Fue uno de los muchos lugares aislados donde los romanos confinaban a sus exiliados (prisioneros políticos, enemigos ambiciosos u otros considerados indeseables por el estado imperial), y la tradición indica que el emperador Domiciano fue quien hizo enviar al apóstol Juan desde Éfeso a este solitario lugar en el año 95 de nuestra era. Durante los 18 meses que se estima pasó allí, Juan recibió las visiones del Señor que están ahora registradas en Apocalipsis.

Patmos, Isla donde Juan fue exiliado

2El término día del Señor aparece sólo en Apocalipsis 1:10, y es una adaptación natural de una costumbre romana de llamar al primer día del mes “día del Emperador”. Hacia el año 150 d. de J.C. la designación “Día del Señor” había sido aceptada a través del mundo cristiano para referirse al primer día de la semana. Debe recordarse que después de la resurrección (Lucas 24:1, Juan 20:1), los creyentes se reunían en este día para celebrarla. Algunas de las apariciones de Jesús tuvieron lugar el primer día de la semana (Marcos 16:9, Lucas 24:13-15, Juan 20:19). Además, los discípulos en Troas (y lógicamente el resto de congregaciones cristianas gentiles) adoraban en el primer día de la semana en sustitución del sábado judío, indicando con ello  la sustitución de la antigua ley mosaica por el nuevo y sempiterno convenio del Evangelio (Hechos 20:7, 1 Corintios 16:1-2). Al declinar la influencia de las iglesias hebreo-cristianas más fuertes, la tendencia a observar el sábado hebreo fue finalmente abandonada y sustituida totalmente por la observancia dominical cristiana.
 En castellano, la palabra “Domingo”, nombre dado al primer día de la semana, deriva del latín “Dominicus”, que significa literalmente “Día del Señor”. Esto no ocurre en otros idiomas. Así, por ejemplo, después que el cristianismo se estableciera en el norte de Europa, los pueblos teutónicos sustituyeron los nombres de sus dioses con títulos egipcios, de donde tenemos el origen de los nombres en inglés Tuesday, Wednesday, Thursday (en castellano, martes, miércoles, jueves). Pero el primer día continuó llamándose día del Sol (Sunday), mayormente porque el emperador Constantino, por decreto real en el año 321, lo hizo Solis Day, día del sol.
Como Santos de los Últimos Días, resulta de por sí instructivo que en éste, el día de reposo y adoración establecidos por el Señor en esta dispensación (D&C 59:9-13 y 68:29), el Señor decidió revelarle al apóstol Juan lo que con el tiempo sería el libro de Apocalipsis, resaltando de esta forma la naturaleza sagrada del primer día de la semana.
3La trompeta utilizada en el ritual judío podían ser de dos tipos:
§  El Shophar o Qeren: Originalmente era un cuerno de carnero sin boquilla. Se le utilizaba principalmente como instrumento para dar señales en ceremonias tanto religiosas como seculares (Josué 6:20, Jueces 7:16-22, Zacarías 9:14, 15). Durante la última parte del período del segundo templo, se utilizaron dos clases de shophar: el cuerno de carnero curvo y el cuerno de cabra derecho (hembra).

Shopar

§  La Trompeta de Plata: Las tocaban los sacerdotes pero no los levitas que eran los músicos profesionales del templo. La trompeta de plata ha sido descrita como un tubo derecho, un poco menos de un codo de largo (45 o 46 cm.) con una boquilla ancha y el cuerpo que se extendía hasta terminar en una forma de campana.
Estos dos instrumentos tenían la función de señalar y advertir, y su propósito era que el sonido fuese oído en todo el campamento (Levítico 25:9). Tenían un sonido muy fuerte (Éxodo 19:16) y era la alarma que despertaba a Israel y que invitaba a la acción en tiempos de guerra o de peligro (Números 10:9, Ezequiel 33:3) y en tiempos de jubileo y celebración (Levítico 25:9).
El Señor ha usado el símbolo de la trompeta para indicar una voz de amonestación (D&C 63:37), el llamado al arrepentimiento, a la defensa contra hombres malos y de malas intenciones, a la batalla en la guerra de la justicia contra el mal. Por eso, que el Señor hable con voz de trompeta indica, primeramente, su poder y autoridad, representados por el fuerte y penetrante sonido de la trompeta; así como también que el mensaje que transmitirá es de jubileo y celebración para los santos, así como una amonestación para los malvados, alertándoles del inminente peligro que se cierne sobre los impenitentes y que se verificará cuando venga el Rey de gloria.

