viernes, 13 de febrero de 2015

Apocalipsis: Capítulos 5 - 6

SECCIÓN II:LOS SIETE SELLOS
(APOCALIPSIS 5:1-8:1)


Visión del Libro o Rollo con los Siete Sellos

Por fines prácticos, dividiremos estos capítulos en los siguientes apartados:
a)    Visión del Cordero y el Libro de los Siete Sellos (5:1-14)
b)    Apertura de los primeros Seis Sellos (6:1-17)
c)     Visión de los 144,000 sellados (7:1-8)
d)    Visión de la Gran Multitud (7:9-17)
e)    Apertura del Séptimo Sello (8:1)

VISIÓN DEL CORDERO Y
EL LIBRO DE LOS SIETE SELLOS


Apocalipsis 5:1-14


Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith


1Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos.
2 Y vi a un ángel poderoso que proclamaba en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos?
3 Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni siquiera mirarlo.
4 Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo ni de mirarlo1.




5 Y uno de los ancianos me dijo: No llores; he aqui que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos2.
6 Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba de pie un  Cordero como inmolado, que tenia siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra3.
7 Y el vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
8 Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; y cada uno tenía un arpa, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos4.
9 Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, y lengua, y pueblo y nación;
10 y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra5.
11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era millares de millares y millones de millones,
12 que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza6.
13 Y a todo ser viviente que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sean la alabanza, y la honra, y la gloria y el poder, para siempre jamás.
14 Y los cuatro seres vivientes decían: ¡Amén! Y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive para siempre jamás7.















6 Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba de pie un  Cordero como inmolado, que tenia doce cuernos, y doce ojos, que son los doce siervos de Dios enviados por toda la tierra.

1Una nueva visión se despliega ante  los ojos de Juan. Un rollo, el equivalente de los libros en la antigüedad, se halla en la mano derecha de Dios el Padre, quien está sentado sobre el trono. Juan lo registra de la siguiente manera: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni siquiera mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo ni de mirarlo”.
Dios tiene el libro en su diestra, dando a entender que él lo ofrece sobre la mano abierta. Pero parece que nadie en el cielo ni en la Tierra es digno de aceptar ni abrir ese rollo. Ni siquiera debajo de la tierra, entre los siervos fieles de Dios que han muerto, hay quien califique para este elevado honor. Esto hace que Juan se perturbe al grado de llorar. Pero, ¿Por qué el contenido de dicho libro es tan importante? Por medio de revelación, el Señor nos ha hecho saber que dicho libro “contiene la voluntad, los misterios y las obras revelados de Dios; las cosas ocultas de su administración concernientes a esta tierra durante los siete mil años de su permanencia, o sea, su duración temporal.” (D&C 77:6).  Acerca de los siete sellos sabemos que “el primer sello contiene las cosas de los primeros mil años; el segundo, las de los siguientes mil años, y así hasta el séptimo.”  (D&C 77:7) De modo que “El libro que Juan vio representaba la historia verdadera del mundo: lo que el ojo de Dios ha visto, lo que el ángel que lleva la historia  ha escrito; y los siete mil años, correspondientes a los siete sellos del texto del Apocalipsis, que son como siete grandiosos días durante los cuales la Madre Tierra cumplirá su misión mortal, trabajando seis días y descansando el séptimo, su período de santificación. Estos siete días no incluyen el período de la creación de nuestro planeta ni su preparación como morada para el hombre. Se limitan a la existencia temporal de la Tierra, esto es, al Tiempo, que se considera algo diferente de la Eternidad” (Whitney, Saturday Night Thoughts, pág. 11)
De acuerdo a la cronología recibida, la cual se admite que es imperfecta, pero tiene cierto grado de veracidad, cuatro mil años, o cuatro de los grandes siete días dados a este planeta como el período de su existencia temporal, habían pasado antes de la crucifixión de Cristo; mientras que dos mil años han pasado desde entonces. Consecuentemente, la larga semana de la Tierra está llegando a su final y estamos en la actualidad en la víspera del Sábado del Tiempo, o al final del sexto día de la historia humana. La mañana se desplegará sobre el Milenio, los mil años de paz, el Día de Reposo del Mundo.
En resumen, el libro con los siete sellos se relaciona con el plan de intervención de Dios en la historia humana, contiene la historia misma de la Tierra desde una perspectiva divina.

Los Siete Sellos: Un resumen de la Historia Humana desde la Perspectiva Divina

2El llanto de Juan llega a su fin, pues sí hay alguien que puede abrir el rollo o libro. Juan escribe lo siguiente: Y uno de los ancianos me dijo: No llores; he aqui que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.” Es Cristo mismo, identificado aquí como el León de Judá y la Raíz de David, quien abrirá el libro y romperá sus siete sellos.
Debe recordarse que cuando nuestro padre Jacob dio su bendición patriarcal a Judá, se le comparó a un cachorro de león y a un león viejo y se le prometió que el cetro no sería quitado de sus descendientes hasta la venida de Cristo. (Génesis 49:9) De acuerdo con esto, el llamar a nuestro Señor “el León de la Tribu de Judá” es destacar su posición como descendiente de Judá y su pertenencia a esa tribu de la que fueron elegidos reyes para gobernar y también para mostrar su categoría preeminente sobre los de esa casa, como el que porta el estandarte de la tribu, por así decirlo.
Cristo es llamado también “la Raíz de David” (Apocalipsis 5:5; 22:16). Esta designación significa que Él, que era Hijo de David, era también antes que David, era predominante, estaba por encima de él, era la raíz o fuente de donde el gran rey de Israel obtuvo se reino y poder. Este título dado a Cristo es similar al que le fue dado en Isaías 11:1 y 11:10, donde se le llama “la raíz de Isaí”. Fue Cristo, “un  vástago [que] retoñar[ía] de sus raíces” quien hizo que la dinastía davídica brotara de nuevo, y le dio vida y sustento para siempre.
Ahora bien, un sello, según el uso que Juan dio al término, era un poco de cera que servía para sujetar una carta o documento cerrado. Mientras la cera estaba blanda, se estampaba en ella una imagen. Cerrado en esta forma, el documento no podía abrirse sin que el sello se rompiera. En el caso de la historia y del destino de la Tierra, hay solamente un Ser digno de abrir el sello y revelar el contenido del libro, y ese ser es Jesucristo. Sólo mediante la expiación de Cristo tiene valor la existencia temporal de la Tierra. Únicamente Él posee la llave para el cumplimiento de ese propósito por el cual ésta fue creada. Por causa de Él, el plan de salvación tendrá el éxito; sin Él, todo fracasaría o permanecería sellado.

Jesucristo: Cordero de Dios y León de la Tribu de Judá

3Juan tiene ahora una visión sobrecogedora, pues en el mismo centro, al lado del trono, dentro de los círculos formados por los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos, hay un Cordero:Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba de pie un  Cordero como inmolado, que tenia doce cuernos, y doce ojos, que son los doce siervos de Dios enviados por toda la tierra.”
Sin duda, Juan identifica sin dilación a este Cordero con Jesucristo. Él sabe perfectamente que más de 60 años antes, Juan el Bautista, hablando a unos judíos a su alrededor, presento a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Véase Juan 1:29, 1:36; compárese con D&C. 76:85; 88:106; 1 Nefi 13) Es el “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo" (Apocalipsis 13:8), el "Cordero sin mancha y sin contaminación, ya ordenado desde antes de la fundación del mundo" (1 Pedro 1:19-20; compárese con 1 Corintios 5:7 y Hebreos 7:26-27) para ser el Salvador y Redentor, el que haría la expiación infinita y eterna. Como Cordero, fue sacrificado por los hombres y la salvación llega porque fue derramada su sangre. (Mosíah 3:18.) Los que logran la salvación son los que "han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero." (Apocalipsis 7:14; 12:11; 1 Nefi 12:11; Alma 13:11; 34:36; 3 Nefi 27:19; Mormón 9:6; Éter 13:10-11).
La TJS modifica Apocalipsis 5:6, eliminando el número siete (“siete cuernos y siete ojos”) y sustituyéndolo por el número doce (“doce cuernos, y doce ojos”). Sustituye también la expresión “siete espíritus” y en su lugar coloca “doce siervos”. Esto cambio nos permite identificar a los doce cuernos y a los doce ojos del Cordero, con los doce apóstoles, los cuales son llamados para ser “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo” (D&C 107:23, compárese con Mateo 28:16-20 y Hechos 1:1-8).
Los cuernos (hebreo y arameo, qeren; griego, keras, un cuerno de animal) representan fuerza agresiva y poder (1 Reyes 22:11; 2 Crónicas  18:10; Daniel 8:7, simbólicamente; Deuteronomio 33:17; Salmo 22:21; 92:10; Zacarías 1:18-21; Lucas 1:69, figuradamente). Esto implica que los Doce Apóstoles han recibido poder del Señor para ejecutar Su obra, ejercer Su autoridad y dirigir Su Iglesia y Reino sobre la tierra. Indica también que a ellos se les ha dado poder sobre Satanás, para que las puertas del infierno no prevalezcan contra ellos, y puedan frustrar sus planes y conquistar sus dominios por medio del evangelio (Véase Marcos 16:17-18; Lucas 10:18-20).
Los ojos (heb., ’ayin, gr. ophthalmos), entendidos simbólicamente, se usaban con frecuencia para indicar discernimiento y la comprensión espirituales (Salmo 19:8; Efesios 1:18), dos atributos propios de un apóstol del Señor.

Cristo, el Cordero Inmolado

4Juan procede a relatar la siguiente escena de su visión: “Y él [el Cordero] vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; y cada uno tenía un arpa, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”. Cristo, el único digno de abrir los sellos, toma el libro de la mano de Dios. Al hacerlo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se inclinan delante de Jesucristo en reconocimiento de su autoridad y como muestra de sumisión. Pero estos ancianos son los únicos que tienen arpas y copas de oro llenas de incienso.
De acuerdo con Josefo, el arpa se tocaba con los dedos y tenía 12 cuerdas. Junto con la lira, era uno de los instrumentos más importantes en la orquesta del templo, fundamental para cualquier clase de ceremonia religiosa pública. El arpa se menciona frecuentemente en el libro de los Salmos (Salmo 33:2; 57:8; 71:22; 81:2; 92:3; 108:2; 144:9; 150:3). Que los ancianos tuvieran arpas simboliza que parte de su función es alabar a Dios y al Cordero.
El término “incienso” es la traducción de dos palabras hebreas que al principio tenían significado distinto, aunque más tarde la segunda palabra prácticamente llegó a tener el mismo significado que la primera: levonah, fragancia o incienso y qetorah, incienso. El incienso era una sustancia aromática compuesta de gomas y especias para ser quemadas, especialmente en la adoración religiosa. Estaba compuesto de acuerdo a una receta precisa de estacte, uña aromática, gálbano e incienso puro; igual peso de cada cosa, y es-taba sazonado con sal (Éxodo 30:34, 35). No debía usarse para cosas comunes (Éxodo 30:34-38; Levítico 10:1-7). El incienso que no estaba propiamente compuesto era rechazado como incienso extraño (Éxodo 30:9). El altar del incienso estaba recubierto con oro puro y estaba colocado en el lugar santo. Originalmente el sumo sacerdote quemaba incienso cada mañana cuando encendía las lámparas (Éxodo 30:1-9). En el día de la Expiación llevaba el incienso atrás del velo y lo quemaba en un incensario en el lugar santísimo (Levítico 16:12, 13). Los de Coré fueron muertos como castigo, supuestamente, por atribuirse el derecho de quemar el incienso (Números 16). Los hijos de Aarón murieron por ofrecerlo inapropiadamente (Levítico 10; 16:13). En el tiempo de Cristo, el incienso era ofrecido por sacerdotes regulares, de entre los cuales uno era escogido por suerte cada mañana y cada tarde (Lucas 1:9). El ofrecer incienso era una práctica muy común en las ceremonias religiosas de casi todas las naciones antiguas (egipcios, babilonios, asirios, fenicios, etc.), y se usó ampliamente en los rituales de Israel. El incienso era simbólico de las oraciones que elevaba el sumo sacerdote que oficiaba (Salmo 141:2; Apocalipsis 8:3-5). Que los veinticuatro ancianos posean copas llenas de incienso simboliza que ellos cumplen una función sacerdotal celestial, que fue representada por la de los sacerdotes del antiguo Israel que quemaban incienso en el Tabernáculo (Éxodo 30:7-9, 30:34-36, 40:26-27). Esto refleja su encumbrada posición como sacerdotes de Dios y de Cristo (Apocalipsis 20:6).

