domingo, 10 de mayo de 2015

LA EXALTACIÓN: ¿PUEDEN LOS HOMBRES LLEGAR A SER DIOSES?

La Exaltación o Apoteosis:
¿Tienen los Seres Humanos el Potencial de Llegar a ser Dioses?

¿Es la exaltación a la divinidad algo posible para el ser humano?

Por: Fernando E. Alvarado
INTRODUCCIÓN:
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (popularmente conocida como Iglesia Mormona) enseña que todo el género humano vivía con Dios antes de nacer en la Tierra. En dicha vida premortal, Dios presentó un plan para el progreso de sus hijos, por medio del cual se convertirían en seres exaltados como Él. Este plan consistía en recibir un cuerpo mortal, venir a la tierra y probar la obediencia y amor hacia Dios, aun sin estar en Su presencia. Luego que el tiempo en la Tierra tuviera su fin, habría un Juicio Final en el cual todos recibirían una justa recompensa según el grado de fe y obediencia que habrían demostrado.
En Juan 14:2, Jesús enseñó: “… En la casa de mi Padre muchas moradas hay…” Basándose en las Escrituras, los mormones creen que hay 3 Reinos de Gloria en los cielos. El apóstol Pablo mencionó que conocía a un hombre que “… fue arrebatado hasta el tercer cielo…” (2 Corintios 12:2). También en 1 Corintios 15:40–42, Pablo nombró dos de los reinos en los cielos: el celestial y el terrestre. Los Mormones creen que el Reino Celestial es el reino de gloria más alto, después del cual está el Terrestre y por último el Telestial.
La doctrina mormona enseña como meta más alta para sus miembros, la exaltación; que es la vida eterna, la clase de vida que Dios tiene. Él vive en gran gloria y es perfecto; Él posee toda sabiduría y todo conocimiento; es el Padre de hijos espirituales y es un Creador. Los mormones creen que con esfuerzo, obediencia y fidelidad en esta Tierra, un día pueden llegar a ser como el Padre Celestial. Esto es la exaltación, y es el don más grande que Dios da a sus hijos.
Tal como un padre desea lo mejor para sus hijos, los mormones creen que Dios también quiere lo mejor para sus hijos, incluso que un día sean como Él. Según la doctrina de los Santos de los Últimos Días, la obra y gloria de Dios es “… llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre…” (Moisés 1:39).
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días enseña que aquellos que reciban la exaltación en el reino celestial vivirán eternamente en la presencia del Padre Celestial y de Jesucristo, tendrán una familia eterna y heredarán una plenitud de gozo. Por supuesto que recibir las bendiciones de las que goza Dios mismo no es algo que cualquiera puede obtener fácilmente, Los mormones creen que para ser exaltados necesitan aceptar el Evangelio y todos sus convenios; asumir las obligaciones que ofrece el Señor; andar en la luz y la comprensión de la verdad; y vivir con cada palabra que sale de la boca de Dios. Específicamente obtener la exaltación requiere fe en Jesucristo y perseverar en esa fe hasta el fin de esta vida mortal, tener un arrepentimiento sincero de cada pecado que se cometa y obedecer los mandamientos de Dios. También es importante recibir un bautismo verdadero y recibir el don del Espíritu Santo, hacer Convenios en el Templo y contraer matrimonio por esta vida y toda la eternidad. Además de cumplir con los mandamientos, los mormones creen que para alcanzar la exaltación es necesario amar a los miembros de la familia y fortalecerlos para que se mantengan en las vías del Señor, tener oraciones familiares e individuales todos los días, enseñar el Evangelio a los demás por medio de la palabra y el ejemplo, estudiar las Escrituras, oír y obedecer las palabras inspiradas de los profetas del Señor. Finalmente, se debe recibir al Espíritu Santo y aprender a seguir su guía en la vida.
Esta esperanza de una futura deificación de los fieles (o apoteosis)[1], entre los mormones, se fundamenta en el principio de la paternidad divina de la humanidad. De hecho, una de las imágenes más comunes y similares de las religiones orientales y occidentales es la de Dios como padre y los seres humanos como hijos Suyos. Miles de millones oran a Dios reconociéndolo como su padre, invocando el carácter de hermanos y hermanas de todas las personas a fin de promover la paz, y tienden una mano al cansado y al atribulado, movidos por una profunda convicción de que cada uno de los hijos de Dios tiene un valor inmenso.
Las personas de diferentes religiones comprenden la relación padre-hijo entre Dios y los seres humanos de maneras significativamente diferentes. Algunos comprenden la frase “hijo de Dios” como un título honorario reservado sólo para los que creen en Dios y aceptan Su guía como aceptarían la de un padre. Muchos ven las descripciones de la relación de Dios padre-hijo con el género humano como metáforas para expresar Su amor por Sus creaciones y la dependencia de ellos de Su sustento y protección.
Los Santos de los Últimos Días ven a todas las personas como hijos de Dios en un sentido total y completo; consideran que cada persona tiene un origen, una naturaleza y un potencial divinos. Cada uno tiene un núcleo eterno y es un amado hijo o hija, procreado como espíritu por padres celestiales[2]. Cada uno posee simientes de divinidad y debe escoger si vivirá en armonía o en tensión con dicha divinidad. Por medio de la expiación de Jesucristo, todas las personas pueden progresar hacia la perfección y finalmente lograr su destino divino. Tal como un niño puede desarrollar los atributos de sus padres con el tiempo, la naturaleza divina que heredan los seres humanos puede desarrollarse igualmente para llegar a ser como la del Padre Celestial.
El deseo de nutrir la divinidad en Sus hijos es uno de los atributos de Dios que más inspira, motiva y hace sentir humildes a los miembros de la Iglesia. La guía amorosa y el atributo paterno de Dios pueden ayudar a que cada uno de Sus hijos tenga la disposición y sea obediente a fin de recibir de Su plenitud y Su gloria. Este conocimiento transforma la manera en que los Santos de los Últimos Días ven a sus semejantes. La enseñanza de que los hombres y las mujeres tienen el potencial de ser exaltados en un estado de divinidad se extiende claramente más allá de lo que entienden la mayoría de las iglesias cristianas contemporáneas y expresa para los Santos de los Últimos Días un anhelo, arraigado en la Biblia, de vivir como Dios vive, de amar como Él ama y de prepararse para todo lo que nuestro amoroso Padre Celestial desea para Sus hijos.

ÍNDICE:
1.- La Doctrina de la Apoteosis, o Deificación Futura del Hombre, en el Cristianismo Primitivo.
2.- La Doctrina de la Deificación, o Exaltación de los Justos, en el Mormonismo.
3.- ¿Qué Enseña la Biblia acerca de la Deificación Futura del Ser Humano?
4.- Oposición y Críticas al Mormonismo a causa de la Doctrina de la Deificación.
5.- Conclusiones Acerca de la Doctrina de la Deificación.