Trompeta de Plata

4Nuevamente se mencionan, esta vez por nombre, las siete ramas de la iglesia en Asia Menor, a las cuales iba dirigida originalmente la revelación registrada por Juan en el libro de Apocalipsis (Véase el Comentario 1 de Apocalipsis 1:4-6).
5El apóstol Juan recibe una gloriosa visión de Jesucristo como ser resucitado, inmortal y exaltado. La descripción que hace de Él nos permite vislumbrar aún más la gloria de Cristo:
§  “UNA ROPA QUE LE LLEGABA HASTA LOS PIES, Y CEÑIDO POR EL PECHO CON UN CINTO DE ORO”: Jesús, el Hijo del Hombre, se le presenta al atemorizado Juan como una figura magnífica, esplendorosa. Aparece en gloria y brillo entre llameantes candelabros de oro. Este escenario como de templo (Véase 1 Reyes 7:49, 2 Crónicas 4:7).) graba en Juan la impresión de que Jesús está presente en el papel de Sumo Sacerdote de Dios, capacitado para juzgar (Hebreos 4:14, 7:21-25). Su impresionante prenda de vestir larga concuerda con su oficio sacerdotal (Compárese con Éxodo 28). Como los sumos sacerdotes judíos de la antigüedad, lleva un cinturón de oro sobre el pecho, de modo que cubre el corazón. Esto significa que con todo el corazón efectuará la comisión divina que ha recibido de Su Padre (Éxodo 28:8, 30; Hebreos 8:1-2).  El cinto no sólo es un artículo de vestir pintoresco sino que también indica la posición y el oficio del que lo lleva. A veces se usa para significar poder y fuerza (2 Samuel 22:40, Isaías 11:5, Jeremías 13:1, Efesios 6:14). Es curioso notar que, en una visión previa, Isaías había visto al Señor vestido de igual forma (Isaías 6:1).