Cristo, Amo y Señor de la Historia Humana

5Los redimidos prorrumpen en alabanzas a Su Dios y Salvador: “Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, y lengua, y pueblo y nación;  y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
No era poco común para los judíos componer un cántico para celebrar alguna victoria especial o experiencia religiosa (Éxodo 15). La expresión “cántico nuevo” aparece varias veces en las Escrituras y por lo general se refiere a alabar a Dios por algún acto poderoso de liberación (Salmo 96:1, 98:1, 144:9). Así, el cántico es nuevo porque el que lo canta puede ahora proclamar otras obras maravillosas de Dios y reanudar la expresión de aprecio por Su glorioso nombre. Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes alaban a Cristo por las cosas nuevas que como Hijo de Dios él ha hecho por ellos. Mediante su sangre, él fue el Mediador del nuevo pacto y así hizo posible el nacimiento de una nueva nación como posesión especial Suya (1 Corintios 11:25; Tito 2:14). Los miembros de esta nueva nación espiritual vinieron de muchas naciones carnales, pero Cristo los unió en una sola Iglesia como una sola nación. Pero esto no termina allí, pues esta nueva nación ha recibido la promesa de llegar a ser un reino de sacerdotes (Éxodo 19:5-6; 1 Pedro 2:9-10).
6Otra visión se despliega ante  los ojos de Juan: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era millares de millares y millones de millones,  que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”.
En la escena que Juan describe, las huestes del cielo aclaman melodiosamente a Jesucristo en reconocimiento de su fidelidad y de su autoridad celestial, dando cumplimiento a las palabras del Padre: “adórenle todos los ángeles de Dios” (Hebreos 1:6). La labor redentora de Cristo lo ha puesto en un nivel superior a cualquier otro ser, por lo que todos en el cielo le honran y reconocen su preeminencia. Es a Él a quien Dios “constituyó heredero de todo”, y fue Él quien “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de si mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles cuanto alcanzó por herencia mas excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:2-4). Por eso todos en el cielo le rinden adoración, pues gracias a Él, y sólo por Él, toda la creación alcanzará redención y vida eterna.

Cristo, nuestro Sumo Sacerdote ante el Padre Celestial

7Al coro formado por los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes y las huestes de ángeles, se une ahora todo ser viviente creado por la mano de Dios. Juan nos dice: “Y a todo ser viviente que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sean la alabanza, y la honra, y la gloria y el poder, para siempre jamás. Y los cuatro seres vivientes decían: ¡Amén! Y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive para siempre jamás”.
Esto da cumplimiento a Filipenses 2:9-11: “Por lo cual Dios también le  exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre.” La creación completa adora a su Redentor, pues no sólo los hombres, sino también los animales y toda otra forma de vida, le deben a Jesucristo su felicidad eterna. La salvación será extendida no sólo a los hombres, sino también a los animales; por eso ellos lo adoran. Con respecto a la salvación de los animales y demás formas de vida, el Profeta enseñó: “Juan vió animales muy extraños en el cielo; vió en realidad todas las criaturas que allí había: todos los animales, aves y peces en el cielo, glorificando a Dios. ¿Cómo lo sabemos? (Véase Apocalipsis 5:13) "Y oí a toda criatura que está en el cielo, y Sobre la tierra, y debajo de la tierra, y está en el mar, y todas las cosas que en ellos están, diciendo: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás." Supongo que Juan vió allí seres de mil formas que habían sido salvos de diez mil veces diez mil tierras como ésta: animales extraños de los cuales ningún concepto tenemos; todos podrán existir en el cielo. El gran secreto fue mostrar a Juan lo que había en el cielo. Juan entendió que Dios se glorifica a sí mismo salvando todo lo que sus manos han hecho, sean animales, aves, peces u hombres; y El se glorificará a sí mismo con ellos. Alguien dirá: "No puedo creer en la salvación de los animales." Cualquiera que os dijere que esto no puede ser, también os dirá que las revelaciones no son ciertas. Juan oyó las palabras de los animales que glorificaban a Dios, y las entendió. Dios, que hizo las bestias, puede entender todo lo que éstas hablen.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 353-354)

APERTURA
DE LOS PRIMEROS SEIS SELLOS


Apocalipsis 6:1-17


Reina – Valera 2009


Traducción de José Smith


1Y vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: ¡Ven y mira!
2 Y miré, y vi un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer1.
3 Y cuando el abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: ¡Ven y mira!
4 Y salió otro caballo, rojo; y al que lo montaba, le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y para que se matasen unos a otros; y le fue dada una gran espada2.
5 Y cuando el abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía: ¡Ven y mira! Y miré, y he aqui un caballo negro; y el que lo montaba tenia una balanza en la mano.




6 Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos medidas de trigo por un denario, y seis medidas de cebada por un denario; pero no dañes el vino ni el aceite3.
7 Y cuando el abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: ¡Ven y mira!
8 Y miré, y vi un caballo amarillo; y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía; y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra4.
9 Y cuando el abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían.
10 Y clamaban en alta voz, diciendo: ¿Hasta cuando, oh Señor, santo y verdadero, tardarás en juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?
11 Y se le dio a cada uno vestiduras blancas; y se les dijo que reposasen un poco más de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que también habían de ser muertos como ellos5.
12 Y mire cuando el abrió el sexto sello, y he aqui hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre;
13 y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos verdes cuando es sacudida por un viento fuerte.
14 Y el cielo se retiró como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de sus lugares.
15 Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las penas de los montes;
16 y decían a los montes y a las penas: Caed sobre nosotros, y
escondednos del rostro de aquel que esta sentado en el trono y de la ira del Cordero,
17 porque el gran día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá permanecer de pie? 6


1Y vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, uno de los cuatro seres vivientes, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: ¡Ven y mira!


































14 Y los cielos fueron abiertos como se abre un pergamino enrollado; y todo monte y toda isla se quitó de su lugar.
1 La voz del primer ser viviente, cuya apariencia es como de león, se dirige a Juan con sonido de trueno diciéndole: “¡Ven y mira! Y miré, y vi un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer”. El Primer Sello nos trae la visión de un jinete montado sobre un caballo blanco que tenía un arco; portaba una corona; e iba adelante “venciendo y para vencer”.
Aunque la mayoría de las 150 referencias bíblicas que se hacen de caballos se relacionan con su uso en la guerra (Éxodo 14:9; Deuteronomio 20:1; Josué 11:4-5), éstos también se empleaban, entre otras cosas, para llevar mensajes (2 Reyes 9:18) y en procesiones reales (Ester 6:8-11). No obstante, en el libro de Apocalipsis, los caballos adquieren una connotación simbólica, ya que los primeros cuatro sellos son acompañados por el galope de cuatro jinetes montados sobre caballos de colores diferentes.
Éste primer jinete, correspondiente al Primer Sello, cabalga sobre un caballo blanco, emblema de victoria y realeza (Apocalipsis 6:2, 19:11), lo cual nos indica que el que lo monta es un guerrero vencedor en batalla, así como que ha recibido dominio sobre algo. Dicho jinete también lleva un arco, el cual es un arma de guerra que simboliza el poder conquistador de dicho jinete. También lleva sobre su cabeza una corona, que no es otra cosa que la stephanos, una guirnalda o corona como la que usaba un atleta victorioso, término figurado que usaron Pablo y Juan para simbolizar el triunfo de los santos (2 Timoteo 4:8; Apocalipsis 2:10). Que se diga que el jinete salió “venciendo y para vencer” nos indica que es un conquistador victorioso en la guerra.
Puesto que el Primer Sello “contiene las cosas de los primeros mil años” de existencia temporal de la Tierra (D&C 77:7), la identidad del jinete del caballo blanco puede hallarse al estudiar la historia sagrada durante dicho período, el cual comprende desde la caída de Adán (alrededor del 4000 a. de J.C.) hasta el nacimiento de Noé (alrededor del 3000 a. de J.C.); por lo que el jinete debe ser un gobernante victorioso (simbolizado por el caballo blanco), un guerrero formidable (simbolizado por el arco) y un triunfador espiritual (simbolizado por el “stephanos” o guirnalda de los santos vencedores) que vivió durante el primer milenio.  Esto sólo nos permite llegar a una conclusión lógica: El jinete del caballo blanco no es otro que Enoc, quien durante su ministerio terrenal estableció y gobernó la ciudad de Sión, posteriormente arrebatada a las regiones celestes (Véase Moisés 7:19), enfrascándose también en guerras sin parangón en las que él, como general de los ejércitos de los santos iba adelante “venciendo y para vencer”. De estas guerras nos cuentan nuestras Escrituras (Moisés 7:13-17).
El élder Bruce R. McConkie confirma dicha interpretación. Él enseñó lo siguiente: “Ciertamente, nunca hubo un ministerio tal como el de Enoc y nunca un conquistador y general que lo haya igualado.” (McConkie, DNTC, 3:478).
El primer milenio fue marcado por los siguientes eventos:
§  La Caída de Adán y Eva (Génesis 3:23-24; Moisés 5:1-3)
§  El Evangelio es enseñado a Adán y Eva (Moisés 5:4-12)
§  Predicación del Evangelio a la posteridad de Adán y rechazo por parte de ésta (Moisés 5:13)
§  La Rebelión de Caín y el asesinato de Abel (Génesis 4:1-12; Moisés 5:16-37)
§  La posteridad de Caín crece sobre la Tierra y establece ciudades (Génesis 4:16-24; Moisés 5:31-54)
§  Las obras de tinieblas prevalecen entre los hijos de los hombres (Moisés 5:55-57)
§  Ministerios de Set (Génesis 5:3-8; Moisés 6:2-16), Enós (Génesis 5:9-11; Moisés 6 :17-18), Cainán (Génesis 5 :12-14; Moisés 6 :19), Mahalaleel (Génesis 5 :15-17; Moisés 6 :20) y Jared (Génesis 5 :18-20; Moisés 6 :21-24)
§  Ministerio de Enoc entre sus hermanos (Génesis 5:21-24; Moisés 6:25-68, 7:1-12)
§  Guerras entre los Santos y los Inicuos bajo el liderazgo de Enoc (Moisés 7:13-18)
§  Nace una raza de gigantes inicuos (Génesis 6:4; Moisés 7:15)
§  Enoc establece la Ciudad de Sión (Moisés 7:19-20)
§  Enoc recibe revelaciones acerca de los últimos días (Moisés 7:21-68, 8:1)
§  Ministerios de Matusalén (Génesis 5:25-27; Moisés 8:2-7) y Lamec (Génesis 5:28-31; Moisés 8:8-11)
§  Sión, la Ciudad de Enoc, es arrebatada a los Cielos (Moisés 7:69)
Resulta obvio que el ministerio de Enoc se destaca durante el primer milenio, pues él verdaderamente salió “venciendo y para vencer”. No sólo estableció un reino justo y luchó grandes guerras por la justicia, sino que obtuvo la victoria suprema de los santos, siendo arrebatado a los cielos junto con su pueblo. Su ministerio fue crucial durante el primer milenio de existencia temporal de la Tierra.