La apoteosis era enseñada en el cristianismo primitivo

I.- LA DOCTRINA DE LA APOTEOSIS, O DEIFICACIÓN FUTURA DEL HOMBRE, EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO:
Las creencias de los Santos de los Últimos Días les habrían resultado más familiares a las primeras generaciones de cristianos que a muchos cristianos de la actualidad. Muchos padres de la iglesia (teólogos y maestros influyentes de los albores del cristianismo) hablaban con aprobación de la idea de que los seres humanos podrían convertirse en seres divinos. Muchos eruditos modernos reconocen que la doctrina de la deificación (la enseñanza de que los seres humanos podrían llegar a ser dioses) era parte de la enseñanza cristiana en los primeros siglos después de la muerte de Cristo[3].
Ireneo, uno de los padres de la iglesia, fallecido en el año 202 d. C., afirmó que Jesucristo “… por medio de Su amor trascendente, llegó ser como nosotros a fin de que podamos llegar a ser cómo Él es…”[4].
Clemente de Alejandría (aprox. 150–215 d. C.) escribió que “… la Palabra de Dios se hizo hombre para que tú puedas aprender del hombre cómo éste puede llegar a ser un Dios…”[5]. Basilio el Grande (330–379 d. C.) también celebra esta perspectiva, no sólo “… ser hechos semejantes a Dios…”, sino “… mucho más que eso: el ser hecho un Dios…”[6].
Lo que los padres de la Iglesia primitiva quisieron decir exactamente cuando hablaban de llegar a ser Dioses queda abierto a interpretaciones, pero es evidente que las referencias a la deificación se vieron más impugnadas hacia finales del período romano, y ya eran escasas en la Edad Media[7]. La primera objeción conocida por un padre de la Iglesia a la enseñanza de la deificación se produce en el siglo V[8]. Cien años más tarde las enseñanzas de “llegar a ser un Dios” tienen un alcance más restringido, como ocurre con la definición de Pseudo Dionisio Areopagita (aprox. 500 años d. C.): “La deificación... es alcanzar la semejanza a Dios y la unión con él en la medida de lo posible”[9].
¿Por qué estas creencias perdieron su lugar prominente? Tal vez las perspectivas cambiantes sobre la creación del mundo hayan contribuido a una variación gradual hacia puntos de vista más limitados del potencial humano. Los primeros comentarios judíos y cristianos sobre la creación asumen que Dios había organizado el mundo con materiales que ya existían, haciendo hincapié en la bondad de Dios al modelar un orden adecuado para el sostén de la vida[10]; pero la incursión de nuevas ideas filosóficas en el siglo II condujo al desarrollo de la doctrina de que Dios creó el universo ex nihilo, es decir, “de la nada”. Ésta llegó a convertirse en la enseñanza dominante en el mundo cristiano en cuanto a la Creación[11]. A fin de hacer hincapié en el poder de Dios, muchos teólogos razonaron que nada podría haber existido tanto tiempo como Él. Llegó a ser importante en los círculos cristianos afirmar que, originalmente, Dios había estado completamente solo.
La creación ex nihilo ampliaba la brecha percibida entre Dios y los seres humanos. Llegó a ser menos habitual que se enseñara que las almas humanas habían existido antes del mundo o que en el futuro podrían heredar y desarrollar los atributos de Dios en su totalidad[12]. Poco a poco, a medida que cobraban mayor trascendencia la degradación de la humanidad y la inmensa distancia entre Creador y criatura, el concepto de la deificación se desvaneció en el cristianismo occidental[13], aunque sigue siendo un pilar central de la ortodoxia griega, una de las tres ramas principales del cristianismo[14].

José Smith Jr. introdujo la doctrina de la deificación en el mormonismo

II.- LA DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN, O EXALTACIÓN DE LOS JUSTOS, EN EL MORMONISMO:
Los primeros Santos de los Últimos Días procedían de una sociedad dominada por protestantes de habla inglesa, la mayoría de los cuales aceptaba la creación ex nihilo y la definición de la Confesión de Fe de Westminster de que Dios era un ser “sin cuerpo, partes ni pasiones”[15]. Probablemente sabían poco o nada acerca de la diversidad de creencias cristianas en los primeros siglos posteriores al ministerio de Jesucristo o de los primeros escritos cristianos sobre la deificación. Pero las revelaciones recibidas por José Smith diferían de las ideas predominantes de la época y enseñaban doctrina que, para algunos, supuso el reinicio de los debates sobre la naturaleza de Dios, la creación y la humanidad.
Las primeras revelaciones que recibió José Smith enseñaban que los seres humanos son creados a imagen de Dios y que Él se preocupa profundamente por Sus hijos. En el Libro de Mormón, un profeta “vio el dedo del señor” y se asombró al saber que la forma física del ser humano estaba hecho verdaderamente a imagen de Dios (Éter 3:6; véase también Doctrina y Convenios 130:22; Moisés 6:8–9.)[16].
En otra revelación anterior, Enoc (de quien en la Biblia se dice que “[caminaba] con Dios” (Génesis 5:22) fue testigo de cómo Dios lloró por Sus creaciones. Cuando Enoc le preguntó: “¿Cómo es posible que llores?”, aprendió que la compasión de Dios por el sufrimiento humano es inherente a Su amor (Moisés 7:31–37.)[17].
José Smith también aprendió que Dios desea que Sus hijos reciban el mismo tipo de existencia exaltada que tiene Él. Dios declaró: “Ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
En 1832, José Smith y Sídney Rigdon experimentaron una visión de la vida eterna en la que aprendieron que los justos e injustos por igual recibirían la inmortalidad mediante una resurrección universal, pero sólo aquellos “que vencen por la fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa” recibirían la plenitud de la gloria de Dios y serán “dioses, sí, los hijos de Dios” (Doctrina y Convenios 76:53, 58). Otra revelación no tardó en confirmar que “los santos serán llenos de la gloria de él, y recibirán su herencia y serán hechos iguales con él” (Doctrina y Convenios 88:107).
Los Santos de los Últimos Días emplean el término exaltación para describir la gloriosa recompensa de recibir una herencia plena como hijos de nuestro Padre Celestial, la cual está disponible gracias a la expiación de Cristo mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio[18]. Esta visión impresionante del futuro potencial de cada ser humano vino acompañada de enseñanzas reveladas sobre el pasado de la humanidad. A medida que José Smith seguía recibiendo revelaciones, aprendió que la luz o inteligencia que conforma la esencia de cada alma humana “no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser”. Dios es el Padre de cada espíritu humano y dado que sólo “espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo”, Él presentó un plan para que los seres humanos recibieran un cuerpo físico y progresaran por medio de su experiencia terrenal hacia una plenitud de gozo. Nacer en esta vida no es, pues, el principio de la vida de una persona: “También el hombre fue en el principio con Dios” (Doctrina y Convenios 93:29, 33). Igualmente, José Smith enseñó que el mundo material tiene raíces eternas, rechazando así por entero el concepto de creación ex nihilo. “La tierra, el agua, etc., todos ellos existían en un estado elemental desde la eternidad”, dijo en un sermón en 1839[19]. Dios organizó el universo con elementos que ya existían.
José Smith siguió recibiendo revelación sobre la naturaleza divina y la exaltación durante los últimos dos años de su vida. En una revelación registrada en julio de 1843 que vinculaba la exaltación con el matrimonio eterno, el Señor declaró que los que guardan sus convenios, entre ellos el del matrimonio eterno, heredarían “toda altura y toda profundidad”. “Entonces”, dice la revelación, “serán dioses, porque no tendrán fin”. Recibirán “una... continuación de las simientes por siempre jamás” (Doctrina y Convenios 132:19–20).
El siguiente mes de abril, sintiendo que “su relación con Dios nunca había sido tan cercana como en ese momento”[20], José Smith habló sobre la naturaleza de Dios y el futuro de la humanidad a los Santos que se habían reunido para una conferencia general de la Iglesia. En parte, él aprovechó la ocasión para reflexionar sobre la muerte de un miembro de la Iglesia llamado King Follett que había fallecido inesperadamente el mes anterior. Soplaba el viento cuando se levantó para hablar, por lo que le pidió a los presentes que prestaran su más “profunda atención” y “[oren] para que el [Señor] fortalezca mis pulmones” y detuviera el viento hasta comunicar todo su mensaje[21].
“¿Qué clase de ser es Dios?”, analizó. El ser humano precisa saberlo, analizó él, porque “si el hombre no comprende el carácter de Dios, no se comprende a sí mismo”[22]. En esa frase, el Profeta quitó el abismo que había entre Dios y el género humano causado por siglos de confusión. La esencia de la naturaleza humana es divina. Dios “era una vez como uno de nosotros” y “todos los espíritus que Él envió al mundo” eran igualmente “susceptibles de engrandecimiento”. José Smith predicó que mucho antes de la formación del mundo, Dios se hallaba “Él mismo en medio” de estos seres y “consideró propio instituir leyes por las que el resto pudiera tener el privilegio de avanzar como Él mismo” [23] y ser “exaltado” con Él[24].
José dijo a los Santos allí reunidos: “Tienen que aprender a ser dioses”[25]. Para ello, los Santos tienen que aprender la divinidad, es decir, ser más como Dios. Éste sería un proceso continuo que requeriría paciencia, fe, arrepentimiento continuo, obediencia a los mandamientos del Evangelio y confianza en Cristo. Es como subir una escalera, las personas tienen que aprender los “primeros [principios] del Evangelio” y continuar más allá de los límites del conocimiento terrenal, hasta que puedan “aprender los últimos [principios] del Evangelio” cuando llegue el momento[26]. “No se puede comprender todo en este mundo”, dijo José[27]. “Entenderlo todo tomará mucho tiempo después de la tumba”[28].
Ésa fue la última vez que el Profeta habló en una conferencia general, pues tres meses más tarde un populacho irrumpió en la cárcel de Carthage y lo martirizó a él y a su hermano Hyrum.
Desde ese sermón, conocido como el Discurso de King Follett, en la Iglesia Mormona se ha enseñado la doctrina de que los seres humanos pueden progresar hacia la exaltación y la divinidad. Lorenzo Snow, quinto Presidente de la Iglesia, acuñó una frase bien conocida: “Así como el hombre es, Dios una vez fue. Así como Dios es, el hombre puede llegar a ser”[29]. Poco se ha revelado sobre la primera mitad del párrafo y, en consecuencia, poco se enseña al respecto. Cuando un periodista le preguntó sobre este tema al Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley, en 1997, éste le respondió: “Eso entra en cierta teología muy profunda de la que no sabemos mucho”. Cuando se le preguntó sobre la creencia en el potencial divino de los seres humanos, el presidente Hinckley respondió: “Bueno, como Dios es, el hombre puede llegar a ser. Creemos en el progreso eterno. Muy enfáticamente”[30].
Eliza R. Snow, una líder de la Iglesia y poetisa, se regocijó con la doctrina de que somos, en un sentido pleno y absoluto, hijos de Dios. “Antes te llamaba Padre, / sin saber por qué lo fue”, escribió. “Mas la luz del Evangelio / aclaróme el porqué.” A los Santos de los Últimos Días también les ha emocionado el conocimiento de que su linaje divino incluye una Madre Celestial, así como un Padre Celestial. Manifestando esa verdad, Eliza R. Snow preguntó: “¿Hay en los cielos padres solos?”, a lo que respondió con un no rotundo: “Clara la verdad está; / la verdad eterna muestra: / madre hay también allá”[31]. Ese conocimiento tiene un papel importante en las creencias de los Santos de los Últimos Días. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, escribió: “Nuestra teología empieza con padres eternos; nuestra mayor aspiración es llegar a ser como ellos”[32].
La naturaleza divina del ser humano y su potencial para la lograr la exaltación son temas que se han enseñado repetidas veces en discursos de conferencias generales, revistas de la Iglesia y otros materiales de la Iglesia. La “Naturaleza divina” es uno de los ocho valores fundamentales del programa de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” contiene de manera prominente enseñanzas sobre el linaje divino, la naturaleza y el potencial de los seres humanos. La naturaleza divina y la exaltación son enseñanzas esenciales y apreciadas en la Iglesia.

