La Exaltación o Apoteosis:
¿Tienen los Seres Humanos el Potencial de Llegar
a ser Dioses?
¿Es la exaltación a la divinidad algo posible para el ser humano?
Por: Fernando E. Alvarado
INTRODUCCIÓN:
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días (popularmente conocida como Iglesia Mormona) enseña que todo el género
humano vivía con Dios antes de nacer en la Tierra. En dicha vida premortal, Dios
presentó un plan para el progreso de sus hijos, por medio del cual se
convertirían en seres exaltados como Él. Este plan consistía en recibir un cuerpo
mortal, venir a la tierra y probar la obediencia y amor hacia Dios, aun sin
estar en Su presencia. Luego que el tiempo en la Tierra tuviera su fin, habría
un Juicio Final en el cual todos recibirían una justa recompensa según el grado
de fe y obediencia que habrían demostrado.
En Juan 14:2,
Jesús enseñó: “… En la casa de mi Padre
muchas moradas hay…” Basándose en las Escrituras, los mormones creen que
hay 3 Reinos de Gloria en los cielos. El apóstol Pablo mencionó que conocía a
un hombre que “… fue arrebatado hasta el
tercer cielo…” (2 Corintios 12:2). También
en 1 Corintios 15:40–42, Pablo
nombró dos de los reinos en los cielos: el celestial y el terrestre. Los
Mormones creen que el Reino Celestial es el reino de gloria más alto, después
del cual está el Terrestre y por último el Telestial.
La doctrina mormona enseña como meta más alta para sus
miembros, la exaltación; que es la vida eterna, la clase de vida que Dios
tiene. Él vive en gran gloria y es perfecto; Él posee toda sabiduría y todo
conocimiento; es el Padre de hijos espirituales y es un Creador. Los mormones
creen que con esfuerzo, obediencia y fidelidad en esta Tierra, un día pueden
llegar a ser como el Padre Celestial. Esto es la exaltación, y es el don más
grande que Dios da a sus hijos.
Tal como un padre desea lo mejor para sus hijos, los
mormones creen que Dios también quiere lo mejor para sus hijos, incluso que un
día sean como Él. Según la doctrina de los Santos de los Últimos Días, la obra
y gloria de Dios es “… llevar a cabo la
inmortalidad y la vida eterna del hombre…” (Moisés 1:39).
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días enseña que aquellos que reciban la exaltación en el reino celestial vivirán
eternamente en la presencia del Padre Celestial y de Jesucristo, tendrán una
familia eterna y heredarán una plenitud de gozo. Por supuesto que recibir las
bendiciones de las que goza Dios mismo no es algo que cualquiera puede obtener
fácilmente, Los mormones creen que para ser exaltados necesitan aceptar el
Evangelio y todos sus convenios; asumir las obligaciones que ofrece el Señor;
andar en la luz y la comprensión de la verdad; y vivir con cada palabra que
sale de la boca de Dios. Específicamente obtener la exaltación requiere fe en
Jesucristo y perseverar en esa fe hasta el fin de esta vida mortal, tener un
arrepentimiento sincero de cada pecado que se cometa y obedecer los
mandamientos de Dios. También es importante recibir un bautismo verdadero y
recibir el don del Espíritu Santo, hacer Convenios en el Templo y contraer
matrimonio por esta vida y toda la eternidad. Además de cumplir con los mandamientos,
los mormones creen que para alcanzar la exaltación es necesario amar a los
miembros de la familia y fortalecerlos para que se mantengan en las vías del
Señor, tener oraciones familiares e individuales todos los días, enseñar el
Evangelio a los demás por medio de la palabra y el ejemplo, estudiar las
Escrituras, oír y obedecer las palabras inspiradas de los profetas del Señor.
Finalmente, se debe recibir al Espíritu Santo y aprender a seguir su guía en la
vida.
Esta
esperanza de una futura deificación de los fieles (o apoteosis)[1], entre los mormones, se
fundamenta en el principio de la paternidad divina de la humanidad. De hecho, una
de las imágenes más comunes y similares de las religiones orientales y
occidentales es la de Dios como padre y los seres humanos como hijos Suyos.
Miles de millones oran a Dios reconociéndolo como su padre, invocando el
carácter de hermanos y hermanas de todas las personas a fin de promover la paz,
y tienden una mano al cansado y al atribulado, movidos por una profunda
convicción de que cada uno de los hijos de Dios tiene un valor inmenso.
Las
personas de diferentes religiones comprenden la relación padre-hijo entre Dios
y los seres humanos de maneras significativamente diferentes. Algunos
comprenden la frase “hijo de Dios” como un título honorario reservado sólo para
los que creen en Dios y aceptan Su guía como aceptarían la de un padre. Muchos
ven las descripciones de la relación de Dios padre-hijo con el género humano
como metáforas para expresar Su amor por Sus creaciones y la dependencia de
ellos de Su sustento y protección.