El Primer Jinete del Apocalipsis

2La voz del segundo ser viviente, cuya apariencia es semejante a un becerro, preside la apertura del Segundo Sello. Con él, una nueva visión se despliega ante Juan: “Y cuando el abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: ¡Ven y mira! Y salió otro caballo, rojo; y al que lo montaba, le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y para que se matasen unos a otros; y le fue dada una gran espada”.
Al abrirse el segundo sello, que representa los hechos ocurridos durante el segundo milenio de la Tierra, se ve cabalgar un jinete, con una gran espada, montado sobre un caballo rojo, símbolo de la guerra y el derramamiento de sangre. Es probable que quien lo montara fuera el mismísimo Lucifer, pues ciertamente ese fue su gran día de poder, un día de tan grande maldad que toda alma viviente (con excepción de ocho personas) fue encontrada digna de muerte por agua, maldad que hizo que el Señor Dios del cielo hiciese venir el diluvio sobre los hombres. De no ser Lucifer, muy probablemente sería algún hombre sanguinario de esa época, o una persona simbólica representando a muchos guerreros asesinos, de los cuales no hay historia escrita.
El período comprendido por el Segundo Sello abarca desde el nacimiento de Noé (alrededor del 3000 a. de J.C.) hasta la salida de Abrahán de Ur de los caldeos (alrededor del 2000 a. de J.C.), y fue una era de guerra y destrucción, siendo éstas las armas favoritas de Satanás para crear aquellas condiciones sociales en las que los hombres perdieron sus almas. Las Escrituras describen las maldades y abominaciones de la época de Noé de la siguiente forma: “Y Dios vio que la iniquidad de los hombres se había hecho grande en la tierra; y que todo hombre se ensoberbecía con el designio de los pensamientos de su corazón, siendo continuamente perversos…La tierra se corrompió delante de Dios, y se llenó de violencia. Y miró Dios la tierra; y he aquí, estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.” (Moisés 8:22-28)
El segundo milenio fue marcado por los siguientes eventos:
§  Degeneración moral y espiritual de la raza humana (Génesis 5:21, 6:1-7; Moisés 8:12-18)
§  Ministerio de Noé (Génesis 6:8-22; Moisés 8:19-30)
§  El Diluvio (Génesis 7:1-24, 8:1-22, 9.1-17)
§  Repoblación de la Tierra y formación de diversos grupos étnicos a partir de Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé (Génesis 9:18-28, 10:1-32)
§  Reinado de Nimrod, construcción de la Torre de Babel, confusión de las lenguas y dispersión de los descendientes de Sem, Cam y Jafet (Génesis 10:6-12, 11:1-9)
§  Separación de los continentes (1 Crónicas 1:19)
§  Inicio de las migraciones Jareditas (Éter 1:33-43)
§  Surgimiento de Egipto y Mesopotamia como grandes centros culturales y de poder económico, político y religioso (Confirmado por la historia secular; véase también Abrahán 1:21-31, donde se menciona a Egipto y Caldea [Mesopotamia] como dos ejes de poder en su época, así como también en Génesis 11:27-32, 12:10 )
§  Nacimiento de Abraham (alrededor del 2022 a de J.C.)
La designación de este milenio como uno de guerra y derramamiento de sangre es lógica si consideramos los dos períodos del mismo:
§  Período Antediluviano: Debe recordarse que lo que provocó el diluvio fue la terrible maldad de los descendientes de Adán (Moisés 8:22-28). La iniquidad “se había hecho grande en la Tierra; y…todo hombre se ensoberbecía con el designio de los pensamientos de su corazón, siendo continuamente perversos”, además, “la tierra se corrompió… y se llenó de violencia”. Por si fuera poco, los descendientes justos de Set se desviaron de la verdad, mezclándose con la descendencia de Caín, originando a los temibles gigantes (Nephilim, palabra hebrea cuyo significado podría ser: “los Derribadores; los que hacen caer a otros”), los cuales llenaron la tierra de violencia, guerra y destrucción. El élder Hugh Nibley escribió lo siguiente: “Una versión típica de la historia se encuentra en las variantes halladas en los escritos apócrifos de autores cristianos y judíos en la que los hijos de Set (en otras versiones se trata de ‘ángeles’) ansiosos por recuperar el paraíso perdido por Adán, subieron a lo mas alto del monte Hermón para dedicarse a una vida en completo ascetismo, autonombrándose “los vigías” y “los hijos de Elohim.” Esto fue un intento por establecer el orden que rige en los cielos, y cuando todo falló, el frustrado grupo descendió de la montaña para romper el convenio casándose con las hijas de Caín y engendrar una estirpe de “notables ladrones y asesinos.” Determinados a adueñarse la tierra si no podían adueñarse del cielo, los hombres de la montaña se negaron a aceptar su fracaso; crearon un sacerdocio falso y obligaron a los habitantes de la tierra a aceptar los reyes que les fueran impuestos.” (Hugh Nibley, Lehi en el Desierto y el Mundo de los Jareditas, pág. 120). El libro de Génesis registra que dichos gigantes “fueron los valientes [del hebreo: guibborim, “los poderosos”] que desde la antigüedad fueron varones de renombre.” (Génesis 6:4). Dicho grupo de “poderosos” fueron ladrones, intimidadores y tiranos que sometieron al pueblo violentamente y por ello adquirieron fama. Tal usurpación de poder y tiranía, por necesidad involucró guerras, violencia y mucho derramamiento de sangre. Esto impulsó a Dios a destruir a semejante raza valiéndose del Diluvio Universal registrado en Génesis 7.
§  Período Postdiluviano: Aunque la destrucción por el diluvio era aún reciente, la humanidad volvió nuevamente a alzarse en rebeldía contra las leyes divinas. En este período se destaca Nimrod, hijo de Cus y nieto de Cam, quien incitó al mundo entero a rebelarse contra Dios. Nimrod fue el fundador y rey del primer imperio que llegó a existir después del diluvio. Se distinguió como “poderoso cazador delante de Jehová” (Génesis 10:9), aunque en un sentido desfavorable (“delante” se traduce del vocablo hebreo lifnéh; que significa “en contra de”, o “en oposición a”) Josefo, historiador judío, escribió lo siguiente acerca de Nimrod: “…paulatinamente convirtió el gobierno en una tiranía, viendo que la única forma de quitar a los hombres el temor a Dios era… atarlos cada vez más a su propia dominación. Afirmó que si Dios se proponía ahogar al mundo de nuevo, haría construir una torre tan alta que las aguas jamás la alcanzarían, y al mismo tiempo se vengaría de Dios por haber aniquilado a sus antepasados. La multitud estuvo dispuesta a seguir los dictados de Nimrod y a considerar una cobardía someterse a Dios. Y levantaron una torre…más rápido de lo que sería de esperar.” (Antigüedades de los Judíos, Libro I, Cap. IV, secs. 2,3).
El élder Hugh Nibley también enseñó que: “En Génesis 10:4 leemos que Nimrod, el “poderoso cazador ante el Señor,” fundó el reino de Babel y en el siguiente capítulo encontramos que Babel era el nombre de la torre construida para llegar al cielo. Este Nimrod pareciera ser el arquetipo original del Cazador. Su nombre encarna, para los judíos de todas las épocas, el mayor símbolo de rebelión contra Dios y de la autoridad usurpada; “llegó a convertirse en un cazador de las almas de los hombres,” estableció un falso sacerdocio y un falso reino a semejanza del de Dios e “hizo que todos los hombres pecaran.” un escrito de principios de la era cristiana nos informa como los descendientes de Noé lucharon entre sí después de su muerte para dirimir quien debería poseer el reino; finalmente un descendiente de los lomos de Cam prevaleció y de él se derivaron los reinos y sacerdocios de egipcios, babilonios y persas. “Del linaje de Cam,” dice el texto, “surgió por sucesión mística (todo lo opuesto a la santidad) uno llamado Nimrod, quien fue un gigante contra el Señor…y a quien los griegos llamaron Zoroastro y que gobernó el mundo forzando a todos los hombres mediante sus falsas artes mágicas a reconocer su autoridad.” La Crónica Pascal reporta una tradición ampliamente difundida en el sentido de que este gigante que construyó Babilonia no era únicamente el rey de Persia, el cosmocreador, sino también el primer hombre que enseñó el sacrificio y consumo de la carne de animales; una creencia también expresada en el Corán. Existe otra tradición común en el sentido de que la coronación de Nimrod era ilegítima y que gobernó sin derecho en la tierra sobre todos los hijos de Noé y que estos estaban subyugados a su poder y consejo; jamás anduvo por las vías del Señor y fue más inicuo que todos los hombres que le habían antecedido. La antigüedad de estas historias partir de un registro babilónico muy antiguo sobre un rey inicuo que primeramente mezcló “mezquindad y grandeza…en la colina” y ocasionó que todos pecaran, ganando para sí el título de “rey de la noble montaña” (y de la torre), “dios de la anarquía,” dios del caos. En las primeras tradiciones Indoeuropeas este personaje es Dahhak, “el tipo de poca monta, el engañador y el rey de los desenfrenados,” quien se sentó en el trono durante mil años y forzó a todos los hombres a inscribir sus nombres en el libro del dragón, para de ese modo sujetarlos a él. Lo anterior nos recuerda la muy antigua tradición de que cuando Set sucedió a Adán en el sacerdocio, ordenó se conservara un registro especial que fue llamado el Libro de la Vida y que se ocultó de los hijos de Caín. El libro del dragón era una imitación de esto…Nimrod reclamó su derecho al trono una vez que hubo derrotado a todos sus enemigos; sin embargo reclamaba su derecho al sacerdocio en virtud de afirmar poseer el “gárment de Adán.” Las leyendas de los judíos nos aseguran que fue en virtud de poseer este garment que Nimrod fue capaz de reclamar el poder para gobernar sobre toda la tierra y que se sentaba en su torre para que los hombres le adorasen. Los escritores apócrifos, tanto cristianos como judíos, tienen mucho que decir al respecto. Citemos a uno de ellos: “las investiduras de piel que Dios creó para Adán y su esposa Eva cuando fueron expulsados del Jardín de Edén le fueron dadas a Enoc tras la muerte de Adán;” de Enoc pasaron a manos de Matusalén y de Matusalén a Noé, de quien Cam las robó cuando dejaron el Arca. Nimrod, el nieto de Cam las obtuvo de su padre Cus...” (Hugh Nibley, Lehi en el Desierto y el Mundo de los Jareditas, pág. 120-122)
Evidentemente, el segundo milenio merece ser descrito por un caballo rojo, pues durante él los hombres se mataron entre sí, llenaron la tierra de violencia y se subyugaron unos a otros. La maldad proliferó tanto que Dios envió el Diluvio, pero aún después de éste los descendientes de Noé se rebelaron contra Dios; de modo que la violencia, destrucción y guerras fratricidas marcaron el segundo milenio de existencia temporal de este mundo.