La Biblia enseña la doctrina de la Deificación de los Fieles

III.- ¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA ACERCA DE LA DEIFICACIÓN FUTURA DEL SER HUMANO?
Los Santos de los Últimos Días creemos que la doctrina de la exaltación (o futura deificación de los fieles) se enseña con claridad en las Escrituras. Dicha doctrina se fundamenta en los siguientes principios enseñados en la Biblia:

1.- DIOS ES EL PADRE LITERAL DE LOS ESPÍRITUS DE LOS HOMBRES, OTORGÁNDOLES CON ELLO LAS SEMILLAS DE LA DIVINIDAD EN SU INTERIOR:
Los Santos de los Últimos Días creemos, tal como lo enseña la Biblia, que todos los seres humanos son hijos de Dios en un sentido total y completo; consideramos que cada persona tiene un origen, una naturaleza y un potencial divinos. Cada uno tiene un núcleo eterno y es un amado hijo o hija, procreado como espíritu por padres celestiales.
Leemos:
“…Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al e Padre de los espíritus, y viviremos?...”  (Hebreos 12:9).
Dios es nuestro padre celestial, no de manera simbólica o figurada; sino como una relación literal. Aún más, la Biblia nos dice que somos descendientes de nuestro padre celestial:
“…Porque en él vivimos, y nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también dijeron: Porque linaje suyo somos.”  (Hechos 17:28).
Nuestros cuerpos físicos son descendencia de nuestros padres mortales, y Dios es el padre de nuestros espíritus. Por lo tanto, nuestros espíritus son la descendencia de Dios en sentido estricto, como nuestros cuerpos son la descendencia de nuestros padres terrenales. El libro de Hechos nos precisa que, puesto que somos la descendencia Dios, Dios debe ser en cierta manera de la misma materia de la que estamos hechos (nuestros espíritus), por lo cual somos similares:
“…Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o a plata, o a piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres…”  (Hechos 17:29).
Algunos comprenden la frase “hijo de Dios” como un título honorario reservado sólo para los que creen en Dios y aceptan Su guía como aceptarían la de un padre. Otros ven las descripciones de la relación de Dios padre-hijo con el género humano como metáforas para expresar Su amor por Sus creaciones y la dependencia de ellos de Su sustento y protección. Sin embargo, debemos analizar que Pablo no se dirigía a creyentes en Cristo en Hechos 17:28-29, sino a paganos que no conocían al Dios verdadero. Dios era el Padre de ellos aunque no le reconocieran como tal. Él es el Padre de los espíritus de toda la humanidad; ellos son su progenie.
Las leyes de la herencia son establecidas claramente en la Biblia. El libro de Génesis nos dice:
“…Y dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su especie, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Y produjo la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su especie…”  (Génesis 1:11-12).
“…Y dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra en la abierta expansión de los cielos. Y creó Dios las grandes ballenas y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su especie, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.”  (Génesis 1:20-21).
“…  Y dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su especie: bestias, y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios los animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.”  (Génesis 1:24-25).
Todos los seres vivos se reproducen según su propia especie y llegan a ser aquello que son sus progenitores. Los polluelos de águila, en águilas se convertirán; los hijos de hombres, en hombres se convertirán. Los hijos de Dios, dioses serán. Es más, cuando la Biblia nos enseña acerca de nuestra creación, nos dice que fuimos hechos a la imagen y semejanza de Dios:
 “...Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y a hembra los creó…" (Génesis 1:26-27).
Somos semejantes a Él porque somos su posteridad en el espíritu y por lo tanto poseemos el potencial de convertirnos en lo mismo que es nuestro Padre, un Dios. Si Dios es literalmente el padre de nuestros espíritus (y el libro de los Hechos nos dice que somos descendencia literal de Él) entonces los seres humanos somos Dioses en embrión, pues los hijos de sus padres, crecen y llegan a ser como ellos.

El Ser Humano posee las semillas de la Divinidad en su interior

2.- EL DESARROLLO PLENO DE LA NATURALEZA DIVINA ES LA HERENCIA LEGÍTIMA DE LOS FIELES:
Aunque teología católica y protestante tiende a recalcar la degradación de la humanidad y la inmensa distancia entre Creador y criatura, la Biblia enseña que el ser humano ha heredado las semillas de Divinidad de su padre en los cielos. En las Escrituras leemos que:
·         Somos participantes de la naturaleza divina: “… por conducto de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia…”  (2 Pedro 1:4).
·         Dios predestinó a los fieles para que pudieran convertirse en seres divinos como Cristo: “…Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conforme a la e imagen de su Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos…”  (Romanos 8:29).
·         Seremos transformados en seres divinos como Cristo: “… Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la a gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor.”  (2 Corintios 3:18).
·         Nuestro cuerpo será deificado como el de Cristo: “… el que transformará el cuerpo de nuestra humillación, para ser semejante al cuerpo de su gloria, mediante el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas...”  (Filipenses 3:21).
·         Seremos semejantes a Dios si somos fieles y perseveramos hasta el fin: “…Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es…”  (1 Juan 3:2).
·         Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo de todo lo que el Padre posee, lo cual incluye su poder y divinidad: “… Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados...”  (Romanos 8:17).
“…Así que ya no eres más esclavo, sino hijo, y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.”  (Gálatas 4:7).
¿Qué fue lo que heredó Cristo? Pablo nos enseña lo siguiente:
“…en estos postreros días nos ha hablado por el  Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien, asimismo, hizo el universo…”  (Hebreos 1:2).
Pero, ¿Qué es ese todo heredado por Cristo? También leemos:
“…Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra…” (Mateo 28:18). ¿Podríamos tener toda potestad al igual que Él sin llegar a ser Dioses? ¡Claro que no! La divinidad está implicada en la herencia de los fieles. A nosotros se nos promete: “…El que venciere heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo...” (Apocalipsis 21:7).
·         Se nos promete que recibiremos la plenitud de la divinidad si somos fieles: “…y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios...”  (Efesios 3:19). ¿En qué consiste dicha plenitud? Pablo nos responde: “…Porque en él [Cristo] habita corporalmente toda la a plenitud de la divinidad…” (Colosense 2:9). Esa divinidad no es prometida en su plenitud si somos fieles hasta el fin de nuestra vida.
·         El trono de Cristo, símbolo de su divinidad y dominio, se nos promete a nosotros si somos fieles: “…Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono...” (Apocalipsis 3:21).