Los
Santos de los Últimos Días ven a todas las personas como hijos de Dios en un
sentido total y completo; consideran que cada persona tiene un origen, una
naturaleza y un potencial divinos. Cada uno tiene un núcleo eterno y es un
amado hijo o hija, procreado como espíritu por padres celestiales[2]. Cada uno posee simientes
de divinidad y debe escoger si vivirá en armonía o en tensión con dicha
divinidad. Por medio de la expiación de Jesucristo, todas las personas pueden
progresar hacia la perfección y finalmente lograr su destino divino. Tal como
un niño puede desarrollar los atributos de sus padres con el tiempo, la
naturaleza divina que heredan los seres humanos puede desarrollarse igualmente
para llegar a ser como la del Padre Celestial.
El
deseo de nutrir la divinidad en Sus hijos es uno de los atributos de Dios que
más inspira, motiva y hace sentir humildes a los miembros de la Iglesia. La
guía amorosa y el atributo paterno de Dios pueden ayudar a que cada uno de Sus
hijos tenga la disposición y sea obediente a fin de recibir de Su plenitud y Su
gloria. Este conocimiento transforma la manera en que los Santos de los Últimos
Días ven a sus semejantes. La enseñanza de que los hombres y las mujeres tienen
el potencial de ser exaltados en un estado de divinidad se extiende claramente
más allá de lo que entienden la mayoría de las iglesias cristianas
contemporáneas y expresa para los Santos de los Últimos Días un anhelo,
arraigado en la Biblia, de vivir como Dios vive, de amar como Él ama y de
prepararse para todo lo que nuestro amoroso Padre Celestial desea para Sus
hijos.
ÍNDICE:
1.- La
Doctrina de la Apoteosis, o Deificación Futura del Hombre, en el Cristianismo
Primitivo.
2.- La
Doctrina de la Deificación, o Exaltación de los Justos, en el Mormonismo.
3.-
¿Qué Enseña la Biblia acerca de la Deificación Futura del Ser Humano?
4.-
Oposición y Críticas al Mormonismo a causa de la Doctrina de la Deificación.
5.-
Conclusiones Acerca de la Doctrina de la Deificación.
La apoteosis era enseñada en el cristianismo primitivo
I.- LA DOCTRINA DE LA APOTEOSIS, O DEIFICACIÓN
FUTURA DEL HOMBRE, EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO:
Las
creencias de los Santos de los Últimos Días les habrían resultado más
familiares a las primeras generaciones de cristianos que a muchos cristianos de
la actualidad. Muchos padres de la iglesia (teólogos y maestros influyentes de
los albores del cristianismo) hablaban con aprobación de la idea de que los
seres humanos podrían convertirse en seres divinos. Muchos eruditos modernos
reconocen que la doctrina de la deificación (la enseñanza de que los seres
humanos podrían llegar a ser dioses) era parte de la enseñanza cristiana en los
primeros siglos después de la muerte de Cristo[3].
Ireneo,
uno de los padres de la iglesia, fallecido en el año 202 d. C., afirmó que Jesucristo “… por medio de Su amor
trascendente, llegó ser como nosotros a fin de que podamos llegar a ser cómo Él
es…”[4].
Clemente
de Alejandría (aprox. 150–215 d. C.) escribió que “… la Palabra de Dios se hizo hombre para que tú puedas aprender del
hombre cómo éste puede llegar a ser un Dios…”[5].
Basilio el Grande (330–379 d. C.) también celebra esta perspectiva, no sólo “… ser hechos semejantes a Dios…”, sino “… mucho más que eso: el ser hecho un Dios…”[6].
Lo que
los padres de la Iglesia primitiva quisieron decir exactamente cuando hablaban
de llegar a ser Dioses queda abierto a interpretaciones, pero es evidente que
las referencias a la deificación se vieron más impugnadas hacia finales del
período romano, y ya eran escasas en la Edad Media[7]. La primera objeción
conocida por un padre de la Iglesia a la enseñanza de la deificación se produce
en el siglo V[8].
Cien años más tarde las enseñanzas de “llegar a ser un Dios” tienen un alcance
más restringido, como ocurre con la definición de Pseudo Dionisio Areopagita
(aprox. 500 años d. C.): “La
deificación... es alcanzar la semejanza a Dios y la unión con él en la medida
de lo posible”[9].
¿Por
qué estas creencias perdieron su lugar prominente? Tal vez las perspectivas
cambiantes sobre la creación del mundo hayan contribuido a una variación
gradual hacia puntos de vista más limitados del potencial humano. Los primeros
comentarios judíos y cristianos sobre la creación asumen que Dios había
organizado el mundo con materiales que ya existían, haciendo hincapié en la
bondad de Dios al modelar un orden adecuado para el sostén de la vida[10]; pero la incursión de
nuevas ideas filosóficas en el siglo II condujo al desarrollo de la doctrina de
que Dios creó el universo ex nihilo, es decir, “de la nada”. Ésta llegó a
convertirse en la enseñanza dominante en el mundo cristiano en cuanto a la Creación[11]. A fin de hacer hincapié
en el poder de Dios, muchos teólogos razonaron que nada podría haber existido
tanto tiempo como Él. Llegó a ser importante en los círculos cristianos afirmar
que, originalmente, Dios había estado completamente solo.