El Segundo Jinete del Apocalipsis

3La apertura del Tercer Sello es precedida por la voz del tercer ser viviente, que tiene rostro como de hombre. Juan registra dicha visión de la siguiente manera: Y cuando el abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía: ¡Ven y mira! Y miré, y he aqui un caballo negro; y el que lo montaba tenia una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos medidas de trigo por un denario, y seis medidas de cebada por un denario; pero no dañes el vino ni el aceite. El Tercer Sello abarca el período comprendido entre el año 2000 a. de J.C. y el 1000 a. de J.C. Estos diez siglos incluyen algunas de las más notables personalidades de renombre histórico: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Aarón, Josué, Débora, Gedeón, Jefté, Sansón, Ruth, Samuel y Saúl. Inicia con la salida de Abraham de Ur de los Caldeos (alrededor de 2000 a. de J.C.) y finaliza con el reinado de Saúl (ungido rey alrededor del 1037 a de J.C.).
El caballo que representa este milenio es de color negro, y representa el hambre. En ésta, como en ninguna otra época de la historia de la tierra, el caballo negro del hambre influyó tanto sobre la historia de los tratos de Dios con su pueblo. El jinete lleva en su mano una balanza para medir el grano, que escasea y sube de precio,  por lo que es un símbolo de carestía (compárese con Ezequiel 4:16, en donde comer “el pan por peso [pesado en balanza] es sinónimo de escasez). Con una sola voz, los cuatro seres vivientes dejan saber que es necesario vigilar cuidadosamente el alimento disponible: “Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos medidas de trigo por un denario, y seis medidas de cebada por un denario; pero no dañes el vino ni el aceite. En los días de Juan “dos medidas de trigo” (el equivalente a un litro) era la ración diaria para un soldado y costaba un denario, justamente el salario de un día completo (Mateo 20:2). Si un hombre tenía familia y “dos medidas de trigo” no eran suficientes para alimentarla, podría comprar “seis medidas de cebada” sin refinar (alrededor de seis litros). No obstante, aquella cantidad sólo alimentaría a una familia pequeña; y no se veía a la cebada como un alimento de tanta calidad como el trigo. La expresión “no dañes el vino ni el aceite suele interpretarse como indicación de que, aunque muchas personas experimentarían escasez de alimento y hasta estarían en peligro de morir de hambre, los lujos de los ricos no recibirían daño. Pero en el Oriente Medio el aceite y el vino no son realmente artículos de lujo. En los tiempos bíblicos el pan, el aceite y el vino se consideraban alimentos básicos (compárese con Génesis 14:18; Deuteronomio 7:13; 11:14; Salmo 104:14-15; Joel 2:19). El agua no siempre era buena, y por eso comúnmente se bebía vino, y esta bebida a veces se usaba como medicina (1 Timoteo 5:23). Respecto al aceite, en los días de Elías a la viuda de Sarepta, pobre como era, todavía le quedaba aceite con el cual cocer la harina que aún tenía (1 Reyes 17:12). Por lo tanto, el mandato de no dañar el aceite de oliva y el vino  parece que es un consejo de no usar estos artículos básicos demasiado rápido, sino con economía. De otro modo, recibirán daño, es decir, se acabarán antes de que el hambre termine.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “En los primeros años de este sello, el hambre en Ur de los caldeos fue tan severa que el hermano de Abraham, Harán, murió por esa causa, mientras que el padre de los fieles recibió el mandato de Dios de llevar a su familia a Canaán (Abraham 1:29-30, 2:15) De su lucha para obtener suficiente alimento para sobrevivir, Abraham dijo: [Leer Abraham 2:17, 2:21]…Ésta búsqueda de sustento todavía sopesaba sobre el pueblo en los días de Jacob, quien envió a sus hijos a Egipto a comprar trigo de los graneros de José su hijo. En aquella época “hubo hambre en todos los países”, y fue solamente mediante la intervención divina que Jacob y los primeros integrantes de la Casa de Israel fueron salvados del destino de Harán (Génesis 41:53-57; 42; 43 y 44) Y en los días de su viaje por el desierto, los millones de la descendencia de Jacob que habían seguido a Moisés al salir del cautiverio en Egipto, a fin de que no muriesen de hambre, fueron alimentados durante cuarenta años con maná del cielo (Éxodo 16)…Ciertamente el tercer sello fue un milenio en el cual el hambre entre los hombres afectó el curso total de los tratos de Dios con su pueblo” (McConkie, DNTC, 3:479-480).
Los principales sucesos ocurridos  durante este milenio, de acuerdo con la historia sagrada, fueron:
§  Abraham abandona Ur y viaja hacia la Tierra prometida (Génesis 12:1-9: alrededor del 2000 a. de J.C.)
§  Como consecuencia de la Primer Gran Hambruna, Abraham viaja a Egipto (Génesis 12:10-20)
§  Nacimiento de Isaac (Génesis 21:1-3; alrededor del 1922 a. de J.C.)
§  Nacimiento de Jacob y Esaú (Génesis 25:19-26; alrededor del 1862 a. de J.C.)
§  Muerte de Abraham (Génesis 25:7-9; alrededor del 1847 a. de J.C.)
§  Nacimiento de los Doce Patriarcas de la nación judía (Génesis 29:31-35;30:1-24)
§  José es vendido en Egipto (Génesis 37:2-36; alrededor del 1754 a. de J.C.)
§  Muerte de Isaac (Génesis 35:28-29; alrededor del 1742 a. de J.C.)
§  José llega a ser Primer Ministro de Egipto (Génesis 41:37-46; alrededor del 1741 a. de J.C.)
§  Jacob se muda con su familia a Egipto al inicio de la Segunda Gran Hambruna (Génesis 46:26-34; 47:1-12; alrededor del 1732 a. de J.C.)
§  Muerte de Jacob (Génesis 47:28-31; 48:1-21; 49:1-33; 50:1-14; alrededor del 1715 a. de J.C.)
§  Muerte de José (Génesis 50:22-26, alrededor del 1661 a. de J.C.)
§  Nacimiento de Moisés (Éxodo 2:1-10; alrededor del 1597 a. de J.C.)
§  Moisés libera a Israel de Egipto (Éxodo 14; alrededor del 1517 a. de J.C.)
§  Moisés es trasladado (Deuteronomio 34:5-7; alrededor del 1477 a. de J.C.)
§  La conquista de Canaán (Josué 1-14; alrededor del 1470 a. de J.C.)
§  Período de los jueces Otoniel (1434 a. de J.C.), Aod y Samgar (1375 a. de J.C.), Débora (1333 a. de J.C.), Gedeón (1286 a. de J.C.), Abimelec (1246 a. de J.C.), Tola (1249 a. de J.C.), Jair (1228 a. de J.C.), Jefté (1118 a. de J.C.), Ibzán (1182 a. de J.C.), Elón (1175 a. de J.C.), Abdón (1167 a. de J.C.), Sansón (1139 a. de J.C.) y Elí (1119 a. de J.C.) [Véase Jueces 3:7-16:31; 1Samuel 1:1-2:36] Ocurre la Tercera Hambruna (Rut 1:1)
§  Samuel es llamado como profeta (1 Samuel 3:1-21; alrededor del 1079 a. de J.C.)
§  Saúl es ungido Rey (1 Samuel 9:1-10:27; 1037 a. de J.C.)
§  Muerte de Saúl (alrededor del 1077 a. de J.C.; véase 1 Samuel 31:1-13)  
§  Reinado de David sobre la tribu de Judá en Hebrón (alrededor del 1077 a. de J.C.; véase 2 Samuel 2:1-5:5); siete años más tarde, en 1070 a. de J.C., David es nombrado rey sobre todo Israel, reinado que duró hasta 1037 a. de J.C.
Durante este milenio, las Escrituras registran por lo menos tres grandes hambrunas generalizadas; la primera ocurrió en la época de Abraham (Génesis 12:10); la segunda en los días de José (Génesis 41:56-57); y la tercera durante el período de los jueces (Rut 1:1). Como el hambre sigue a la espada, así los dolores de ella deben haber carcomido los vientres del pueblo del Señor durante el tercer sello.