Dios ha prometido la exaltación y vida eterna en su presencia a sus hijos fieles

3.- JESUCRISTO MISMO AFIRMÓ QUE LOS SERES HUMANOS SOMOS DIOSES EN EMBRIÓN:
Leemos que Cristo, al enfrentar a ciertos judíos incrédulos, dijo:
“… Os lo he dicho, y no creéis; las a obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí.  Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que a me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvieron a tomar a piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te crees Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: Sois a dioses? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a quién el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. Y procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos....” (Juan 10:25-39).
Se observa entonces que el motivo por el cual los judíos agredieron a Jesús acusándolo de blasfemo, fue porque Él afirmaba ser "hijo de Dios”, lo cual era equivalente a decir "soy un Dios". Así fue entendido por sus interlocutores, y Cristo se desliga del argumento de blasfemia al recalcar que dicha naturaleza divina ha sido concedida por las Escrituras a los hombres también. En esencia, todos los seres humanos poseen naturaleza divina. Si bien es cierto Cristo era excepcional en este sentido, por ser el Unigénito de Dios en la carne, todos los seres humanos comparten también dicha naturaleza divina, pues su espíritu es de linaje divino, aunque more en un tabernáculo mortal y caído. Por lo tanto, del mismo en que no era blasfemo que Cristo se hiciera igual a Dios, tampoco es blasfemo afirmar que todos nosotros somos Dioses en embrión. Sin embargo, aunque podemos ser llamados dioses, no estamos en el mismo nivel que Dios el Padre. Somos como Él en el sentido en que tenemos el potencial. Es decir, siendo sus hijos, somos esencialmente dioses en embrión, no iguales a Él. Para alcanzar ese potencial, hay una transformación por la cual debemos pasar. No podemos pasar por esta transformación sin Jesucristo. Por eso leemos: "… A los suyos vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios [o dioses]… “(Juan 1:11-12).

Cristo enseñó acerca de la naturaleza divina del hombre

4.- EL ANTIGUO TESTAMENTO ENSEÑA LA EXISTENCIA DE OTROS SERES QUE PUEDEN SER CONSIDERADOS DIOSES:
La Biblia hace la siguiente declaración:
“…DIOS está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga… Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros a hijos del Altísimo.”  (Salmo 82:1,6).
La pregunta obvia es: ¿Quiénes son los dioses mencionados en Salmo 82:1,6? Esta no es una pregunta fácil. El poema es al parecer muy antiguo, y su mundo conceptual es bastante extraño para nosotros. Como bien observa un comentarista: "… Aunque esta pieza es uno de los salmos más perfectamente conservadas en el Salterio, el contenido ha dado lugar a numerosas interpretaciones…” [33]. En cualquier caso, es evidente que la interpretación de los versículos 6-7 depende de la interpretación de la primera estrofa.
El consenso ampliamente generalizado es que la escena se desarrolla en la corte celestial, esto se debe a que la frase hebrea traducida en Salmo 82:1 como "reunión de los dioses" [del hebreo: adhath-'êl] sería más exactamente traducido como "el concilio de El" o "el concilio de Dios”. [34].  
Los comentaristas han ofrecido cuatro diferentes interpretaciones del pasaje en cuestión, para identificar a los miembros de la corte divina que están condenados a muerte en el versículo 7:
(a) Ellos son los gobernantes o jueces israelitas, hombres corrientes.
(b) Son los gobernantes o  jueces de las naciones paganas, una vez más, seres humanos aparentemente normales.
(c) Son el pueblo de Israel, reunidos en Sinaí por la revelación de Dios.
(d) Son los miembros del consejo divino, dioses o ángeles. Algunos hacen hincapié en que estos son dioses paganos.
¿Cuál de dichas interpretaciones es la correcta? Conocer y entender el contexto cultural hebreo, en el cual fue escrito dicho salmo, es esencial para determinar la interpretación correcta.
En sus inicios, la teología hebrea imaginaba un cielo lleno de seres divinos, y ordenados en una jerarquía. Dios estaba en la parte superior de esta jerarquía. Esta multitud de seres divino conformaba un conjunto identificado como el consejo divino o consejo celestial.[35]
Hay varias instancias del consejo divino reconocidas en el Antiguo Testamento (1 Reyes 22:19-23, 2 Crónicas 18:18-22, Job 1-2, Zacarías 3:1-8, Deuteronomio 32:7-8, 32:34, Salmo 89:6-7, Salmo 29:1-2, Isaías 14:12, Job 38:7, y Job 4:18-19). Los miembros de este consejo divino son llamados dioses (elohim), hijos de Dios (bene elohim o bene Elim), hijos del Altísimo (bene Elyon) y en el griego, los seres divinos (huioi theoi) y los mensajeros de lo divino (angeloi theoi). Mientras un estudio completo de estos pasajes y su significado está más allá del alcance de este artículo, dos pasajes en particular son dignos de mención: Deuteronomio 10:17-18; 32:7-8, 34. Estos tienen una relación especial con el Salmo 82.
Deuteronomio 10:17-18, por ejemplo, menciona estos otros seres divinos:
"… Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni recibe soborno, que hace justicia al huérfano
y a la viuda, que ama también al extranjero, dándole pan y vestido.…".
Este lenguaje es reminiscente del Salmo 82. Dios (elohim) es Dios (Eloah) de los dioses (elohim), que no hace acepción de personas y que defiende a los huérfanos. Aquí, Dios es declarado ser Dios, no sólo de los israelitas, sino también de las otras divinidades (elohim) y es por medio de Él que se hace justicia.
Por último, en Deuteronomio 32:7-8, leemos:
"… Acuérdate de los días lejanos, considera las épocas pasadas; pregúntale a tu padre, y él te informará, a los ancianos, y ellos te lo dirán: Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de los hombres, estableció las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios; mas la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó…" (Deuteronomio 32:7-8, Rollos del Mar Muerto, Rollo 4Q31)
Esto significa que cuando Dios estaba asignando las naciones a los seres divinos, él mismo hizo el número de naciones y territorios, conforme había tales seres. El versículo 9 implica que Él entonces asigno a los seres divinos para las otras naciones, y declara explícitamente que mantuvo a Israel para sí. Esto parece ser parte de un concepto sugerido en otras partes de la Biblia y en la literatura post-bíblica. Cuando Dios organizó el gobierno del mundo, estableció dos niveles: en la parte superior, él mismo, "Dios de los dioses" (elohei ha-Elohim) y "el Señor de señores" (10:17), quien se reservaba para sí mismo a Israel para regir personalmente; mientras que, por debajo de él, designó a setenta "seres divinos" (Benei Elohim), a quienes los asignó para regir sobre otros pueblos. La concepción es como la de un rey o un emperador gobernando la capital o la zona central de su área personalmente, y asignándoles las provincias a los subordinados.
Dentro de este contexto, los dioses mencionados en el Salmo 82 representan a los seres divinos que recibieron las diversas naciones de la tierra para gobernar. El Salmo 82 representa entonces un período cuando el gobierno de la tierra regresó únicamente a Dios. Ejemplos de esta creencia particular persistieron dentro del judaísmo (a pesar de los esfuerzos de eliminarlos) hasta al menos el siglo VIII d. C., cuando aparece en la obra Pirke De-Rabbi Eliezer. Una polémica en contra de esta creencia ocurre en las escrituras de Saadia Gaon en su Polémica Contra Hiwi Al Balkhi, escrita en el décimo siglo. Pirkei de-Rabbi Eliezer menciona Deuteronomio 32:8, y entonces nos cuenta de Dios repartiendo terrenos con los setenta ángeles antes de nombrarlos sobre las setenta naciones.
Por muy chocante que pueda parecerle esta verdad a los fanáticos del monoteísmo recalcitrante, el Salmo 82 menciona la existencia de otras divinidades reales. El pasaje en cuestión no se refiere a simples gobernantes o jueces humanos, sino a seres divinos que serían enviados a la Tierra como mortales. Nótese en Salmo 82:6 que su castigo por fallar como jueces o gobernantes de las naciones es la muerte ordinaria de cualquier ser humano [literalmente: “morir como Adán"]. Este no es un castigo si en realidad estos no son más que jueces humanos que van a morir, ya que la muerte es el destino final de todo ser humano. Como bien lo señaló cierto erudito: "… si van a morir como los mortales, no son mortales...",[36] sino seres divinos condenados al destino común de la posteridad de Adán.
Otra razón por la cual éstos “dioses” no podrían ser jueces o gobernantes humanos, puede notarse en el hecho de que dichos seres también se definen como "hijos del Altísimo (bene Elyon)". Ningún gobernante humano podría ser llamado hijo de Dios simplemente por su posición como juez o príncipe (y mucho menos los jueces inicuos), pero dicho título sí es empleado en el Antiguo Testamento para referirse a los seres celestiales que moran en los cielos junto a Dios (Véase Job 1:6). La interpretación de que los dioses aquí mencionados son simples jueces humanos no cuenta con el respaldo del texto. Por eso, es más que obvio, al liberarnos de prejuicios teológico – doctrinales, que los seres aquí mencionados son seres divinos condenados a la mortalidad tal como lo fue Adán. Pero, además de Cristo, ¿Ha habido otros seres divinos nacidos como seres mortales en la Tierra? ¡Claro que sí, millones de ellos!