La
creación ex nihilo ampliaba la brecha percibida entre Dios y los seres humanos.
Llegó a ser menos habitual que se enseñara que las almas humanas habían
existido antes del mundo o que en el futuro podrían heredar y desarrollar los
atributos de Dios en su totalidad[12]. Poco a poco, a medida
que cobraban mayor trascendencia la degradación de la humanidad y la inmensa
distancia entre Creador y criatura, el concepto de la deificación se desvaneció
en el cristianismo occidental[13], aunque sigue siendo un
pilar central de la ortodoxia griega, una de las tres ramas principales del
cristianismo[14].
José Smith Jr. introdujo la doctrina de la deificación en el mormonismo
II.- LA DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN, O
EXALTACIÓN DE LOS JUSTOS, EN EL MORMONISMO:
Los
primeros Santos de los Últimos Días procedían de una sociedad dominada por
protestantes de habla inglesa, la mayoría de los cuales aceptaba la creación ex
nihilo y la definición de la Confesión de Fe de Westminster de que Dios era un
ser “sin cuerpo, partes ni pasiones”[15]. Probablemente sabían
poco o nada acerca de la diversidad de creencias cristianas en los primeros
siglos posteriores al ministerio de Jesucristo o de los primeros escritos
cristianos sobre la deificación. Pero las revelaciones recibidas por José Smith
diferían de las ideas predominantes de la época y enseñaban doctrina que, para
algunos, supuso el reinicio de los debates sobre la naturaleza de Dios, la
creación y la humanidad.
Las
primeras revelaciones que recibió José Smith enseñaban que los seres humanos
son creados a imagen de Dios y que Él se preocupa profundamente por Sus hijos.
En el Libro de Mormón, un profeta “vio el dedo del señor” y se asombró al saber
que la forma física del ser humano estaba hecho verdaderamente a imagen de Dios
(Éter 3:6; véase también Doctrina y
Convenios 130:22; Moisés 6:8–9.)[16].
En otra
revelación anterior, Enoc (de quien en la Biblia se dice que “[caminaba] con
Dios” (Génesis 5:22) fue testigo de
cómo Dios lloró por Sus creaciones. Cuando Enoc le preguntó: “¿Cómo es posible que llores?”, aprendió
que la compasión de Dios por el sufrimiento humano es inherente a Su amor (Moisés 7:31–37.)[17].
José
Smith también aprendió que Dios desea que Sus hijos reciban el mismo tipo de
existencia exaltada que tiene Él. Dios declaró: “Ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida
eterna del hombre” (Moisés 1:39).
En
1832, José Smith y Sídney Rigdon experimentaron una visión de la vida eterna en
la que aprendieron que los justos e injustos por igual recibirían la
inmortalidad mediante una resurrección universal, pero sólo aquellos “que vencen por la fe, y son
sellados por el Santo Espíritu de la promesa” recibirían la plenitud de la
gloria de Dios y serán “dioses, sí, los
hijos de Dios” (Doctrina y Convenios
76:53, 58). Otra revelación no tardó en confirmar que “los santos serán llenos de la gloria de él, y recibirán su herencia y
serán hechos iguales con él” (Doctrina
y Convenios 88:107).
Los
Santos de los Últimos Días emplean el término exaltación para describir la
gloriosa recompensa de recibir una herencia plena como hijos de nuestro Padre
Celestial, la cual está disponible gracias a la expiación de Cristo mediante la
obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio[18]. Esta visión
impresionante del futuro potencial de cada ser humano vino acompañada de
enseñanzas reveladas sobre el pasado de la humanidad. A medida que José Smith
seguía recibiendo revelaciones, aprendió que la luz o inteligencia que conforma
la esencia de cada alma humana “no fue
creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser”. Dios es el Padre de cada
espíritu humano y dado que sólo “espíritu
y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo”, Él
presentó un plan para que los seres humanos recibieran un cuerpo físico y
progresaran por medio de su experiencia terrenal hacia una plenitud de gozo.
Nacer en esta vida no es, pues, el principio de la vida de una persona: “También el hombre fue en el principio con
Dios” (Doctrina y Convenios 93:29,
33). Igualmente, José Smith enseñó que el mundo material tiene raíces
eternas, rechazando así por entero el concepto de creación ex nihilo. “La tierra, el agua, etc., todos ellos existían
en un estado elemental desde la eternidad”, dijo en un sermón en 1839[19]. Dios organizó el
universo con elementos que ya existían.
José
Smith siguió recibiendo revelación sobre la naturaleza divina y la exaltación
durante los últimos dos años de su vida. En una revelación registrada en julio
de 1843 que vinculaba la exaltación con el matrimonio eterno, el Señor declaró
que los que guardan sus convenios, entre ellos el del matrimonio eterno,
heredarían “toda altura y toda
profundidad”. “Entonces”, dice la
revelación, “serán dioses, porque no
tendrán fin”. Recibirán “una... continuación de las simientes por siempre
jamás” (Doctrina y Convenios
132:19–20).