El Tercer Jinete del Apocalipsis

4La apertura del Cuarto Sello es anunciada por el cuarto ser viviente, que tiene aspecto como de águila volando. Juan nos dice: Y cuando el abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: ¡Ven y mira! Y miré, y vi un caballo amarillo; y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía; y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra”.
Este Cuarto Sello abarca el período comprendido entre el año 1000 a. de J.C. y el nacimiento de nuestro Señor. El último de los cuatro caballos simbólicos vistos por Juan es de color amarillo, pálido como un cadáver, y el jinete que lo monta tiene por nombre Muerte. Es el único de los cuatro jinetes del Apocalipsis que revela tan directamente quién es. Es apropiado que la muerte monte un caballo amarillo (del griego kjlorós; pálido, bayo o verdoso), puesto que dicha palabra se usa en la literatura griega para describir caras descoloridas, como por alguna enfermedad, y sugiere la palidez de la muerte. También es apropiado que la Muerte esté seguida de cerca por el Hades (palabra que designa tato al sepulcro como al infierno, o prisión espiritual). Se dice que a la muerte se le dio “potestad sobre la cuarta parte de la tierra”. No necesariamente la cuarta parte de la población de la Tierra en sentido literal, sino una gran población de la Tierra. El jinete del caballo pálido o amarillento siega su propia cosecha mediante guerras, hambrunas, plagas mortíferas e incluso las bestias salvajes.
De acuerdo con las Escrituras y la historia secular,  los principales sucesos que marcaron este milenio fueron:
§  Reinado de Salomón (1 Reyes 1:38-2:46; entre el 1037 y el 998 a. de J.C.)
§  División del pueblo en dos reinos: Israel, al norte, y Judá, al sur (1 Reyes 11:1-12:24; alrededor del 998 a. de J.C.)
§  Reinados de Roboam (1 Reyes 14:21-30), Abiam (1 Reyes 15:1-8), Asa (1 Reyes 15:9-24),  Josafat (1Reyes 22:41-50), Joram (2 Reyes 8:16-24), Ocozías (2 Reyes 8:25-29; 9:27-29), Atalía (2 Reyes 11:1-20), Joás (2 Reyes 12), Amasías (2 Reyes 14:1-20), Azarías (2 Reyes 15:1-7), Jotam (2 Reyes 15:32-38) y Acaz (2 Reyes 17:1-6) en Judá [Desde el 998 hasta el 745 a. de J.C.]
§  Reinados de Jeroboam (1 Reyes 12:25-14:20), Nadab (1 Reyes 15:25-32), Baasa (1 Reyes 15:33-16:7),  Ela (1 Reyes 16:8-14), Zimri (1 Reyes 16:15-20), Omri (1 Reyes 16:21-28), Acab (1 Reyes 16:29-22:40), Ocozías (1 Reyes 22:51-53; 2 Reyes 1:1-18), Joram (2 Reyes 3:1-9:37), Jehú (2 Reyes 10), Joacaz (2 Reyes 13:1-9), Joás (2 Reyes 13:10-13), Jeroboam II (2 Reyes 14:23-29), Zacarías (2 Reyes 15:8-12), Salum (2 Reyes 15:13-16), Manahem (2 Reyes 15:17-22), Pekaía (2 Reyes 15:23-26), Peka (2 Reyes 15:27-31) y Oseas (2 Reyes 17:1-6)          en Israel (Desde el 998 hasta el 740 a. de J.C.)
§  Destrucción del Reino de Israel a manos de Asiria (740 a. de J.C., véase 2 Reyes 17:6-41; 18:9-12)
§  Reinados de Ezequías (2 Reyes 18:1-8, 18:13-20:21), Manasés (2 Reyes 21:1-18), Amón (2 Reyes 21:19-26) y Josías (2 Reyes 22:1-23:30) en Judá [Desde el 745 hasta el 629 a. de J.C.]
§  Nabopolasar, rey de Babilonia, funda una nueva dinastía caldea alrededor de 645 a. de J.C. Su hijo, Nabucodonosor II concluye la restauración de la ciudad y la lleva a su máxima gloria.
§  Caída del Imperio Asirio tras la conquista de Nínive por el rey Nabopolasar de Babilonia, y Ciaxares, rey de Media (632 a. de J.C.)
§  Reinados de Joacaz (2 Reyes 23:31-35), Joacim (2 Reyes 23:36-24:7), Joaquín (2 Reyes 24:8-17) y Sedequías (2 Reyes 24:18-20) en Judá (Desde el 629 hasta el 607 a. de J.C.).
§  La nación jaredita es destruida en América. Lehi y su familia huyen de Jerusalén y viajan al Nuevo Mundo; dando origen a la civilizaciones nefita y lamanita (Entre el 600 y el 570 a. de J.C.; véase Éter 15; 1 Nefi 1-22; 2 Nefi 1-5)
§  Destrucción del Reino de Judá a manos de Babilonia (607 a. de J.C., véase 2 Reyes 25). Los judíos son llevados cautivos a Babilonia y son obligados a vivir en el exilio (Daniel 1:1-4:37)
§  Caída del Imperio Babilónico con la toma de su ciudad capital la noche del 5 de octubre de 539 a. de J.C. [Calendario Gregoriano], cuando cayó ante las fuerzas invasoras medopersas bajo el mando de Ciro el Grande (Daniel 5:1-30).
§  Ciro da libertad a los judíos para regresar a Jerusalén a finales de 538 o a principios de 537 a. de J.C. (2 Crónicas 36:22-23; Esdras 1:1-4)
§  Roma inicia la subyugación de la península italiana y la dominación de sus pueblos (509 a. de J.C.)
§  Ester, joven judía huérfana de la tribu de Benjamín, llega a ser reina de Persia (alrededor del 488 a. de J.C.) al ser elegida por el rey Asuero (Jerjes I, hijo del rey persa Darío el Grande) como sustituta de la reina Vasti. Ester y Mardoqueo frustran la conspiración de Amán y salvan al pueblo judío de su exterminio (Ester 1:1-10:3)
§  Caída del Imperio Medo-Persa a manos de Alejandro el Grande quien, en el año 334 a. de J.C. se propuso vengarse de Persia por sus ataques a algunas ciudades griegas de la costa occidental de Asia Menor. Su conquista relámpago, no sólo de toda Asia Menor, sino también de Siria, Palestina, Egipto y todo el Imperio Medo-Persa, hasta la India, cumplió el cuadro profético de Daniel 8:5-7, 20,21. Grecia pasa a ser el nuevo imperio dominante a nivel mundial. En 332 a. de J.C. muere Alejandro el Grande y el Imperio Griego es dividido en cuatro reinos, ninguno de los cuales alcanzó el poder del imperio original.
§  Macedonia y Grecia (una de las cuatro divisiones del Imperio de Alejandro) cae ante los romanos en el año 197 a. de J.C.
§  Intento de helenización forzosa del pueblo judío y rebelión de los macabeos.  La rebelión empezó en 168 a. de J.C. cuando Matatías, un sacerdote anciano, mató a un comisionado real y a un judío apóstata cuando estaban a punto de ofrecer un holocausto pagano. Después de unos meses de guerra de guerrillas, el viejo sacerdote murió y sus hijos, Eleazar y Juan, fueron asesinados. Los tres hijos que quedaban —Judas, Jonatán y Simón— tomaron sus turnos en el liderato de la insurrección. En 143 y 142 a. de J.C. Simón tuvo éxito en establecer la virtual independencia política de Judea. Sus descendientes continuaron su dinastía hasta el año 34 cuando Herodes y los romanos destronaron a Antígonas, el último en el linaje de Matatías.
§  El Reino Seleúcida, que abarcaba gran parte de del antiguo territorio de Siria, así como toda Palestina, es tomada por Pompeyo en el año 64 a. de J.C.
§  Roma alcanza el cenit de su gloria internacional durante la época de los césares, iniciando con Julio César; quien fue nombrado dictador por diez años en 46 a. de J.C., pero fue asesinado por unos conspiradores en 44 a. de J.C.
§  Octavio, el sobrino adoptivo de Julio César, derrota a Antonio en la batalla de Accio (año 31 a. de J.C.), dando fin al período republicano e iniciando el período imperial romano.
§  Octavio conquista Egipto, último vestigio del imperio griego, gobernado hasta entonces por Cleopatra, última reina de la dinastía tolemaica (año 30 a. de J.C.)
§  Nacimiento de Jesucristo (año 0; véase Lucas 2:1-20)
El Cuarto Milenio vio el cumplimiento de la visión de muchas de las visiones de Daniel, en particular las referidas al sueño de Nabucodonosor y de las bestias simbólicas que representaban los imperios mundiales que surgieron antes y durante los días de Cristo (Véase Daniel 2:31-40; 7:2-7; 8:1-22; 11:2-45). Si se considera que el surgimiento y expansión de cada uno de dichos imperios implicó guerras y derramamiento de sangre, es lógico afirmar que el cuarto milenio de existencia temporal de la Tierra fue uno dominado por la Muerte, la cual desenfundó su terrible espada sobre los habitantes de la  Tierra. La guerra y el derramamiento de sangre, a su vez, generaron escaseces y hambrunas como secuelas; lo cual abrió, seguramente, el paso a diversas plagas o enfermedades que consumaron la obra de muerte. Pero también se mencionan las bestias como una cuarta causa de muerte. Ciertamente los cuatro azotes que se nos muestran al ser abierto el Cuarto Sello – la guerra, el hambre, las enfermedades y las bestias salvajes – eran vistos en la antigüedad como causas predominantes de muerte precoz (Véase Ezequiel 14:21).
El élder Bruce R. McConkie describió este período como uno en el que “…la muerte trató sin miramientos a las naciones de los hombres, y el infierno estaba a sus pies. Así, los muertos entre los infieles de esa época de sangre – por la espada, por el hambre, por la pestilencia o por las bestias salvajes – eran, luego de su muerte, arrojados al infierno. Este es el milenio de los grandes reinos y naciones cuyas guerras y traiciones atormentaron y se excedieron, una y otra vez, sobre la gente. Esa es también la época general en la que el propio pueblo del Señor guerreó entre sí y mandó prematuramente a la tumba, a un incontable número de sus propios hermanos” (McConkie, DNTC, 3:481).