La Rebelión y guerra en los Cielos

5.- LOS SERES HUMANOS FUEROS LOS “BENE -ELYION” (HIJOS DEL ALTÍSIMO) EN SU VIDA PRE-MORTAL:
La Biblia nos enseña que todos los seres humanos que hemos poblado la Tierra desde Adán hasta nuestros días, tuvimos una existencia previa antes de nacer como hombres mortales.
Todos nosotros hemos vivido, como espíritus, en la presencia de Dios antes de venir aquí. Deseábamos ser como El, lo veíamos y estábamos en su presencia; pero se hizo necesario que ganásemos experiencias que no podían ser obtenidas en aquel mundo de espíritus, de manera que se nos otorgó el privilegio de descender sobre esta tierra.
Los Santos de los Últimos Días creemos firmemente, basados en el testimonio de las sagradas escrituras, que en los cielos se efectuó un concilio en el cual el Señor convocó a sus hijos espirituales y les presentó un plan por el cual ellos vendrían a la tierra; en ella participarían de la vida terrenal y tendrían cuerpos físicos; pasarían por un estado probatorio de mortalidad y luego seguirían hacia una mayor exaltación mediante la resurrección que sería efectuada mediante la expiación de Jesucristo, su Hijo Unigénito. La idea de pasar por la mortalidad y de participar de todas las vicisitudes de la vida terrenal en la cual ganarían experiencia mediante el sufrimiento, el dolor, el pesar, la tentación y la aflicción (así como mediante los placeres de la vida en esta existencia terrenal) y luego, si demostraban fidelidad, pasar por la resurrección y seguir hacia la vida eterna en el reino de Dios y ser como Él, los llenó del espíritu de regocijo y ellos gritaron de gozo (Véase Job 38:1-7); pues no podrían obtener en ninguna otra forma la experiencia ni el conocimiento obtenibles en este estado mortal, así como un cuerpo físico que era esencial para su exaltación.
Por medio de Moisés el Señor declaró lo siguiente:
“Acuérdate de los tiempos antiguos, considera los años de muchas generaciones... cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel.” (Deuteronomio 32:7-8).
Un pasaje similar a este aparece en Hechos, en el cual Pablo declara ante los atenienses que el Señor:
 “… De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación…” (Hechos 17:26).
Estos pasajes indican claramente que los números de los hijos de Israel (y de todos los demás seres humanos) eran conocidos y también que se habían fijado los límites de su habitación, en los tiempos en que el Señor repartió la herencia entre las naciones. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que debe de haber habido una división de los espíritus de los hombres en el mundo espiritual y aquellos que fueron señalados para ser los hijos de Israel fueron apartados y preparados para una herencia especial.
En esta vida mortal, o segundo estado, el Señor dispuso que anduviésemos por fe y no por vista, a fin de que pudiésemos, con el gran don del libre albedrío, ser probados para ver si haríamos todas las cosas que el Señor nuestro Dios nos mandase. Por lo tanto, apartó de nosotros todo conocimiento relativo a nuestra existencia espiritual y nos inició de nuevo en la forma de desvalidos infantes, a fin de crecer y aprender día a día. En consecuencia, no recibimos conocimiento y sabiduría en el nacimiento. A pesar del hecho de que nuestro recuerdo de las cosas anteriores fue quitado, la índole de nuestra vida en el mundo espiritual tiene mucho que ver con nuestra disposición, deseos y forma de pensar en este estado terrenal. Por lo tanto, aquellos que eran nobles y grandes en el mundo anterior, fueron preordenados por el Señor para ser sus profetas y gobernantes aquí, porque Él los conocía desde antes que ellos nacieran:
“…Vino, pues, la palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre, te conocí; y antes que nacieses, te santifiqué; te di por profeta a las naciones...”  (Jeremías 1:4-5).
“…  Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos…”  (Romanos 8:29).
“…  No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció…”  (Romanos 11:2).
“…Y no sólo esto; sino que también Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama) se le dijo que el mayor serviría al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay a injusticia en Dios? ¡De ninguna manera!..” (Romanos 9:10-14).
“…  Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según la complacencia de su voluntad,”  (Efesios 1:3-5).
En el Gran Concilio de los Cielos, Jesús fue elegido para ser el Redentor del mundo:
“… habéis sido rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya ordenado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor a vosotros…” (1 Pedro 1:18-20).
Cristo es el "… Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo…” (Apocalipsis 13:8).
Sin embargo, no todos aceptaron el plan de Dios presentado en dicho Concilio, algunos se rebelaron. En aquella gran rebelión en los cielos, Lucifer o Satanás, el hijo de la mañana, y una tercera parte de los espíritus se apartaron. El codiciaba el trono de Dios y osadamente se rebeló y dijo, según lo expone Isaías:
“Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y... seré semejante al Altísimo…”  (Isaías 14:12-20).
De Satanás también se dice:
“… Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y perfecto en hermosura. En a Edén, en el huerto de Dios, estabas; de toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornalina, topacio y diamante, jaspe, ónice y berilo, zafiro, carbunclo, y esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas fueron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, a querubín ungido, protector, yo te puse allí; en el santo monte de Dios estabas; en medio de piedras de fuego andabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. A causa de la abundancia de tu comercio, te llenaste de violencia y pecaste; por lo tanto, te eché del monte de Dios por profano y te hice desaparecer de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor. Yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que te miren.  Por la multitud de tus maldades y por la iniquidad de tu comercio profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te reduje a ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos los que te miraban. Todos los que de entre los pueblos te conocen se asombrarán de ti; objeto de espanto serás y para siempre dejarás de ser…” (Ezequiel 28:12-19).
El castigo de Satanás y de la tercera parte de las huestes celestiales que lo siguieron fue negarles el privilegio de nacer en este mundo y recibir un cuerpo mortal. Ellos no guardaron su primer estado y se les negó la oportunidad de tener progreso eterno. El Señor los expulsó a esta tierra en la que vinieron a ser los tentadores de la humanidad: el diablo y sus ángeles. De ellos leemos:
“…  Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron, ni fue hallado más su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él… ”  (Apocalipsis 12:7-9).
Algunas veces estos espíritus caídos se introducen clandestinamente en el cuerpo de hombres y mujeres, venciendo al espíritu que tiene el derecho de poseerlos. Ellos comprenden todo lo que han perdido y se sienten deseosos, cuando se les da la oportunidad, de poseer cuerpos hasta de animales inferiores, debido a lo ansiosos que están de verse revestidos de carne aun cuando sea por una corta temporada. En una ocasión, una legión de estos espíritus inmundos desechados por el Señor, pidieron tener el privilegio cuando menos, de entrar en el cuerpo de una piara de cerdos (Véase Mateo 8:28-32). Estos espíritus inmundos reconocen al Señor por su conocimiento y experiencia obtenidos en los cielos antes de rebelarse y ser expulsados. Ellos lo llamaban por su nombre cuando El los perturbaba en las moradas que habían hurtado, diciéndole: “Sé quién eres: el Santo de Dios...” (Marcos 1:24; Véase también: Lucas 4:34 y Hechos 19:15).
Los apóstoles originales de Cristo entendían la doctrina de la preexistencia de los seres humanos. Ellos comprendían perfectamente que muchas de las circunstancias que determinan nuestra situación en esta vida dependen de nuestra existencia anterior como seres espirituales en la presencia de Dios. La pregunta hecha a Cristo en Juan 9:1-3 nos permite deducir que los apóstoles comprendían perfectamente dicha doctrina. Leemos:
“…  Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: Ni éste pecó ni sus padres, sino que fue para que las obras de Dios a se manifestasen en él…”. (Juan 9:1-3).
Existe una razón por la cual un individuo nace en esta vida con algunas desventajas, mientras que otro nace con ventajas, dones y talentos mayores. La razón es que una vez tuvimos un estado, antes de venir aquí, y fuimos obedientes en mayor o menor grado a las leyes que nos fueron dadas allá. Los que fueran fieles en todas las cosas recibirían mayores bendiciones aquí en la tierra, y los que no fueran fieles recibirían menos. En muchos casos, nuestras limitaciones tienen propósitos especiales, ya sea de aprendizaje o para cumplir con un propósito divino mayor, tal como sucedió en el caso del ciego mencionado en los versículos anteriores.
La doctrina de la preexistencia de los espíritus sobrevivió en el cristianismo primitivo hasta bien entrado el siglo III d.C.; de hecho, Orígenes, un Padre de la Iglesia que vivió en el siglo II y III d.C. defendió fuertemente dicha doctrina. La doctrina de la Preexistencia de los Espíritus Humanos fue condenada como herejía por el Concilio de Constantinopla en el año 552 d.C. y eliminada así del cristianismo moderno.
El judaísmo primitivo enseñaba también la doctrina de la preexistencia de los espíritus de los hombres. En la literatura rabínica, las almas de todos los hombres se describen como siendo creadas durante los seis días de la creación; de modo que, cuando una persona nace, un alma preexistente se coloca dentro del cuerpo. El Islam, que absorbió durante su formación muchas de las doctrinas cristianas originales, conserva en su teología la doctrina de la preexistencia de los espíritus.