El
siguiente mes de abril, sintiendo que “su
relación con Dios nunca había sido tan cercana como en ese momento”[20], José Smith habló sobre
la naturaleza de Dios y el futuro de la humanidad a los Santos que se habían
reunido para una conferencia general de la Iglesia. En parte, él aprovechó la
ocasión para reflexionar sobre la muerte de un miembro de la Iglesia llamado
King Follett que había fallecido inesperadamente el mes anterior. Soplaba el
viento cuando se levantó para hablar, por lo que le pidió a los presentes que
prestaran su más “profunda atención” y
“[oren] para que el [Señor] fortalezca mis pulmones” y detuviera el viento
hasta comunicar todo su mensaje[21].
“¿Qué clase de ser es Dios?”, analizó. El ser humano precisa
saberlo, analizó él, porque “si el hombre
no comprende el carácter de Dios, no se comprende a sí mismo”[22].
En esa frase, el Profeta quitó el abismo que había entre Dios y el género
humano causado por siglos de confusión. La esencia de la naturaleza humana es
divina. Dios “era una vez como uno de
nosotros” y “todos los espíritus que Él envió al mundo” eran igualmente “susceptibles de engrandecimiento”. José
Smith predicó que mucho antes de la formación del mundo, Dios se hallaba “Él mismo en medio” de estos seres y “consideró propio instituir leyes por las
que el resto pudiera tener el privilegio de avanzar como Él mismo” [23] y ser “exaltado” con Él[24].
José
dijo a los Santos allí reunidos: “Tienen
que aprender a ser dioses”[25].
Para ello, los Santos tienen que aprender la divinidad, es decir, ser más como
Dios. Éste sería un proceso continuo que requeriría paciencia, fe,
arrepentimiento continuo, obediencia a los mandamientos del Evangelio y
confianza en Cristo. Es como subir una escalera, las personas tienen que
aprender los “primeros [principios] del
Evangelio” y continuar más allá de los límites del conocimiento terrenal,
hasta que puedan “aprender los últimos
[principios] del Evangelio” cuando llegue el momento[26]. “No se puede comprender todo en este mundo”, dijo José[27]. “Entenderlo todo tomará mucho tiempo después de la tumba”[28].
Ésa fue
la última vez que el Profeta habló en una conferencia general, pues tres meses
más tarde un populacho irrumpió en la cárcel de Carthage y lo martirizó a él y
a su hermano Hyrum.
Desde
ese sermón, conocido como el Discurso de King Follett, en la Iglesia Mormona se
ha enseñado la doctrina de que los seres humanos pueden progresar hacia la
exaltación y la divinidad. Lorenzo Snow, quinto Presidente de la Iglesia, acuñó
una frase bien conocida: “Así como el
hombre es, Dios una vez fue. Así como Dios es, el hombre puede llegar a ser”[29].
Poco se ha revelado sobre la primera mitad del párrafo y, en consecuencia, poco
se enseña al respecto. Cuando un periodista le preguntó sobre este tema al
Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley, en 1997, éste le respondió: “Eso entra en cierta teología muy profunda
de la que no sabemos mucho”. Cuando se le preguntó sobre la creencia en el
potencial divino de los seres humanos, el presidente Hinckley respondió: “Bueno, como Dios es, el hombre puede llegar
a ser. Creemos en el progreso eterno. Muy enfáticamente”[30].
Eliza
R. Snow, una líder de la Iglesia y poetisa, se regocijó con la doctrina de que
somos, en un sentido pleno y absoluto, hijos de Dios. “Antes te llamaba Padre, / sin saber por qué lo fue”, escribió. “Mas la luz del Evangelio / aclaróme el
porqué.” A los Santos de los Últimos Días también les ha emocionado el
conocimiento de que su linaje divino incluye una Madre Celestial, así como un
Padre Celestial. Manifestando esa verdad, Eliza R. Snow preguntó: “¿Hay en los cielos padres solos?”, a lo
que respondió con un no rotundo: “Clara
la verdad está; / la verdad eterna muestra: / madre hay también allá”[31].
Ese conocimiento tiene un papel importante en las creencias de los Santos de
los Últimos Días. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles,
escribió: “Nuestra teología empieza con
padres eternos; nuestra mayor aspiración es llegar a ser como ellos”[32].
La
naturaleza divina del ser humano y su potencial para la lograr la exaltación
son temas que se han enseñado repetidas veces en discursos de conferencias
generales, revistas de la Iglesia y otros materiales de la Iglesia. La “Naturaleza divina” es uno de los ocho
valores fundamentales del programa de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia. “La
Familia: Una Proclamación para el Mundo” contiene de manera prominente
enseñanzas sobre el linaje divino, la naturaleza y el potencial de los seres
humanos. La naturaleza divina y la exaltación son enseñanzas esenciales y
apreciadas en la Iglesia.
La Biblia enseña la doctrina de la Deificación de los Fieles
III.- ¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA ACERCA DE
LA DEIFICACIÓN FUTURA DEL SER HUMANO?