La Muere, el Cuarto Jinete del Apocalipsis

5La apertura del Quinto Sello, correspondiente al Quinto Milenio de existencia temporal de la Tierra, nos trae la siguiente visión: “Y cuando el abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían. Y clamaban en alta voz, diciendo: ¿Hasta cuando, oh Señor, santo y verdadero, tardarás en juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra? Y se le dio a cada uno vestiduras blancas; y se les dijo que reposasen un poco más de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que también habían de ser muertos como ellos”.
El período comprendido durante este sello inicia con el nacimiento de Cristo y termina alrededor del año 1000 d.C.; es decir, los primeros diez siglos de la Era Cristiana. En lo que concierne al pueblo del Señor, los acontecimientos del quinto sello que merecen atención especial son:
1.       El nacimiento en la Tierra del Unigénito de Dios; su ministerio entre los hombres y el sacrificio expiatorio que efectuó derramando Su propia sangre.
2.       El establecimiento de la Iglesia de Cristo, y el increíble fanatismo entre los incrédulos que hizo que la aceptación del martirio fuese casi sinónimo de la aceptación del Evangelio.
3.       El desvío total apartándose del cristianismo verdadero y perfecto, triste eventualidad que dio inicio a la larga noche de obscuridad apóstata sobre toda la faz de la Tierra.
Como se mencionó anteriormente, el Apocalipsis está lleno de simbología tomada del Tabernáculo y del sistema ritual mosaico. En visiones anteriores se pudo observar a Dios sentado en su trono (de lo cual el Arca del Pacto fue un símbolo), los querubines que lo rodean, el mar vítreo, las lámparas y a veinticuatro ancianos que llevan incienso, rasgos que se asemejan a los del Tabernáculo construido por Moisés y al Templo de Salomón (Véase Éxodo 25:17-18, 40:24-27, 40:30-32, 1 Crónicas 24:3-6). Ahora, con la apertura del quinto sello, se revela ante Juan la visión de un altar de sacrificios simbólico en el cielo (Compárese con Éxodo 40:29).
En el Tabernáculo y en el Templo de Salomón había dos altares: El Altar de Bronce, llamado también Altar del Holocausto, para ofrecer sacrificios cruentos (Éxodo 27:1-6; Levítico 4:1-4, 4:17-18), lo cual tipifica la cruz de Cristo y su muerte allí; y el Altar de Oro, llamado también el Altar del Perfume o el “altar que está delante de Jehová” (Éxodo 30:1-10; Levítico 16:12), al cual lo acompañaba un incensario de oro en el cual se prendía luego el incienso. Este altar representaba a Cristo como intercesor y es a la vez un símbolo de la oración. Por eso, el altar al que se alude en Apocalipsis 6:9 es indudablemente el altar de bronce y no el altar de oro, pues debajo de él se observan víctimas sacrificadas.
El Altar de Bronce era el primer objeto sagrado en el Tabernáculo. Era el primero en el orden de la experiencia del pecador y el primero en importancia. Este altar tiene una importancia suprema, porque prefigura a Cristo y a su cruz. Allí encontramos una figura de la satisfacción eterna que el Padre encuentra en la ofrenda de Su amado Hijo.  Nos recuerda que para quitar el pecado fue necesario derramar sangre preciosa, y que hay una provisión continua de misericordia para el pecador arrepentido, pues al pie de la cruz hay aceptación continua delante de Dios. Puesto que el altar es un lugar de sufrimiento y de sangre, es un símbolo vívido de cómo un Dios Santo tiene que tratar con el pecado y con el pecador. Finalmente, el altar tipifica el sacrificio de Cristo, el único medio para recibir el perdón de los pecados, y el único camino de acceso a la comunión con Dios. Por ello el altar representa, en la visión de Juan, el sacrificio expiatorio y eterno de Cristo, lo cual fue el suceso principal, no sólo del quinto milenio, sino de la historia humana en su totalidad. Debajo de ese altar que Juan vio están “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían”. Debido a que el altar era el lugar donde una vida inocente era entregada, es propio que los discípulos de Cristo que han muerto por su testimonio sean representados como estando debajo de él. Debe recordarse que durante este período el cristianismo fue perseguido sistemática y violentamente por el Imperio Romano. Las almas de los mártires de Cristo bajo el altar, o al pie de este, evocan la sangre de los animales sacrificados derramada al pie del altar (Levítico 4:7), y le atribuye a la muerte de los mártires el valor de un sacrificio aceptado por Dios (Compárese con Filipenses 2:17; 2 Timoteo 4:6).
Tal como lo menciona Juan, la sangre de los mártires de esa dispensación clama al señor por venganza; más sin embargo, el  Señor les advierte que aún faltan muchos más que han de ser martirizados como ellos por defender la verdad. La venganza es todavía futura; no obstante, se les dan ropas blancas, símbolo de pureza, perfección y santidad, como indicando que su sacrificio no fue en vano, que pelearon la buena batalla y triunfaron. Son ahora aceptados en la presencia del Señor.
Pero, ¿Qué ocurrió realmente durante el Quinto Milenio? ¿Fueron las persecuciones realmente intensas?
Aunque los romanos eran muy tolerantes en materia religiosa y permitían a los pueblos sometidos practicar su fe libremente; exigían a los cristianos adorar también a los dioses romanos, sobre todo al emperador. Los cristianos rehusaban lo uno y lo otro, por ello fueron acusados de traición al Imperio y de ateísmo. Al celebrar los cristianos la Santa Cena en secreto y en casas privadas se les acusó fácilmente de inmoralidades horrorosas, incluso de canibalismo.  Aunque no fueron los únicos, los siguientes emperadores romanos se distinguieron por su oposición al cristianismo:
§  Nerón (54-68 d.C.): La primera persecución extendida y notable de los cristianos bajo el edicto oficial del emperador romano fue el que se instigó por Nerón en el año 64 d.C. Ese año sucedió el gran incendio de Roma. El pueblo sospechaba de Nerón, y para alejar de sí mismo las sospechas, éste acusó a los cristianos y ordenó su castigo. Miles fueron muertos de las maneras más crueles. Tácito, un escritor no cristiano cuya integridad como historiador es estimada, dijo: " Con esta vista, él (Nerón) infringía las torturas más exquisitas sobre aquellos hombres quienes, bajo el apelativo de cristianos, ya se les marcaba con infamia merecida. Ellos derivaban su nombre y origen de Cristo, quien, durante el reinado de Tiberio había padecido la muerte por la sentencia del procurador Poncio Pilato. Por un tiempo esta superstición horrorosa fue contrarrestada; pero nuevamente estalló; y no sólo se esparció sobre Judea, el primer asiento de la secta maliciosa, pero aún se introdujo en Roma, el asilo común, lo cual recibe y protege todo lo que es impuro, todo lo que es atroz. Las confesiones de aquellos que fueron prendidos descubrían a muchos de sus cómplices, y todos ellos fueron condenados, no tanto por el crimen de encender la ciudad, sino por su odio del género humano. Ellos murieron en tormento, y sus tormentos se amargaron por insultos e irrisión. A algunos se les clavaron en cruces; a otros se les envolvía y cosía en cueros de bestias salvajes y fueron expuestos a la furia de los perros; a otros, untados con materiales combustibles, se les usaba como antorchas para iluminar la obscuridad de la noche. Los jardines de Nerón fueron destinados por el espectáculo lúgubre, lo cual fue acompañado, por una carrera de caballos, y honrado con la presencia del emperador, quien se mezclaba con el populacho en la vestimenta y actitud de un cochero. La culpabilidad de los cristianos en verdad merecía los castigos mas ejemplares, pero el aborrecimiento público se cambió en conmiseración desde la opinión de que aquellos desgraciados infelices fueron sacrificados, no tanto para el bienestar público como para la crueldad de un tirano celoso.” (Tácito, “Anales”, Libro 5, cap. 44.)
Esta, la primera persecución por Edicto Romano, prácticamente terminó con la muerte del tirano Nerón en el año 68 d.C. Según la tradición traspasada de los primeros escritores cristianos, los apóstoles Pablo y Pedro padecieron el martirio en Roma, el primero por degollamiento y el último por crucifixión, durante esta persecución y se declara además que la esposa de Pedro fue muerta poco antes de su esposo; pero la tradición ni es confirmada ni desaprobada por registro auténtico.
§  Domiciano (81-96 d.C.): La segunda persecución oficialmente designada bajo autoridad Romana comenzó en el año 93 o 94 d.C. durante el reinado de Domiciano. Inició una persecución de los cristianos acusándolos de ateos, lo que probablemente signifique que se negaban a participar en la adoración del Emperador. Tanto cristianos como judíos se hallaban bajo el disgusto de este príncipe, porque ellos rehusaban reverenciar las estatuas que él había erigido como objetos de adoración. Una causa adicional por su animosidad especial contra los cristianos, como se afirma por los primeros escritores, es la siguiente: el emperador fue persuadido de que estaba en peligro de perder su trono, en vista de una predicción reputada de que de la familia a la cual pertenecía Jesús se levantaría uno que debilitaría y podría derrocar el poder de Roma. Con esta como su excusa ostensible, este gobernador malvado emprendió terrible destrucción contra un pueblo inocente. Alegremente, la persecución así empezada era de una duración de sólo unos pocos años. El fin da la persecución fue causado por la muerte intempestiva del emperador; aunque Domiciano hizo que los descendientes vivientes fuesen traídos delante de él, y que después de interrogarles, él se convenció de que él no estaba en ningún peligro de ellos; y por consiguiente, les despidió con contumacia y mandó que cesara la persecución. Se cree que mientras el edicto de Domiciano estaba en vigencia el Apóstol Juan sufrió el destierro a la isla de Patmos. Dicha persecución fue breve, pero sumamente violenta. Muchos miles fueron muertos en Roma y en toda Italia, entre ellos el primo del Emperador, Flavio Clemente, cuya esposa Flavia Domitila fue desterrada.
§  Trajano (98-117 d.C.): Lo que se conoce en la historia eclesiástica como la tercera persecución de la Iglesia Cristiana tuvo lugar durante el reinado de Trajano. Fue uno de los mejores emperadores, pero creía que debía hacer cumplir las leyes del Imperio, y el Cristianismo se consideraba religión ilegal por cuanto los cristianos se negaban a sacrificar ante los dioses romanos o tomar parte en el culto del Emperador. La Iglesia era considerada como sociedad secreta, cosa que era prohibida. No se les buscaba de oficio a los cristianos, pero si eran denunciados, se les castigaba. Entre los que perecieron bajo su reinado estuvieron Simeón hermano de Jesús, obispo de Jerusalén, crucificado en el 107 d.C., e Ignacio el segundo obispo de Antioquia, llevado a Roma y arrojado a las fieras; en el 110 d.C.
Plinio, quien fue enviado por el Emperador a Asia Menor (en donde los cristianos eran ya tan numerosos que los templos paganos estaban casi desiertos) para castigar a quienes se negaban a maldecir a Cristo y a sacrificar ante la imagen del Emperador, escribió a Trajano:
“Plinio a Trajano, emperador: Salud. - Es mi costumbre usual, Señor, de referir todas las cosas de las cuales abrigo cualquier duda, a Ud. Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi juicio en su vacilación, o en instruir mi entendimiento en su ignorancia? Jamás he tenido la fortuna de estar presente en cualquier exterminación de cristianos, antes de venir yo a esta provincia. Estoy, por lo tanto en pérdida de determinar cuál es el objeto usual ora de interrogación o de castigo, y a qué amplitud una u otra se debe llevar. También ha sido para mí una pregunta muy problemática - , de si se debe hacer una distinción entre el viejo y el joven, el tierno y el robusto; - de si se debe conceder espacio alguno para arrepentimiento, o si la culpabilidad de la cristiandad una vez incurrido es de ser expiado por la retracción más inequívoca; - de si el nombre mismo, abstraído de perversidad alguna de conducta, o si los crímenes relacionados can el nombre, con el objeto de castigo. Por mientras, éste ha sido mi método, con respecto a los que me fueron traídos como cristianos. Les pregunté si eran cristianos: si pleitearon culpables, les interrogué dos veces, de nuevo con una amenaza de castigo capital. En el caso de perseverancia obstinada ordené que fueran muertos. Porque de esto no tuve duda, lo que fuera la naturaleza de su religión, que una inflexibilidad repentina y obstinada demandó une venganza del magistrado. Algunos se infectaron con la misma locura, a quienes, por causa de su privilegio de la ciudadanía, yo les reservé para mandarles a Roma, para ser referidos a su tribunal. En el curso de este negocio, diluviándose informaciones, como suele pasar cuando se les anima, ocurrieron más casos. Un libelo anónimo fue exhibido, con un catálogo de nombres de personas, quienes aún declararon que entonces no eran cristianos, ni jamás lo habían sido; y ellos me repitieron una innovación de los dioses y de su imagen, lo cual, para este propósito, yo había mandado ser traído junto con las imágenes de les deidades. Ellos efectuaron ritos sagrados con vino e incienso, y execraron a Cristo, - ninguna de las cuales cosas, me dicen, se puede compeler a un cristiano a hacer. Sobre este asunto los despedí. Otros nombrados par un soplón, primeramente afirmaron y entonces negaron la acusación de cristiandad; declarando que ellos habían sido cristianos, pero habían dejado de serlo unos tres años atrás, otros aun más tiempo atrás, algunos aun veinte años atrás. Cada uno de ellos adoró a su imagen, y a las estatuas de los dioses, y también execraron a Cristo. Y este fue la cuenta que dieron de la naturaleza de la religión que una vez ellos habían profesado, si merece el nombre de crimen o error, - a saber - que ellos estaban acostumbradas en dicho día a juntarse antes del alba, y a repetir entre si un himno a Cristo como a un dios, y a comprometerse con un juramento, con una obligación de no cometer maldad alguna; - pero al contrario, de abstenerse de hurtos, robos, y adulterios; - también de no violar su promesa o negar una prenda; después del cual fue su costumbre de separarse, y reunirse nuevamente a una comida promiscua inofensiva, de la última práctica, la cual sin embargo desistieron, después de la publicación de mi edicto, en lo cual, de acuerdo con sus órdenes - prohibí a cualquiera sociedad de ese tipo. Sobre lo cual asunto juzgué ser más necesario preguntar, por la tortura, a dos mujeres, a quienes se les decía ser diaconisas, cual es la verdad real, pero nada pude sacar excepto una depravada y excesiva superstición. Defiriendo, por lo tanto, cualquiera investigación además, determiné consultarle a Ud. Muchas personas están informadas contra toda edad y de ambos sexos; y más todavía estarán en la misma situación. El contagio de la superstición no solamente se ha desparramado por ciudades, pero aún en villas y el campo. No que considere yo imposible chequearlo y corregirlo. El éxito de mis esfuerzos hasta aquí no permite tales pensamientos desanimados; porque los templos, una vez casi desolados, empezaron a ser frecuentados, y las sagradas solemnidades, las cuales antes escasamente podían hallar a un comprador. Por consiguiente concluyó que se podría reclamar a muchos si la esperanza de impunidad, en condición del arrepentimiento fuese absolutamente confirmada.”
La respuesta del emperador dice:
“Trajano a Plinio: Has hecho perfectamente lo correcto, mi querido Plinio, en la interrogación que has hecho concerniente a los cristianos. Porque a la verdad ninguna regla general sola puede establecerse, la cual aplicaría a todo caso. A esta gente no se debe buscar. Si te son traídos y condenados, deja que sean castigados capitalmente, mas con esta restricción de que si alguno renunciare el cristianismo, y evidenciare su sinceridad al suplicar a nuestros dioses, no obstante cuán sospechoso sea para el pasado, él obtendrá perdón para el futuro, en condición de su arrepentimiento. Pero los libelos anónimos en ningún caso han de ser atendidos: porque el precedente seria de la peor suerte, y perfectamente incongruente a los Máximos de mi gobierno.” (Milner, Church History, Edición de 810, siglo II, capítulo 1).
§  Adriano (117-138 d.C.): Perseguía a los cristianos, aún cuando en menor grado. Telésforo, obispo de la iglesia de Roma, y muchos otros padecieron el martirio. Sin embargo, durante este reinado el cristianismo hizo notables progresos en números, riquezas, erudición e influencia social.
§  Antonio Pío (138-161 d.C.): El más noble de los emperadores, pero también persiguió a los cristianos.
§  Marco Aurelio (161-180 d.C.): Así como Adriano, consideraba la manutención de la religión del Estado una necesidad política; pero a diferencia de Adriano, estimulaba la persecución de los cristianos. Fue una persecución cruel y bárbara, la más severa desde Nerón. Muchos miles fueron decapitados o arrojados a las fieras, entre ellos Justino Mártir. Fue especialmente feroz en el sur de Galia (actual Francia). Las torturas que las víctimas soportaban sin acobardarse son casi increíbles. Entre aquellos que padecieron el destino del mártir en ese tiempo, se mencionan Policarpo, el obispo de Esmirna y Justino Mártir, conocido en la historia como filósofo; así como una esclava llamada Blandina quien, torturada desde la mañana hasta la noche exclamaba, "Soy cristiana; entre nosotros no se hace ningún mal.”