El Concilio de los Cielos

III.- OPOSICIÓN Y CRÍTICAS AL MORMONISMO A CAUSA DE LA DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN:
Las críticas al mormonismo por sostener la doctrina de la deificación, o exaltación de los justos, se resumen en tres argumentos centrales:
1.- La aspiración de llegar a ser dioses es blasfema y satánica, pues busca derrocar a Dios y quitarle Su gloria, tal como pretendió hacerlo Lucifer.
2.- La doctrina de deificación se basa en la mentira dicha por Satanás a Eva de que, si se rebelaba contra Dios y participaba del fruto prohibido, ella y Adán podrían llegar a ser dioses.
3.- La doctrina de la deificación es un retorno por parte de los mormones hacia el politeísmo, el cual es condenado por la enseñanza monoteísta de la Biblia. Por lo tanto, el mormonismo es pagano, no cristiano.

ARGUMENTO # 1:
“…La aspiración de llegar a ser dioses es blasfema y satánica, pues busca derrocar a Dios y quitarle Su gloria, tal como pretendió hacerlo Lucifer…”

NUESTRA RESPUESTA:
Los críticos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días afirman que la religión mormona es blasfema y satánica a causa de su creencia en la deificación futura de los fieles. Irónicamente, la mayor oposición a dicha doctrina proviene de entre las filas del cristianismo moderno. Generalmente, utilizan Isaías 14:12-14 como un intento de demostrar que el deseo de ser como Dios es satánico: “… ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo...” No obstante, cuando los críticos hacen estas afirmaciones, nunca explican cuál es realmente la doctrina de los Santos de los Últimos Días. En su lugar, dan una versión pervertida de la doctrina de la Iglesia, que incluso llegan a ser irreconocibles y chocantes. No creemos absolutamente que seremos independientes de Dios o aun superiores a él. Él será siempre nuestro Dios. No creemos que le quitaremos su gloria, sino que por el contrario, agregamos a la misma, por los méritos de Cristo. En 1 Corintios 15:28 leemos:
“…  Pero luego que todas las cosas le sean sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos…”.
No aspiramos a tomar nada por la fuerza, ni pedimos recibir algo que Dios mismo no haya prometido. Él siempre será nuestro Padre y nuestro Dios, tal como lo fue de Cristo aún después de Su resurrección y exaltación en los cielos (Véase Juan 20:17, Apocalipsis 3:12). No pretendemos usurpar el trono de Dios como Satanás lo hizo, aquí y en la eternidad el será siempre nuestro Dios, y Cristo nuestro Señor y Salvador. El que ha prometido la deificación de los fieles ha sido Dios mismo. Nosotros simplemente creemos en Sus promesas.
Entonces, si no aspiran a ser superiores a Dios o a sustituirlo ¿Cómo vislumbran los Santos de los Últimos Días la exaltación (apoteosis o deificación)? Dado que las concepciones humanas de la realidad están necesariamente limitadas a la vida terrenal, las religiones tienen dificultades para articular adecuadamente su visión de la gloria eterna. El apóstol Pablo escribió: “… Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman…” (1 Corintios 2:9). Estas limitaciones facilitan el que las imágenes de la salvación parezcan exageradas y desatinadas cuando se las representa en la cultura popular. Por ejemplo, la doctrina de los Santos de los Últimos Días acerca de la exaltación suele verse reducida en los medios de comunicación a imágenes caricaturizadas de personas recibiendo sus propios planetas. Si bien unos pocos Santos de los Últimos Días se identificarían con la caricatura de tener su propio planeta, la mayoría estaría de acuerdo en que la admiración inspirada por la creación apunta a nuestro potencial creativo en las eternidades. Los Santos de los Últimos Días tienden a imaginar la exaltación mediante los lentes de lo sagrado en la vida mortal. Ellos ven las semillas de la divinidad en el gozo de dar a luz hijos y criarlos, en el amor intenso que sienten por sus pequeños, en el impulso de tender una mano a los demás por medio del servicio caritativo, en los momentos en los que están sorprendidos por la belleza y el orden del universo, y en el firme sentimiento de lo que es real gracias a los convenios divinos que hacen y observan. Los miembros de la Iglesia no conciben la exaltación por medio de imágenes de lo que van a conseguir sino mediante la sociabilidad que tienen ahora y la manera en que ésta podría ser purificada y elevada. En las Escrituras se nos enseña: “… La misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos…” (Doctrina y Convenios 130:22). A esto aspiramos: Convertirnos en la familia de Dios, en los Hijos del Altísimo, y compartir con Él las bendiciones de la exaltación y la vida eterna.

ARGUMENTO # 2:
“…  La doctrina de deificación se basa en la mentira dicha por Satanás a Eva de que, si se rebelaba contra Dios y participaba del fruto prohibido, ella y Adán podrían llegar a ser dioses…”

NUESTRA RESPUESTA:
Satanás le dijo a Eva:
“… Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día en que comáis de él serán abiertos vuestros a ojos y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal…”  (Génesis 3:4-5)
Si analizamos las palabras de Lucifer dichas a nuestra madre Eva en el jardín de Edén, notaremos que él mezcló mentiras y verdades en su argumento. Satanás siempre obra de esa manera, diciendo medias verdades para engañar y confundir. ¿Cuál es la mentira y cuál es la verdad en este caso? Las Escrituras nos dan la respuesta:
·         Satanás afirmó que ni Adán ni Eva morirían si comían del fruto prohibido. Sin embargo, leemos: “…Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años, y murió…”  (Génesis 5:5). Evidentemente, lucifer mintió al afirmar que ellos no morirían.
·         Satanás afirmo que, si comían del fruto prohibido, Adán y Eva serían como los dioses, conociendo el bien y el mal. Referente a ello leemos: “…  Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal. Ahora, pues, no sea que alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre…”  (Génesis 3:22). Dios mismo afirmó que esto cierto, Adán y Eva llegaron a ser como los dioses, conociendo la diferencia entre el bien y el mal.
Por lo tanto, cuando menos en este aspecto, Satanás dijo la verdad. El hombre llegó a ser como los dioses, conociendo el bien y el mal.
La doctrina de la deificación no se basa en las palabras de Satanás, sino en las de Cristo, quien dijo:
“… Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: Sois a dioses? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a quién el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios?...”   (Juan 10:34-36).
El también afirmó:
…Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono...” (Apocalipsis 3:21).
De la boca de Dios, no de la Satanás, procede la siguiente promesa:
“…El que venciere heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo...” (Apocalipsis 21:7).
Por lo tanto, cuando los enemigos del mormonismo afirman que los Santos de los Últimos Días son seguidores de Satanás por creer en las palabras salidas de la boca de Dios (las cuales nos prometen la exaltación si somos fieles), cabe preguntarse: ¿Quiénes son los blasfemos, ellos o nosotros?