Los
Santos de los Últimos Días creemos que la doctrina de la exaltación (o futura
deificación de los fieles) se enseña con claridad en las Escrituras. Dicha
doctrina se fundamenta en los siguientes principios enseñados en la Biblia:
1.- DIOS ES EL PADRE LITERAL DE LOS
ESPÍRITUS DE LOS HOMBRES, OTORGÁNDOLES CON ELLO LAS SEMILLAS DE LA DIVINIDAD EN
SU INTERIOR:
Los
Santos de los Últimos Días creemos, tal como lo enseña la Biblia, que todos los
seres humanos son hijos de Dios en un sentido total y completo; consideramos
que cada persona tiene un origen, una naturaleza y un potencial divinos. Cada
uno tiene un núcleo eterno y es un amado hijo o hija, procreado como espíritu
por padres celestiales.
Leemos:
“…Por otra parte, tuvimos a nuestros padres
terrenales que nos disciplinaban y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos
mucho mejor al e Padre de los espíritus, y viviremos?...” (Hebreos 12:9).
Dios es
nuestro padre celestial, no de manera simbólica o figurada; sino como una
relación literal. Aún más, la Biblia nos dice que somos descendientes de
nuestro padre celestial:
“…Porque en él vivimos, y nos movemos y
somos; como algunos de vuestros propios poetas también dijeron: Porque linaje suyo
somos.” (Hechos
17:28).
Nuestros
cuerpos físicos son descendencia de nuestros padres mortales, y Dios es el
padre de nuestros espíritus. Por lo tanto, nuestros espíritus son la
descendencia de Dios en sentido estricto, como nuestros cuerpos son la
descendencia de nuestros padres terrenales. El libro de Hechos nos precisa que,
puesto que somos la descendencia Dios, Dios debe ser en cierta manera de la
misma materia de la que estamos hechos (nuestros espíritus), por lo cual somos
similares:
“…Siendo, pues, linaje de Dios, no
debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o a plata, o a piedra,
escultura de arte y de imaginación de hombres…” (Hechos 17:29).
Algunos
comprenden la frase “hijo de Dios” como un título honorario reservado sólo para
los que creen en Dios y aceptan Su guía como aceptarían la de un padre. Otros
ven las descripciones de la relación de Dios padre-hijo con el género humano
como metáforas para expresar Su amor por Sus creaciones y la dependencia de
ellos de Su sustento y protección. Sin embargo, debemos analizar que Pablo no
se dirigía a creyentes en Cristo en Hechos 17:28-29, sino a paganos que no
conocían al Dios verdadero. Dios era el Padre de ellos aunque no le
reconocieran como tal. Él es el Padre de los espíritus de toda la humanidad;
ellos son su progenie.
Las leyes
de la herencia son establecidas claramente en la Biblia. El libro de Génesis
nos dice:
“…Y dijo Dios: Produzca la tierra hierba
verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su especie, que
su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Y produjo la tierra hierba verde,
hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla
está en él, según su especie…” (Génesis
1:11-12).
“…Y dijo Dios: Produzcan las aguas
seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra en la abierta expansión de
los cielos. Y creó Dios las grandes ballenas y todo ser viviente que se mueve,
que las aguas produjeron según su especie, y toda ave alada según su especie. Y
vio Dios que era bueno.” (Génesis
1:20-21).
“…
Y dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su especie: bestias,
y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios
los animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y todo
animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era
bueno.” (Génesis
1:24-25).
Todos
los seres vivos se reproducen según su propia especie y llegan a ser aquello
que son sus progenitores. Los polluelos de águila, en águilas se convertirán;
los hijos de hombres, en hombres se convertirán. Los hijos de Dios, dioses
serán. Es más, cuando la Biblia nos enseña acerca de nuestra creación, nos dice
que fuimos hechos a la imagen y semejanza de Dios:
“...Y
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga
dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las
bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la
tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y a
hembra los creó…" (Génesis
1:26-27).
Somos
semejantes a Él porque somos su posteridad en el espíritu y por lo tanto
poseemos el potencial de convertirnos en lo mismo que es nuestro Padre, un
Dios. Si Dios es literalmente el padre de nuestros espíritus (y el libro de los
Hechos nos dice que somos descendencia literal de Él) entonces los seres
humanos somos Dioses en embrión, pues los hijos de sus padres, crecen y llegan
a ser como ellos.
El Ser Humano posee las semillas de la Divinidad en su interior
2.- EL DESARROLLO PLENO DE LA
NATURALEZA DIVINA ES LA HERENCIA LEGÍTIMA DE LOS FIELES:
Aunque
teología católica y protestante tiende a recalcar la degradación de la
humanidad y la inmensa distancia entre Creador y criatura, la Biblia enseña que
el ser humano ha heredado las semillas de Divinidad de su padre en los cielos. En
las Escrituras leemos que:
·
Somos participantes de la naturaleza
divina: “… por conducto de las cuales nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que
hay en el mundo por la concupiscencia…”
(2 Pedro 1:4).