§  Septimio Severo (193-211 d.C.): Esta persecución fue muy severa pero no general. Sufrieron principalmente Egipto y el norte de África. En Alejandría "diariamente eran quemados, crucificados o decapitados muchos mártires",  entre ellos Leónidas, el padre de Orígenes. En Cartago, Perpetua, dama noble, y su fiel esclava Felícitas fueron despedazadas por las fieras. Ante tales matanzas, Tertuliano (160-220 d. C.), uno de los principales apologistas del cristianismo de dicha época, afirmó: “Más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos es la semilla de la Iglesia (Tertuliano, Apología, Párrafo 50).
§  Maximino (235-238 d.C.): En este reinado fueron muertos muchos prominentes dirigentes cristianos. Orígenes se salvó escondiéndose.
§  Decio (249-251 d.C.): Un período de severidad excepcional en la persecución, y sufrimiento acaeció a los cristianos durante el corto reinado de Decio, también conocido como Decio Trajano. Determinó resueltamente exterminar el cristianismo. Su persecución fue extensiva en el Imperio, y muy violenta. Multitudes perecieron bajo las torturas más crueles en Roma, el norte de África, Egipto y Asia Menor.
§  Valeriano (253-260 d.C.): Más severo que Decio; se proponía la destrucción total del cristianismo. Muchos dirigentes fueron ejecutados, entre ellos Cipriano, obispo de Cartago.
§  Aureliano (270-275 d.C.): También persiguió a los cristianos.
§  Diocleciano (284-305 d.C.): La última persecución imperial, y la más severa, fue extensiva en todo el Imperio. Al principio fue muy tolerante para con la creencia y prácticas cristianas, siendo en verdad registrado que su esposa e hijas eran cristianas, aunque en algún sentido secretamente. Luego, sin embargo, se tornó en contra de la Iglesia y emprendió llevar a cabo la supresión de la religión cristiana. A este fin él ordenó una destrucción general de los libros cristianos, y decretó la pena de muerte contra todo aquel que guardara tales obras en su posesión. El incendio estalló dos veces en el palacio real en Nicomedia, y en cada ocasión el hecho incendiario se acusó a los Cristianos con resultados terribles. Cuatro edictos separados, cada uno sobrepujando en vehemencia los decretos anteriores, se publicaron en contra de los creyentes; y por un período de diez años fueron víctimas de la rapiña desenfrenada, el despojo, y la tortura. Al término de la década de terror la Iglesia estaba en una condición esparcida y aparentemente desesperada. Los registros sagrados habían sido quemados; los lugares de adoración habían sido arrasados al suelo; miles de cristianos habían sido muertos; y todo esfuerzo posible se había hecho para destruir la Iglesia y para abolir la Cristiandad de la tierra. Las descripciones de los extremos horribles a los cuales se llevó la brutalidad son asquerosas al alma. Un ejemplo singular tiene que bastar. Eusebio, refiriéndose a las persecuciones en Egipto, dice: "Y tal también fue la severidad de la lucha que los Egipcios soportaban, quienes lucharon gloriosamente por la fe en Tiro. Miles, tanto hombres, como mujeres y niños, despreciando la vida actual por la causa de la doctrina de nuestro Salvador, se sometieron a la muerte en varias formas. Algunos, después de ser torturados con desperdicios y la rueca, y los azotes más horribles, y otras agonías innumerables que a uno le harían estremecerse de oír, fueron arrojados finalmente a la llamas; algunos se hundieron y se ahogaron en el mar, otros voluntariamente ofrecieron su propia cabeza a los verdugos, otros, muriendo en medio de los tormentos, algunos se demacraron por hambre, y otros también clavados en la cruz. Algunos, en verdad, fueron ajusticiados como solían ser los malhechores; a otros, más cruelmente, se les clavaron con la cabeza hacia abajo, y mantenidos vivos hasta que fueran destruidos por la muerte de hambre en la cruz misma." (Eusebio, Ecclesiastical History, Libro 8, cap. 8.)
Tan general fue la persecución bajo Diocleciano, y tan destructivo fue su efecto, que a su cesación se creía que la Iglesia estaría extinguida por siempre jamás. Monumentos se levantaron para conmemorar el celo del emperador como perseguidor, notablemente dos pilares erigidos en España. En uno de ellos hay una inscripción ensalzando al poderoso Diocleciano "POR HABER EXTINGUIDO El NOMBRE DE LOS CRISTIANOS QUIENES TRAJERON A LA RUINA LA REPÚBLICA." Un segundo pilar conmemora el reinado de Diocleciano, y honra al emperador "POR HABER ABOLIDO POR DOQUIER LA SUPERSTICION DE CRISTO; POR HABER EXTENDIDO LA ADORACION DE LOS DIOSES." Una medalla acuñada en honor a Diocleciano lleva la inscripción "EL NOMBRE DE CRISTIANO SIENDO EXTINGUIDO." (Milner, Church History, Siglo 14 Cap. 1: 38.)
Durante diez años se buscaba a los cristianos en cuevas y en selvas. Eran quemados, arrojados a las fieras, y muertos mediante cuanta tortura la crueldad pudiera inventar. Era un intento resuelto y sistemático para abolir aun el nombre de cristiano.  Algunos apostataban, otros murieron por la fe.
Tras las terribles persecuciones ocurrió algo que, aunque aparentemente fue una victoria para el cristianismo, en realidad constituyó su mayor derrota. Constantino el Grande (306-337 d.C.) publicó, en 313 d.C., el Edicto de Milán por el cual se concedía tolerancia a los cristianos, se les devolvía la tierra usurpada durante las persecuciones y en cierto modo se protegía al cristianismo. Cuando terminaron en 313 d.C. las persecuciones imperiales, eran cristianos cerca de la mitad de los habitantes del Imperio Romano. No obstante, desde ese momento los emperadores comenzaron su larga intromisión en los asuntos eclesiásticos. Aunque Constantino se bautizó al final de su vida, conservó el título de Pontífice Máximo de la religión pagana; de modo que el paganismo permaneció como religión oficial del estado. Graciano (375-383 d.C.) renunció al título de Pontifex Maximus o Sumo Pontífice del Orden Babilónico (puesto que habían ocupado los emperadores romanos desde el año 200 a. de J.C.) y privó al paganismo de todo apoyo estatal; sin embargo, Dámaso, el obispo de Roma, fue nombrado para este cargo y lo aceptó (a. 378 d.C.). De este modo, se unieron en una persona  las funciones del sumo sacerdote de la religión pagana con los poderes de un obispo cristiano, sentando así las bases del papado y las pretensiones de autoridad del obispo de Roma sobre toda la Iglesia.  Teodosio I (379-395 d.C.) declaró, en 380 d.C. y bajo ley imperial, al cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. Al decretar a la Iglesia institución del Estado, Teodosio suprimió por la fuerza a toda otra religión y prohibió la adoración de ídolos. Bajo sus decretos (375-400 d.C.), los templos paganos fueron arrasados por turbas de cristianos, y hubo mucho derramamiento de sangre. La Iglesia ya había entrado en la Gran Apostasía. Ella había conquistado al Imperio Romano; pero en realidad el Imperio había conquistado a la Iglesia, no aboliéndola sino rehaciéndola a su propia semejanza.
Aunque la apostasía estaba ya presente en varias ramas de la Iglesia desde finales del primer siglo, con la oficialización del cristianismo en 380 d.C. ésta se generalizó en toda la Iglesia. Se cambiaron doctrinas, prácticas y ordenanzas de la Iglesia, mezclándose las Escrituras con diversas filosofías paganas, principalmente el gnosticismo, las ideas neo-platónicas, las religiones de misterio y filosofías orientales y egipcias. Los servicios de adoración, muy sencillos al comienzo, se desarrollaron en ceremonias lujosas, formales e importantes, revestidas de todo el esplendor externo que antes distinguía a los templos paganos. Los discursos filosóficos tomaron el lugar del compartimiento ferviente de testimonios y las artes del debate retórico y la controversia suplantaron la verdadera elocuencia de la convicción religiosa. El aplauso fue permitido y esperado como evidencia de la popularidad del predicador. El quemar incienso, al principio aborrecido por las asambleas cristianas a causa de su origen pagano y significado idólatra, había llegado a ser común en la iglesia antes de terminar el tercer siglo. En el cuarto siglo la adoración de imágenes, pinturas y efigies, había recibido un lugar en la así llamada adoración cristiana; y la práctica se hizo general en el siglo V. Se modificó la forma y el simbolismo del bautismo, administrándose por aspersión e imponiéndose el bautismo infantil. La Cena del Señor fue suplantada por el rito idolátrico de adorar la hostia consagrada durante la celebración de la misa.
A fines del siglo cuarto las iglesias y los obispos del cristianismo habían llegado a ser dominados en gran parte desde cinco grandes centros: Roma, Constantinopla, Antioquia. Jerusalén y Alejandría, cuyos obispos habían llegado a ser llamados "Patriarcas", de igual autoridad entre sí, teniendo cada uno pleno dominio en su propia provincia. Después de la división del Imperio (395 d.C.) en Oriente y Occidente, los patriarcas de Antioquia, Jerusalén y Alejandría poco a poco reconocieron la supremacía de Constantinopla. Desde entonces en adelante, la lucha por el dominio del cristianismo fue entre Roma y Constantinopla. El sacerdocio degeneró en un modelo apóstata basado en el sistema judaico y tomó como ejemplo el sacerdocio pagano. León I (440-61 d.C.) prohibió el matrimonio de los sacerdotes, y el celibato clerical se hizo ley de la Iglesia Romana, también dio pie al nacimiento del poder temporal de los papas, estableciendo el principio de que el poder espiritual está sobre el temporal. Con el tiempo, los Papas llevaron sus pretensiones insolentes tan lejos como para creerse señores del universo, árbitros del hado, de los reinos y de los imperios, y los gobernantes supremos sobre los reyes y príncipes de la tierra. Ellos reclamaban el derecho de autorizar y dirigir en los asuntos internos de las naciones y de hacer lícita la rebelión de los súbditos contra sus gobernantes, si estos dejaren de mantener favor con el poder papal.
El saqueo de Roma en 410 d.C. dio muestras claras de que el imperio no era invulnerable. Finalmente, en 476 d.C. se produjo la caída del Imperio Occidental a manos de los bárbaros, los cuales eran pueblos germánicos y orientales que por razones climáticas, por el incremento demográfico y por su espíritu de aventura, se vieron obligados a invadir toda Europa. Los pueblos más famosos fueron: los hunos, los godos, los visigodos, los ostrogodos, los vándalos, los francos y los lombardos. Muchas de las tribus bárbaras ya habían sido evangelizadas por misioneros cristianos, principalmente arrianos, por lo que los invasores se adaptaron fácilmente a la cultura romana y al catolicismo. Las invasiones en masa de los pueblos bárbaros desbarataron la unidad que había en el Imperio Romano Occidental y dieron origen a varias de las naciones europeas. Los líderes gubernamentales de las regiones ejercieron cada vez más influencia sobre la iglesia, mientras que Roma fue perdiendo el poder que poseía. Durante los próximos siglos, en varios de los incipientes países europeos las iglesias pasaron a estar bajo el control de los señores feudales. La cultura, la educación y la moral en general retrocedieron y comenzó lo que la historia denomina las Edades Bárbaras u Oscurantismo, la primera parte de la Edad Media.
En esa época en que la iglesia se había paganizado con la adoración de imágenes, reliquias, mártires, santos y ángeles; y que los dioses de Grecia fueron sustituidos por las imágenes de María y de los santos; surgió el Islam, en cierto sentido, como reacción contra la idolatría imperante en dicha época, y una forma de juicio sobre una iglesia corrompida y degenerada. Siria fue conquistada el año 634; Jerusalén, en el 637; Egipto, 638; Persia, 640; el norte de África, 689; España. 711. Así, dentro de breve tiempo, toda Asia Occidental y África Septentrional, la cuna del cristianismo, fue convertida forzosamente al Islam.
La Batalla de Tours (732 d.C.) en Francia, fue una de las batallas decisivas del mundo. Carlos Martel derrotó al ejército musulmán, y salvó a Europa del mahometismo, que venía barriendo al mundo como una tromba marina. A no ser por aquella victoria, el cristianismo pudo haber sido totalmente sumergido. Sin embargo, los árabes dominaron al mundo mahometano del 622 al 1058 d.C.
En el año 800 d.C., a cambio del poder temporal del Papa sobre los Estados papales, León III dio a Carlomagno (742-814) rey de los francos y nieto de Carlos Martel el título de Emperador Romano, combinándose así los dominios romanos y francos en el Imperio Carolingio, cuya capital se traspasaba así de Constantinopla a Aquisgrán en Alemania Occidental.  Sus dominios abarcaban la moderna Alemania, Francia, Suiza, Austria, Hungría, Bélgica y partes de España e Italia. Él ayudaba al Papa, y éste le ayudaba a él. Fue una de las influencias determinantes en elevar al Papado a la categoría de potencia mundial. Poco después de su muerte, mediante el tratado de Verdún (843), su imperio se dividió en lo que llegó a ser los comienzos de la moderna Alemania, Francia e Italia. Desde entonces y durante siglos, hubo lucha incesante en que disputaban la supremacía los Papas y los reyes alemanes y franceses.
Nicolás I (858-867 d.C.) fue el primer Papa en usar corona. Él intentó interferir en los asuntos de la Iglesia Oriental. Excomulgó a Focio, patriarca de Constantinopla, quien a la vez le excomulgó a él. Siguió la división del cristianismo, en el año 869 (completada en el 1054). El cristianismo se dividió entonces en dos grandes bloques: La Iglesia Católica Romano, en Occidente; y la Iglesia Ortodoxa, en Oriente. Después de Nicolás I, las familias nobles de Roma se peleaban por el cargo de papa. Las familias más famosas fueron: los teofilactos, los crescencios, los tusculanos, los frangipani, los pierleoni. Entre 867-1048 nueve papas, de los cuarenta y cuatro que reinaron, murieron violentamente. En su mayoría los papas de la época fueron hombres inmorales. Muchos de ellos, elegidos como tales en edad juvenil, carecían de espíritu religioso y eclesial. Así que se dieron asesinatos, hijos ilegítimos de papas que llegaban a ser papas, como el papa Juan XI, hijo ilegítimo del papa Sergio III. Al llegar al año 900 (siglo X), éste es designado como un siglo de barbarie entronizada en la ciudad de Roma, siglo de torpezas y crímenes, de calamidades y miserias, de horror y desolación, y a menudo es calificado como Saeculum ferreum (siglo de hierro), por su aspereza y esterilidad; plumbeum (de plomo), por la deformidad de sus males. Este siglo, último del quinto milenio, se caracterizó por los vicios, la decadencia universal de los monasterios y la falta de hombres santos y varones ilustres. El papa Juan XII (955-964) llevó el papado a la mayor decadencia. Tenía 18 años cuando asumió el cargo. Para librarse de sus muchos enemigos se buscó un protector en el rey de Alemania, Otón I, nombrándole emperador romano. Sin embargo el papa le traiciona buscando ayuda en húngaros y griegos para que expulsaran a Otón del suelo italiano. El emperador va a Roma, y mientras el papa huye a Tívoli, un sínodo romano presidido por el emperador juzga y depone a Juan XII (963). Otón I prometió que en el futuro todo papa debía ser elegido con su consentimiento. Los ciudadanos romanos estaban furiosos con semejante intrusión, ya que en el pasado el clero y el pueblo de Roma habían elegido a obispos y a papas a su antojo. En general, los papas y los emperadores se dieron la mano una y otra vez para asegurarse mutuamente el poder. Esto sucedió no sólo en el siglo de hierro, sino a través de toda la historia. Tan oscuro estaba el panorama espiritual que al acercarse el año 1000 cundió entre la gente la idea de que el fin del mundo estaba marcado por ese año.
El Quinto Milenio, representado por el Quinto Sello, fue marcado por la muerte expiatoria de Jesucristo, principal acontecimiento de la historia humana, así como por el martirio de millares de sus fieles discípulos. También fue el período en el cual la larga noche de la Apostasía descendió sobre la humanidad entera. El élder Bruce R. McConkie, al hablar sobre este período, dijo lo siguiente: “La obra y ministerio de nuestro Señor aparecen explicados en todas partes de las Escrituras; los hechos relativos a la apostasía ocurrida después del meridiano de los tiempos y a la perversión de las verdades y de los poderes de salvación, también se relatan en otros escritos sagrados. De manera que nada más natural que encontrar al Señor revelando aquí, aquella porción del libro sellado que trata sobre la doctrina del martirio. Entre los santos antiguos el martirio era siempre una posibilidad presente, que ocupaba completamente sus pensamientos y sentimientos. Ellos sabían que por renunciar a todo y seguir a Cristo, podían, si el destino así lo decretaba, ser llamados a dar su vida por El que había dado la propia por ellos. En un sentido casi de invitación a la muerte, el meridiano de los tiempos fue la dispensación del martirio.” (McConkie, DNTC, 3:485-486).