Visión de Jesucristo Glorificado


§  “SU CABEZA Y SUS CABELLOS ERAN BLANCOS COMO LA LANA BLANCA, COMO LA NIEVE”: Su cabello blanco como la nieve indica sabiduría que proviene de una vida larga (Compárese con Proverbios 16:31). La comparación del cabello del Señor con la nieve y la lana blanca indican además la pureza y santidad propias de Cristo (Salmo 51:7, Isaías 1:18, Lamentaciones 4:7), así como autoridad, poder y naturaleza divina, pues también al Anciano de Días mencionado en Daniel 7:9-10 se le describe vestido de “blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia”.
§  “SUS OJOS COMO LLAMA DE FUEGO”: Los ojos ardientes del Señor revelan ciertos aspectos importantes de Su persona:
Ø  Juicio Perfecto y Justo: En las Escrituras, Dios usa el fuego como símbolo de juicio (2 Pedro 3:7-12, Apocalipsis 19:20, 20:10, 20:14, 2 Nefi 30:10, D&C. 29:21, ), por ello, se describe a nuestro Señor con ojos como llama de fuego, sugiriendo su obra de juicio (Apocalipsis 1:14). 
Ø  Gloria y Naturaleza Divina: La gloria de Dios está acompañada por fuego (Ezequiel 1:26-28) por lo que también recalca la divinidad de Cristo.
Ø  Poder Purificador y Refinador: El fuego también es símbolo de prueba (1 Corintios 3:12-15); se usa para refinar el oro y para limpiarnos (Malaquías 3:2-3) tal como Cristo prueba a los suyos y los purifica de cualquier impureza de carácter y estilo de vida (Salmo 17:3, Zacarías 13:9, D&C. 133:41). 
Ø  Omnisciencia y Poder de Escudriñar los Corazones: Los ojos ardientes del Señor muestran que Él escudriña los corazones, es omnisciente, perspicaz, alerta; no hay nada que se esconda de su mirada (Jeremías 17:10, 23:24, 32:19, Amós 9:3, Sofonías 1:12, Zacarías 4:10, Romanos 8:27), ni hay nada que Él no sepa (2 Nefi 2:24). Este poder de escudriñar a profundidad el corazón humano fue una característica de Cristo aún durante su ministerio como mortal (Mateo 12:25, 22:18, Marcos 2:8, Lucas 6:8, 11:17, Juan 2:24, 12:25, 16:30, 21:17).
§   “SUS PIES SEMEJANTES AL BRONCE BRUÑIDO, ARDIENTE COMO SI ESTUVIERA EN UN HORNO”: Los pies del Señor atraen la atención de Juan. En la visión los pies de Jesús son como bronce bruñido, fulgurantes, brillantes; un símbolo perfecto para alguien que anda celosamente en obediencia al Padre y se planta en una excelente posición ante Dios. Además, mientras en la Biblia se usa el oro para representar las cosas divinas, a veces se usa el bronce para representar las cosas humanas. Por eso, los pies fulgurantes de Jesús que son como bronce bruñido nos recuerdan cuan hermosos fueron sus pies cuando anduvo en la Tierra predicando las buenas nuevas (Isaías 52:7, Romanos 10:15). En su humanidad perfecta, Jesús manifestó un esplendor que ángeles y humanos notaron (Juan 1:14).
§  “SU VOZ COMO EL ESTRUENDO DE MUCHAS AGUAS”: En la visión de Juan, la voz de Cristo suena atronadoramente como una enorme catarata, o “el estruendo de muchas aguas”, lo cual es símbolo de poder y autoridad. Impresiona, inspira temor, como es propio para Aquél a quien el Padre ha llamado “la Palabra de mi poder” (Moisés 1:32, 2:5) y “el Verbo… el mensajero de Salvación” (D&C. 93:7-9). Además, nos recuerda que Cristo, durante su ministerio mortal, siempre habló y actuó con la autoridad que el Padre le confirió (Mateo 7:29, Marcos 1:27, 4:39-41, Juan 5:27).