·
Dios predestinó a los fieles para que
pudieran convertirse en seres divinos como Cristo: “…Porque
a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conforme
a la e imagen de su Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos
hermanos…” (Romanos
8:29).
·
Seremos transformados en seres divinos
como Cristo: “… Por tanto, nosotros todos, mirando
a cara descubierta como en un espejo la a gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el
Espíritu del Señor.” (2
Corintios 3:18).
·
Nuestro cuerpo será deificado como el
de Cristo: “… el que transformará el cuerpo de
nuestra humillación, para ser semejante al cuerpo de su gloria, mediante
el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas...”
(Filipenses 3:21).
·
Seremos semejantes a Dios si somos
fieles y perseveramos hasta el fin:
“…Muy amados, ahora somos hijos de Dios,
y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él
aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es…” (1
Juan 3:2).
·
Somos herederos de Dios y coherederos
con Cristo de todo lo que el Padre posee, lo cual incluye su poder y divinidad:
“… Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo,
si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados...” (Romanos
8:17).
“…Así
que ya no eres más esclavo, sino hijo, y si hijo, también heredero de Dios por
medio de Cristo.” (Gálatas
4:7).
¿Qué fue lo que heredó Cristo? Pablo
nos enseña lo siguiente:
“…en
estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien, asimismo, hizo el universo…” (Hebreos 1:2).
Pero, ¿Qué es ese todo heredado por
Cristo? También leemos:
“…Y
acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y
en la tierra…” (Mateo 28:18). ¿Podríamos tener toda
potestad al igual que Él sin llegar a ser Dioses? ¡Claro que no! La divinidad
está implicada en la herencia de los fieles. A nosotros se nos promete: “…El que venciere heredará todas las cosas;
y yo seré su Dios, y él será mi hijo...” (Apocalipsis 21:7).
·
Se nos promete que recibiremos la
plenitud de la divinidad si somos fieles: “…y de conocer el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la
plenitud de Dios...” (Efesios
3:19). ¿En qué
consiste dicha plenitud? Pablo nos responde: “…Porque en él [Cristo] habita corporalmente toda la a plenitud de la divinidad…”
(Colosense 2:9). Esa divinidad no es
prometida en su plenitud si somos fieles hasta el fin de nuestra vida.
·
El trono de Cristo, símbolo de su
divinidad y dominio, se nos promete a nosotros si somos fieles: “…Al
que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido y me he sentado con mi Padre en su trono...” (Apocalipsis
3:21).
Dios ha prometido la exaltación y vida eterna en su presencia a sus hijos fieles
3.- JESUCRISTO MISMO AFIRMÓ QUE LOS
SERES HUMANOS SOMOS DIOSES EN EMBRIÓN:
Leemos
que Cristo, al enfrentar a ciertos judíos incrédulos, dijo:
“… Os lo he dicho, y no creéis; las a
obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis
ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen; y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará
de mi mano. Mi Padre que a me las dio es mayor que todos, y nadie las puede
arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos
volvieron a tomar a piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas
obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron
los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y
porque tú, siendo hombre, te crees Dios. Jesús les respondió: ¿No está
escrito en vuestra ley: Yo dije: Sois a dioses? Si llamó dioses a aquellos a
quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a
quién el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque
dije: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero
si las hago, aunque a mí no me creáis, creed a las obras, para que conozcáis y
creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. Y procuraron otra vez
prenderle, pero él se escapó de sus manos....” (Juan
10:25-39).
Se
observa entonces que el motivo por el cual los judíos agredieron a Jesús acusándolo
de blasfemo, fue porque Él afirmaba ser "hijo
de Dios”, lo cual era equivalente a decir "soy un Dios". Así fue entendido por sus interlocutores, y Cristo se desliga del argumento de
blasfemia al recalcar que dicha naturaleza divina ha sido concedida por las
Escrituras a los hombres también. En esencia, todos los seres humanos poseen
naturaleza divina. Si bien es cierto Cristo era excepcional en este sentido,
por ser el Unigénito de Dios en la carne, todos los seres humanos comparten
también dicha naturaleza divina, pues su espíritu es de linaje divino, aunque
more en un tabernáculo mortal y caído. Por lo tanto, del mismo en que no era
blasfemo que Cristo se hiciera igual a Dios, tampoco es blasfemo afirmar que
todos nosotros somos Dioses en embrión. Sin embargo, aunque podemos ser
llamados dioses, no estamos en el mismo nivel que Dios el Padre. Somos como Él
en el sentido en que tenemos el potencial. Es decir, siendo sus hijos, somos
esencialmente dioses en embrión, no iguales a Él. Para alcanzar ese potencial,
hay una transformación por la cual debemos pasar. No podemos pasar por esta
transformación sin Jesucristo. Por eso leemos: "… A los suyos vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de llegar a
ser hijos de Dios [o dioses]… “(Juan
1:11-12).