Quinto Milenio, Época de Martirio y sufrimiento para los primeros cristianos

6La apertura del Sexto Sello nos presenta lo siguiente: “Y mire cuando el abrió el sexto sello, y he aqui hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos verdes cuando es sacudida por un viento fuerte. Y el cielo se retiró como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de sus lugares. Y los reyes de la tierra, y los  grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes;  y decían a los montes y a las penas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de Aquél que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá permanecer de pie?”.
Resulta evidente si se compara Apocalipsis 6: 12-17 con pasajes tales como Isaías 2:10-22 y Lucas 21:25-31,  que todos ellos se refieren al mismo suceso: la devastación que precederá la Segunda Venida de Cristo. Puesto que el Sexto Milenio marca el fin del período telestial de nuestro planeta, y es la antesala del Reino Milenial de Cristo, es lógico que Juan viera la destrucción que sobrevendrá sobre los inicuos antes de la Venida del Señor como el suceso más relevante de dicho período. Es al finalizar este milenio que las señales de la Segunda Venida se dejarán ver sobre la Tierra. A éste respecto, el élder Bruce R. McConkie enseñó lo siguiente: “Vivimos ahora durante los años finales del sexto sello, aquel período de mil años que comenzó en el año 1000 d.C. y que continuará hasta la noche del sábado del tiempo y justamente hasta el comienzo de la era sabática cuando Cristo reinará personalmente sobre la Tierra, cuando todas las bendiciones del Gran Milenio serán esparcidas sobre este planeta. Esto, en consecuencia, es la era en que las señales de los tiempos serán mostradas y de hecho están en todas partes y pueden ser vistas” (McConkie, DNTC, 3:485-486).
En cuanto a otras referencias concernientes a las señales de los tiempos que afectarán a la Tierra durante el Sexto Sello, véase D&C. 88:87-91; 29:14-21; Isaías 13:9-11; 24:1-23; Mateo 24:29-30.
Los pasajes anteriores, sumados a lo que vio Juan en Apocalipsis 6:12-17, nos revelan anticipadamente que, a la Venida del Señor:
         i.            Un gran terremoto sacudirá la Tierra (Isaías 13:13, 24:19-20; D&C. 88:87-89)
       ii.            El sol se pondrá negro, las estrellas no darán su luz y la luna se volverá toda como sangre, muy posiblemente alusiones a eclipses solares y lunares, erupciones volcánicas o una señal milagrosa (Isaías 13:10, 24:23; Mateo 24:29; D&C. 29:14)
     iii.            Las estrellas del cielo caerán sobre la Tierra (D&C. 29:14, 88:87; Mateo 24:29), lo cual podría representar una lluvia de asteroides en sentido literal, o una forma simbólica de representar la caída de los grandes de la Tierra, ya que, como sabemos, las estrellas son mucho más grandes que nuestro planeta y no podrían caer realmente sobre él.
     iv.            El cielo se retirará “como un pergamino que se enrolla”. Lo cual es probablemente una alusión a
       v.            Truenos, relámpagos, tempestades  y otras señales en los cielos, muy probablemente desórdenes climáticos y particularmente atmosféricos (D&C. 88:90). Aparentemente, la Segunda Venida del Señor será anunciada por un terrible cambio climático que provocará huracanes, tornados y tormentas eléctricas descomunales, así como fuertes y destructivas tormentas de granizo entre otras cosas (D&C. 29:16).
     vi.            Las olas del mar se precipitarán allende de sus límites, alusión probable a maremotos, tsunamis y aumentos anormales en el nivel del mar, causando inundaciones en las zonas costeras, así como la destrucción de puertos y ciudades aledañas al mar (Lucas 21:25; D&C. 88:90)
   vii.            Grandes transformaciones en la orografía terrestre con la destrucción de montañas, remoción de islas y la unificación de los continentes (Apocalipsis). Esto implica un aumento exorbitante y nunca antes visto en la actividad tectónica del planeta.
 viii.            Todas las cosas estará en conmoción (D&C. 88:91), incluso las bestias de la tierra, las aves, insectos, y todo el reino animal, se levantará contra el hombre para castigarlo (D&C. 29:17-20)

     ix.            Los reyes de las naciones, los ricos y poderosos, los esclavos y los libres, y todos los habitantes del mundo, desfallecerán de temor ante el inminente juicio que se les avecina. Nadie estará a salvo ni podrá escapar de tales desastres (Isaías 2:10-22, 13:9, 13:11, 24:1-18; Lucas 21:26; D&C. 29:15, 88:91).   

La Segunda Venida de Jesucristo, una época de Juicio para los Inicuos y salvación para los Justos



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