§  “DE SU BOCA SALÍA UNA ESPADA AGUDA DE DOS FILOS”: La espada es un arma ofensiva, y aquí se utiliza como símbolo de la palabra de Dios. En el griego del Nuevo Testamento la palabra más común es Machaira, una espada corta, daga o sable (Mateo 26:51-52, Romanos 8:35; 13:4, Efesios 6:17, Apocalipsis 13:10, 13:14). También se menciona la Rhomphaia, una espada grande, ancha; ocurre con significado simbólico una vez en Lucas 2:35 y seis veces en el libro de Apocalipsis (Apocalipsis 1:16, 2:12, 2:16, 6:4, 6:8, 19:15). Éste es el tipo de espada que aparece en la visión como saliendo de la boca del Señor. Indica el poder de Cristo para hacer cumplir Su palabra, para bendecir y maldecir, proteger a su pueblo o destruir a los inicuos, dar la vida y quitarla por el solo decreto de Sus labios (Jeremías 23:29, Ezequiel 12:25, Marcos 11:12-14, 11:20). dicha espada es de dos filos, corta en todas las direcciones y tiene el poder de herir profundamente, siendo capaz de penetrar aún la mente y el espíritu del hombre (Hebreos 4:12). La espada en la boca de Cristo nos indica que Él ha sido nombrado para pronunciar los juicios finales de Dios contra Sus enemigos. Las expresiones decisivas de Su boca resultarán en la destrucción final de todos los inicuos y en la liberación a los inocentes. (Apocalipsis 19:13-15).
§  “SU ROSTRO ERA COMO EL SOL CUANDO RESPLANDECE EN SU FUERZA”: El rostro brillante, resplandeciente, de Jesús nos recuerda que en la transfiguración ante tres de sus apóstoles, “…resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). Esto no era más que una muestra de la gloria anterior que Cristo tuvo junto al Padre en la preexistencia; pero Cristo está ya a la diestra del Padre y comparte su divinidad plenamente. Ya no es más aquel “…que fue hecho un poco menor que los ángeles…” (Hebreos 2:7-9), sino Uno cuya gloria es la gloria del sol (D&C. 76:58, 76:70), un Dios por derecho propio. Él “habita en luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16). Su rostro, resplandeciente como el sol al mediodía, es emblema de su divinidad y naturaleza exaltada.
6El apóstol cae como muerto ante el Señor, lo cual es una reacción natural si se toma en cuenta lo asombrosa que fue la visión del Cristo glorificado. Otros profetas también experimentaron lo mismo al hallarse en la presencia de seres celestiales (Daniel 10:4-11, Hechos 9:3-9, Moisés 1:9-11, José Smith-Historia 1: 16-20, 1:47-49). Esto se debe a que los seres humanos, caídos y mortales, son incapaces de soportar la gloria de los seres celestiales. Únicamente mediante la transfiguración, la cual es un  proceso mediante el cual ciertas personas son cambiadas temporariamente en su apariencia y naturaleza, siendo elevadas a un nivel espiritual más alto, a fin de que puedan soportar la presencia y la gloria de seres celestiales. Evidentemente, este cambio fue necesario para que profetas como Moisés (Éxodo 34:1-6, 34:29-30), Aarón, Nadab, Abiú, setenta de los ancianos de Israel (Éxodo 24:9-11), Enoc (Moisés 7:3-4), José Smith (José Smith-Historia 1:16-20) y el mismo Juan (Apocalipsis 1:10-18) pudieran ver a Dios y vivir.
7Jesucristo posee “las llaves del infierno y de la muerte”. Sólo Él posee las llaves que abren las puertas de la muerte espiritual y de la muerte física (2 Nefi 9:10–13). Obviamente Cristo tiene poder sobre la muerte, pues su resurrección abre las puertas de la muerte para los hombres (1 Corintios 15:21-23, Mosíah 15:23, Alma 11:42-45). Él tiene también las llaves del infierno (Hades), el cual es aquella parte del mundo espiritual donde los malvados sufren tormento hasta haber satisfecho las demandas de la justicia de Dios. Es Cristo únicamente quien los saca de su terrible estado cuando cesan sus tormentos. Esto concuerda perfectamente con las enseñanzas de Pedro acerca de la visita de Cristo a los espíritus encarcelados entre la muerte y resurrección del Salvador (Véase 1 Pedro 3:18-20, 4:6).