Cristo enseñó acerca de la naturaleza divina del hombre
4.- EL ANTIGUO TESTAMENTO ENSEÑA LA
EXISTENCIA DE OTROS SERES QUE PUEDEN SER CONSIDERADOS DIOSES:
La Biblia
hace la siguiente declaración:
“…DIOS está en la reunión de los dioses;
en medio de los dioses juzga… Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros a
hijos del Altísimo.” (Salmo
82:1,6).
La
pregunta obvia es: ¿Quiénes son los dioses mencionados en Salmo 82:1,6? Esta no
es una pregunta fácil. El poema es al parecer muy antiguo, y su mundo
conceptual es bastante extraño para nosotros. Como bien observa un
comentarista: "… Aunque esta pieza
es uno de los salmos más perfectamente conservadas en el Salterio, el contenido
ha dado lugar a numerosas interpretaciones…” [33]. En cualquier caso, es
evidente que la interpretación de los versículos 6-7 depende de la
interpretación de la primera estrofa.
El
consenso ampliamente generalizado es que la escena se desarrolla en la corte
celestial, esto se debe a que la frase hebrea traducida en Salmo 82:1 como "reunión de los dioses" [del
hebreo: adhath-'êl] sería más exactamente traducido como "el concilio de El" o "el concilio de Dios”. [34].
Los
comentaristas han ofrecido cuatro diferentes interpretaciones del pasaje en
cuestión, para identificar a los miembros de la corte divina que están
condenados a muerte en el versículo 7:
(a)
Ellos son los gobernantes o jueces israelitas, hombres corrientes.
(b) Son
los gobernantes o jueces de las naciones
paganas, una vez más, seres humanos aparentemente normales.
(c) Son
el pueblo de Israel, reunidos en Sinaí por la revelación de Dios.
(d) Son
los miembros del consejo divino, dioses o ángeles. Algunos hacen hincapié en que
estos son dioses paganos.
¿Cuál
de dichas interpretaciones es la correcta? Conocer y entender el contexto
cultural hebreo, en el cual fue escrito dicho salmo, es esencial para
determinar la interpretación correcta.
En sus
inicios, la teología hebrea imaginaba un cielo lleno de seres divinos, y
ordenados en una jerarquía. Dios estaba en la parte superior de esta jerarquía.
Esta multitud de seres divino conformaba un conjunto identificado como el
consejo divino o consejo celestial.[35]
Hay
varias instancias del consejo divino reconocidas en el Antiguo Testamento (1 Reyes 22:19-23, 2 Crónicas 18:18-22, Job
1-2, Zacarías 3:1-8, Deuteronomio 32:7-8, 32:34, Salmo 89:6-7, Salmo 29:1-2, Isaías
14:12, Job 38:7, y Job 4:18-19). Los miembros de este consejo divino son
llamados dioses (elohim), hijos de Dios
(bene elohim o bene Elim), hijos del Altísimo (bene Elyon) y en el griego,
los seres divinos (huioi theoi) y los
mensajeros de lo divino (angeloi theoi).
Mientras un estudio completo de estos pasajes y su significado está más allá
del alcance de este artículo, dos pasajes en particular son dignos de mención: Deuteronomio 10:17-18; 32:7-8, 34.
Estos tienen una relación especial con el Salmo 82.
Deuteronomio 10:17-18, por ejemplo, menciona estos otros
seres divinos:
"… Porque Jehová vuestro Dios es
Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace
acepción de personas ni recibe soborno, que hace justicia al huérfano
y a la viuda, que ama también al
extranjero, dándole pan y vestido.…".
Este
lenguaje es reminiscente del Salmo 82. Dios (elohim)
es Dios (Eloah) de los dioses (elohim), que no hace acepción de
personas y que defiende a los huérfanos. Aquí, Dios es declarado ser Dios, no
sólo de los israelitas, sino también de las otras divinidades (elohim) y es por
medio de Él que se hace justicia.
Por
último, en Deuteronomio 32:7-8, leemos:
"… Acuérdate de los días lejanos,
considera las épocas pasadas; pregúntale a tu padre, y él te informará, a los
ancianos, y ellos te lo dirán: Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando
distribuyó a los hijos de los hombres, estableció las fronteras de los pueblos,
según el número de los hijos de Dios; mas la porción de Jehová es su pueblo;
Jacob la heredad que le tocó…"
(Deuteronomio 32:7-8, Rollos del Mar
Muerto, Rollo 4Q31)
Esto
significa que cuando Dios estaba asignando las naciones a los seres divinos, él
mismo hizo el número de naciones y territorios, conforme había tales seres. El
versículo 9 implica que Él entonces asigno a los seres divinos para las otras
naciones, y declara explícitamente que mantuvo a Israel para sí. Esto parece
ser parte de un concepto sugerido en otras partes de la Biblia y en la
literatura post-bíblica. Cuando Dios organizó el gobierno del mundo, estableció
dos niveles: en la parte superior, él mismo, "Dios de los dioses" (elohei ha-Elohim) y "el Señor de señores" (10:17),
quien se reservaba para sí mismo a Israel para regir personalmente; mientras
que, por debajo de él, designó a setenta "seres
divinos" (Benei Elohim), a
quienes los asignó para regir sobre otros pueblos. La concepción es como la de
un rey o un emperador gobernando la capital o la zona central de su área
personalmente, y asignándoles las provincias a los subordinados.