ARGUMENTO # 3:
“…  La doctrina de la deificación es un retorno por parte de los mormones hacia el politeísmo, el cual es condenado por la enseñanza monoteísta de la Biblia. Por lo tanto, el mormonismo es pagano, no cristiano…”

NUESTRA RESPUESTA:
Para algunos observadores, la doctrina de que los seres humanos deben esforzarse por alcanzar la divinidad podría evocar imágenes de panteones antiguos con deidades que competían entre sí (politeísmo); sin embargo, tales imágenes son incompatibles con la doctrina de los Santos de los Últimos Días. Los Santos de los Últimos Días creen que los hijos de Dios le adorarán a Él siempre. Nuestro progreso no cambiará Su identidad como nuestro Padre y nuestro Dios. De hecho, nuestra relación eterna y exaltada con ÉI será parte de la “plenitud de gozo” que Él desea para nosotros.
Los Santos de los Últimos Días creemos firmemente en la unidad fundamental de la divinidad; creemos que Dios el Padre, Jesucristo el Hijo y el Espíritu Santo, aunque seres distintos, están unidos en propósito y doctrina (Doctrina y Convenios 130:22). Es así como los Santos de los Últimos Días comprenden la oración de Jesús a favor de Sus discípulos a lo largo del tiempo: “Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21). En este sentido, aunque existan muchos seres exaltados o Dioses, todos los seres exaltados siguen siendo Uno en propósito, lo cual en ninguna forma contradice la enseñanza bíblica sino más bien la reafirma, ya que al enseñar la existencia de la Trinidad, las mismas Escrituras cristianas pueden ser tildadas de politeístas; éste ha sido el reclamo supremo de judíos y musulmanes en contra del cristianismo.
Para ser consistentes, debemos reconocer francamente que la misma Biblia enseña la existencia de más de un ser digno de ser llamado Dios, mientras que al mismo tiempo insiste en la unidad de pensamiento, propósito y doctrina entre ellos. Esto es el verdadero monoteísmo cristiano: unidad en la pluralidad de seres. ¿Somos entonces politeístas? Sólo si la Biblia lo es, en cuyo caso no nos molesta concordar con la enseñanza de los profetas y apóstoles (y aún del mismo Cristo) a lo largo de los siglos. Si ellos eran politeístas, nosotros lo somos también. Creemos firmemente que la falta de unidad es imposible entre seres exaltados. La esencia de la divinidad es la unidad entre sus integrantes. Siendo muchos, todos los seres exaltados son uno. Los Santos de los Últimos Días no enseñamos la adoración de otros dioses, mucho menos promovemos el politeísmo ni incentivamos a nadie a que lo practique. Afirmamos, al igual que lo hizo Pablo, que: “… aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), nosotros no tenemos más que un solo Dios, el Padre, de quien son todas las cosas, y nosotros de él; y un Señor, Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de él. Pero no en todos hay este conocimiento…” (1 Corintios).

El mormonismo, una fe centrada en Cristo

IV.- CONCLUSIONES ACERCA DE LA DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN:
Lejos de promover el orgullo, la rebelión contra Dios o el politeísmo, la doctrina de la exaltación (deificación de los justos) produce maravillosos frutos entre aquellos que la sostienen. Tal vez lo más importante sea que esa creencia en la naturaleza divina nos ayuda a apreciar más profundamente la expiación de Jesucristo. Si bien muchos teólogos cristianos han expresado la magnitud de la expiación del Salvador haciendo hincapié en la degeneración humana, los Santos de los Últimos Días entienden la magnitud de la expiación de Cristo en términos del vasto potencial humano que hace posible. La expiación de Cristo no sólo brinda el perdón del pecado y la victoria sobre la muerte, sino que también redime las relaciones imperfectas, sana las heridas espirituales que sofocan el crecimiento, fortalece a las personas y les permite desarrollar los atributos de Cristo (Véase Alma 7:11–12). Los Santos de los Últimos Días creen que es sólo por medio de la expiación de Jesucristo que podemos tener una firme esperanza de la gloria eterna, y que podemos acceder plenamente al poder de Su Expiación sólo por la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin, al seguir la instrucción y el ejemplo de Cristo (Véase 2 Nefi 31:20; Artículos de Fe 1:4). Por lo tanto, a aquellos que lleguen a ser como Dios y entren en la plenitud de Su gloria se les describe como personas que han sido hechas perfectas “… mediante Jesús, el mediador del nuevo convenio, que obró esta perfecta expiación derramando su propia sangre…” (Doctrina y Convenios 76:69).
El cobrar conciencia del potencial divino de los seres humanos influye también en la comprensión que los Santos de los Últimos Días tienen de los principios del Evangelio, tales como la importancia de los mandamientos divinos, la función de los templos y la santidad del albedrío moral personal. La creencia de que los seres humanos son en realidad hijos de Dios también modifica la conducta y las actitudes de los Santos de los Últimos Días. Por ejemplo, aun en las sociedades donde las relaciones sexuales prematrimoniales y casuales se consideran aceptables, los Santos de los Últimos Días conservan una profunda reverencia por los poderes divinos de la procreación en cuanto a la intimidad sexual humana y mantienen un compromiso con una norma más elevada en cuanto al uso de esos poderes sagrados. Ciertos estudios sugieren que los Santos de los Últimos Días conceden una prioridad excepcionalmente elevada al matrimonio y al ser padres[37], consecuencia en parte de una fuerte creencia en la existencia de unos padres celestiales y el compromiso de esforzarse por alcanzar esa divinidad. Por todo lo anterior afirmamos sin temor que:
·         Todos los seres humanos son hijos de padres celestiales amorosos y poseen las semillas de la divinidad en su interior.
·         En Su amor infinito, Dios invita a Sus hijos a cultivar su potencial eterno por medio de la gracia de Dios y por medio de la expiación del Señor Jesucristo.
·         La doctrina del potencial eterno de los seres humanos para llegar a ser como su Padre Celestial es esencial en el evangelio de Jesucristo e inspira amor, esperanza y gratitud en el corazón de los Santos de los Últimos Días fieles.

 BIBLIOGRAFÍA:



[1] Apoteosis (palabra griega que significa contarse entre los dioses, divinizar, deificar. Se deriva de apo: idea de intensidad, theo: Dios, y osis; formación, impulsión). Antiguamente, el término apoteosis se empleaba para denominar a una ceremonia que hacían los antiguos para colocar en el número de los dioses o héroes a los emperadores, emperatrices u otros mortales. Esta voz tiene el mismo sentido entre los griegos, que el divus entre los latinos. Esta ceremonia, originaria de Oriente, de donde pasó a los griegos y después a los romanos, estaba fundada en la opinión de Pitágoras tomada de los caldeos, de que los hombres virtuosos serían colocados después de su muerte en la clase de los dioses. La apoteosis estuvo en uso entre los asirios, los persas, los egipcios, los griegos y los romanos.
[2] “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.
[3] Norman Russell, The Doctrine of Deification in the Greek Patristic Tradition, 2004, pág. 6.
[4] Ireneo, “Against Heresies”, en Alexander Roberts y James Donaldson, editores, The Ante-Nicene Fathers: Translations of the Writings of the Father Down to A.D. 325, 1977, Tomo I, pág. 526.
[5] Clemente, “Exhortation to the Heathen”, en Roberts y Donaldson, Íbid. Tomo II, pág. 174.
[6] San Basilio el Grande, “On the Spirit”, en Philip Schaff y Henry Wace, editores, A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, 2ª edición, 1994, Tomo VIII, pág. 16.
[7] Existen importantes diferencias probables, así como semejanzas, entre el pensamiento de los padres de la Iglesia y las enseñanzas de los Santos de los Últimos Días. Para un análisis de las semejanzas y las diferencias entre la exaltación, tal como lo entienden los Santos de los Últimos Días, y la comprensión de la ortodoxia griega actual respecto a las declaraciones de los padres de la Iglesia sobre la deificación, véase Jordan Vajda, “Partakers of the Divine Nature: A Comparative Analysis of Patristic and Mormon Doctrines of Divinization”, Occasional Papers Series, Nº 3, 2002, disponible en maxwellinstitute.byu.edu.
[8] Véase Vladimir Kharlamov, “Rhetorical Application of Theosis in Greek Patristic Theology”, en Michael J. Christensen y Jeffery A. Wittung, editores, Partakers of the Divine Nature: The History and Development of Deification in the Christian Traditions, 2008, pág. 115.
[9] Citado en Russell, Doctrine of Deification, pág. 1.
[10] Como dijo Justino Mártir, padre de la Iglesia del siglo II: “Se nos ha enseñado que Él en el principio, por Su bondad y por causa del hombre, creó todas las cosas de materia sin forma” (The First Apology of Justin, en Roberts y Donaldson, Ante-Nicene Fathers, tomo 1, pág. 165; véase también Frances Young, “‘Creatio Ex Nihilo’: A Context for the Emergence of the Christian Doctrine of Creation”, Scottish Journal of Theology, tomo 44, n.º 1, 1991, págs. 139–151; Markus Bockmuehl, “Creation Ex Nihilo in Palestinian Judaism and Early Christianity”, Scottish Journal of Theology, tomo LXVI, Nº 3, 2012, págs. 253–270).
[11] Para más información sobre el contexto del siglo II que concibió la creación ex nihilo, véase Gerhard May, Creatio Ex Nihilo: The Doctrine of ‘Creation out of Nothing’ in Early Christian Thought, 2004.
[12] Véase Terryl L. Givens, When Souls Had Wings: Pre-Mortal Existence in Western Thought, 2010.
[13] Hubo un resurgimiento menor de la doctrina de la deificación en el cristianismo occidental generado por un grupo de eruditos religiosos ingleses del siglo XVII denominado Cambridge Platonists. (Véase Benjamin Whichcote, “The Manifestation of Christ and the Deification of Man”, en C. A. Patrides, editor, The Cambridge Platonists, 1980, pág. 70.)
[14] En “The Place of Theosis in Orthodox Theology”, Andrew Louth describe la ortodoxia oriental centrada en un “arco mayor que comprende desde la creación hasta la deificación”, y considera que las teologías católica y protestante se han centrado en un “arco menor [y parcial] que abarca desde la Caída hasta la redención”, excluyendo ese todo (en Christensen y Wittung,Partakers of the Divine Nature, pág. 35).
[15] Westminster Confession of Faith, capítulo 2, 1646. La Confesión de Fe de Westminster fue redactada por la Asamblea de Westminster en 1646 como una norma para la doctrina, la adoración y el gobierno de la Iglesia de Inglaterra, y su contenido ha definido la adoración de una serie de iglesias protestante desde su redacción.
[16] Sobre las enseñanzas de José Smith acerca del cuerpo de Dios, véase David L. Paulsen, “The Doctrine of Divine Embodiment: Restoration, Judeo-Christian, and Philosophical Perspectives”, BYU Studies, tomo XXXV, Nº 4, 1995–1996, págs. 13–39, disponible en byustudies.byu.edu.
[17] Acerca de la profundidad de esta metáfora, véase Terryl Givens y Fiona Givens, The God Who Weeps: How Mormonism Makes Sense of Life, 2012.
[18] Véase Dallin H. Oaks, “No tendrás dioses ajenos”, Liahona, noviembre de 2013; Russell M. Nelson, “La salvación y la exaltación”, Liahona, mayo de 2008; véase también Artículos de Fe 1:3.
[19] José Smith, comentarios realizados antes del 8 de agosto de 1839, en Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, editores, The Words of Joseph Smith: The Contemporary Accounts of the Nauvoo Discourses of the Prophet Joseph, 1980, pág. 9; disponible también en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[20] Diario de Wilford Woodruff, 6 de abril de 1844, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City.
[21] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés). Si bien el discurso de King Follett representa el análisis más pormenorizado y conocido de José Smith sobre la naturaleza divina y la exaltación, conviene notar que a causa del viento que hizo ese día y las limitaciones inherentes a las técnicas de transcripción, no se puede tener la certeza de cuáles fueron las palabras exactas o completas de José Smith durante dicho sermón. Los relatos parciales de cuatro testigos y una publicación temprana conforman un registro, si bien imperfecto, de lo que José Smith enseñó en aquella ocasión, y de lo que sus enseñanzas nos permiten atisbar el sentido de numerosos pasajes de las Escrituras. No obstante, el texto que ha sobrevivido del sermón no está canonizado y no se debe considerar como una norma de doctrina por sí misma. Para las relaciones de Willard Richards, William Clayton, Thomas Bullock, Wilford Woodruff y la edición del 15 de agosto de 1844 del Times and Seasons, véase “Accounts of the ‘King Follett Sermon’” en el sitio web The Joseph Smith Papers (sólo disponible en inglés).
[22] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de Willard Richards, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés), ortografía actualizada.
[23] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[24] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de Wilford Woodruff, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés), ortografía actualizada.
[25] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[26] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de Thomas Bullock, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[27] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[28] Discurso, 7 de abril de 1844; relación de Wilford Woodruff, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en inglés).
[29] Eliza R. Snow, Biography and Family Record of Lorenzo Snow, 1884, pág. 46. El verso pareado, que nunca ha sido canonizado, se ha formulado de maneras ligeramente diferentes. Para otras variantes, véase The Teachings of Lorenzo Snow, editado por Clyde J. Williams, 1996, págs. 1–9.
[30] Don Lattin, “Musings of the Main Mormon”, San Francisco Chronicle, 13 de abril de 1997; véase también David Van Biema, “Kingdom Come”, Time, 4 de agosto de 1997, pág. 56.
[31] Publicado por primera vez como un poema, éste más tarde se convirtió en un himno reconocido. (Eliza R. Snow, “My Father in Heaven”, Times and Seasons, 15 de noviembre de 1845, pág. 1039; “Oh mi Padre”, Himnos, Nº 187; véase también Jill Mulvay Derr, “The Significance of ‘O My Father’ in the Personal Journey of Eliza R. Snow”, BYU Studies, tomo XXXVI, Nº 1, 1996–1997, págs. 84–126, disponible en byustudies.byu.edu.) Acerca del pensamiento de los Santos de los Últimos Días sobre la Madre Celestial, véase David L. Paulsen y Martin Pulido, “‘A Mother There’: A Survey of Historical Teachings about Mother in Heaven”, BYU Studies, tomo 50, n.º 1, 2011, págs. 70–97, disponible en byustudies.byu.edu.
[32] Dallin H. Oaks, “La Apostasía y la Restauración”, Liahona, julio de 1995, pág. 95.
[33] E. Theodore Mullen Jr., The Assembly of the Gods: The Divine Council in Canaanite and Early Hebrew Literature (Chico: Scholars Press, 1980), 228.
[34] Helmer Ringgren, The Faith of Qumran: Theology of the Dead Sea Scrolls (New York: Crossroad, 1995), pp. 202.
[35] Para una presentación detallada de esta teología, ver Mullen, The Divine Council in Canaanite and Early Hebrew Literature , Lowell K. Handy, Among the Host of Heaven: The Syro-Palestinian Pantheon as Bureaucracy (Winona Lake, Indiana: Eisenbrauns, 1994), y Julian Morgenstern, "The Mythological Background of Psalm 82, Hebrew Union College Annual 14 (1939): 29-98.]
[36] Elmer Smick, "Mythopoetic Language in the Psalms," Westminster Theological Journal 44 (1982): 95.
[37] Véase “Mormons in America—Certain in Their Beliefs, Uncertain of Their Place in Society”, Pew Research, Religion and Public Life Project, 12 de enero de 2012, disponible en pewforum.org.

3 comentarios:

  1. interesante !!

    muy esperanzador !!!

    gracias !!

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    1. Gracias Juan Hernández. Es un placer poder servir y ser útil de alguna forma. Espero que este artículo te sea de utilidad. Bendiciones.

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