Apocalipsis 1:19-20


Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith


19 Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas1.
20 En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias2, y los siete candeleros que has visto son las siete iglesias3.





20 En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los siervos de las siete iglesias2, y los siete candeleros que has visto son las siete iglesias3.


1El Señor manda a Juan: “Escribe las cosas que has  visto, y las que son, y las que han  de ser después de estas”. Dicha expresión nos hace entender que el libro de Apocalipsis contiene un bosquejo general del plan de Dios a través de las edades (Véase D&C. 77:6-7), desde el primer milenio (desde Adán), hasta el séptimo milenio (el Reino Milenario de Cristo), cuando la Tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca. Juan estaba a punto de ver cosas que reflejaban la perspectiva de Dios sobre la historia humana, tanto en el pasado como en el presente y el aún lejano futuro, pues el Señor conoce el fin desde el principio (Abraham 2:8).
2El profeta José Smith, en su Versión Inspirada, tradujo este versículo de la siguiente manera: “…En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los siervos de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto son las siete iglesias…” (TJS Apocalipsis 1:20). De este modo, el Señor mismo explica el simbolismo de las “siete estrellas” que tenía a su diestra en la visión de Juan. Él aclara que “las siete estrellas son los siervos de las siete iglesias”. Aunque otras traducciones de la Biblia emplean la palabra “ángeles” y no siervos, la inspiración divina del Profeta se hace evidente al analizar lo siguiente: La palabra ángeles proviene del griego “angelos”, que significa mensajero y que no necesariamente se refiere a un ser celestial; de hecho, en estos versículos se emplea para representar a “… los oficiales presidentes de las siete congregaciones que, como con todos sus ministros, están en las manos del Señor. Ellos no hablan ni actúan por sí mismos, sino que representan a su Maestro, cuyas palabras hablan, cuyos hechos realizan y de hecho  de quienes son” (McConkie, DNTC, 3:444).  
Otro aspecto simbólico de gran importancia es que las “siete estrellas” se hallan a la diestra del Señor. La diestra (la mano derecha) es la mano del convenio,  e indica también favoritismo y honor, constituyéndose además como un símbolo de poder (Hechos 7:55; Hebreos 1:3, 13); todo ello ilustrando la posición de favor, honor y poder que ocupan aquellos que Dios ha puesto por ministros en su iglesia, y con quienes Él mismo ha hecho convenio.
3La palabra hebrea Menorah interpretada candelabro o candelero, ocurre 43 veces en el Antiguo Testamento. En el tabernáculo el candelabro (Éxodo 25:31-40) con sus siete brazos que sostenían siete lámparas de oro quedaba al lado izquierdo del sacerdote cuando éste entraba al lugar santo. En el templo que Salomón edificó había diez candelabros de oro (2 Crónicas 4:7), pero estos fueron ubicados en frente del lugar santísimo (1 Reyes 7:49; 2 Crónicas 4:7). Estaban formados por una columna central de oro, y de ella procedían tres brazos a cada lado; de modo que cada candelero era una pieza de artesanía ricamente elaborada que constaba de siete diferentes lámparas, que pertenecían a un solo candelero.  

Menorah, o candelabro hebreo de siete brazos

Sin embargo, los candeleros llevan luz; no la crean. Su función es poner luz a disposición del hombre, no producirla. De manera que usando siete candeleros para representar a las siete iglesias a las cuales Juan va a dar consejo, el Señor está mostrando que sus congregaciones en la tierra deben llevar su luz al mundo; de hecho, Cristo mismo es la luz del mundo, la cual debe ser compartida por la iglesia (Juan 1:4, 8:12, Apocalipsis 21:23, 3 Nefi 18:24).
Merece la pena destacar que los candeleros eran la única fuente de luz en el lugar sagrado de la morada de Dios, no había luz natural en el Tabernáculo, simbolizando que no hay otra luz espiritual más que la que Dios ha provisto, es decir, Jesucristo (Juan 1:9, Hechos 4:12, 1 Corintios 3:11, 2 Nefi 25:20). La iglesia del Señor, por tanto, no es llamada a promover y difundir filosofías humanas, planes de reforma social o ideologías políticas, “…sino a Jesucristo, y a éste a crucificado” (1 Corintios 2:1-5).
Otro aspecto importante de los candeleros es que sus lámparas era alimentadas por aceite puro de oliva (Éxodo 27:20-21). Además, antes de ser consagrados al servicio del templo, los candeleros, junto con el resto de utensilios y aún los mismos sacerdotes (Éxodo 30:22-30), debían ser ungidos con aceite santo. El aceite es empleado aquí como símbolo de pureza y del Espíritu Santo y su influencia (1 Samuel 10:1, 10:6, 16:13, Isaías 61:1-3, Hechos 10:38), lo cual representa que la iglesia debe ser dirigida por el poder e inspiración del Espíritu, y que sus métodos de compartir el evangelio deben, de igual forma, ser dirigidos por Él (Lucas 12:12, Juan 14:26, 1 Corintios 2:10-14 , 1 Juan 2:27, D&C. 42:14-17, 68:2-4). Sólo una iglesia dirigida por el Espíritu Santo puede ser un instrumento eficaz y aceptable para llevar la luz de Cristo y su evangelio a los incrédulos.

El hecho de que el Señor ande en medio de los siete candeleros (Apocalipsis 1:12-13) implica vigilancia, cuidado constante y dirección; esto nos indica claramente que Cristo es quien dirige Su iglesia, siendo la cabeza de ella y su protector (Efesios 1:22, 4:15, 5:23; Colosenses 1:18, 2:19). Él jamás desatiende la administración de su obra en la Tierra.

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