Dentro
de este contexto, los dioses mencionados en el Salmo 82 representan a los seres
divinos que recibieron las diversas naciones de la tierra para gobernar. El
Salmo 82 representa entonces un período cuando el gobierno de la tierra regresó
únicamente a Dios. Ejemplos de esta creencia particular persistieron dentro del
judaísmo (a pesar de los esfuerzos de eliminarlos) hasta al menos el siglo VIII
d. C., cuando aparece en la obra Pirke De-Rabbi Eliezer. Una polémica en contra
de esta creencia ocurre en las escrituras de Saadia Gaon en su Polémica Contra
Hiwi Al Balkhi, escrita en el décimo siglo. Pirkei de-Rabbi Eliezer menciona
Deuteronomio 32:8, y entonces nos cuenta de Dios repartiendo terrenos con los
setenta ángeles antes de nombrarlos sobre las setenta naciones.
Por muy
chocante que pueda parecerle esta verdad a los fanáticos del monoteísmo
recalcitrante, el Salmo 82 menciona la existencia de otras divinidades reales.
El pasaje en cuestión no se refiere a simples gobernantes o jueces humanos,
sino a seres divinos que serían enviados a la Tierra como mortales. Nótese en
Salmo 82:6 que su castigo por fallar como jueces o gobernantes de las naciones es
la muerte ordinaria de cualquier ser humano [literalmente: “morir como Adán"]. Este no es un castigo si en realidad
estos no son más que jueces humanos que van a morir, ya que la muerte es el
destino final de todo ser humano. Como bien lo señaló cierto erudito: "… si van a morir como los mortales, no
son mortales...",[36]
sino seres divinos condenados al destino común de la posteridad de Adán.
Otra
razón por la cual éstos “dioses” no podrían ser jueces o gobernantes humanos,
puede notarse en el hecho de que dichos seres también se definen como "hijos del Altísimo (bene Elyon)".
Ningún gobernante humano podría ser llamado hijo de Dios simplemente por su
posición como juez o príncipe (y mucho menos los jueces inicuos), pero dicho
título sí es empleado en el Antiguo Testamento para referirse a los seres
celestiales que moran en los cielos junto a Dios (Véase Job 1:6). La interpretación de que los dioses aquí
mencionados son simples jueces humanos no cuenta con el respaldo del texto. Por
eso, es más que obvio, al liberarnos de prejuicios teológico – doctrinales, que
los seres aquí mencionados son seres divinos condenados a la mortalidad tal
como lo fue Adán. Pero, además de Cristo, ¿Ha habido otros seres divinos
nacidos como seres mortales en la Tierra? ¡Claro que sí, millones de ellos!
La Rebelión y guerra en los Cielos
5.- LOS SERES HUMANOS FUEROS LOS “BENE
-ELYION” (HIJOS DEL ALTÍSIMO) EN SU VIDA PRE-MORTAL:
La
Biblia nos enseña que todos los seres humanos que hemos poblado la Tierra desde
Adán hasta nuestros días, tuvimos una existencia previa antes de nacer como
hombres mortales.
Todos nosotros
hemos vivido, como espíritus, en la presencia de Dios antes de venir aquí.
Deseábamos ser como El, lo veíamos y estábamos en su presencia; pero se hizo
necesario que ganásemos experiencias que no podían ser obtenidas en aquel mundo
de espíritus, de manera que se nos otorgó el privilegio de descender sobre esta
tierra.
Los
Santos de los Últimos Días creemos firmemente, basados en el testimonio de las
sagradas escrituras, que en los cielos se efectuó un concilio en el cual el
Señor convocó a sus hijos espirituales y les presentó un plan por el cual ellos
vendrían a la tierra; en ella participarían de la vida terrenal y tendrían
cuerpos físicos; pasarían por un estado probatorio de mortalidad y luego
seguirían hacia una mayor exaltación mediante la resurrección que sería
efectuada mediante la expiación de Jesucristo, su Hijo Unigénito. La idea de
pasar por la mortalidad y de participar de todas las vicisitudes de la vida
terrenal en la cual ganarían experiencia mediante el sufrimiento, el dolor, el
pesar, la tentación y la aflicción (así como mediante los placeres de la vida
en esta existencia terrenal) y luego, si demostraban fidelidad, pasar por la
resurrección y seguir hacia la vida eterna en el reino de Dios y ser como Él,
los llenó del espíritu de regocijo y ellos gritaron de gozo (Véase Job 38:1-7); pues no podrían obtener en ninguna otra forma
la experiencia ni el conocimiento obtenibles en este estado mortal, así como un
cuerpo físico que era esencial para su exaltación.
Por
medio de Moisés el Señor declaró lo siguiente:
“Acuérdate de los tiempos antiguos,
considera los años de muchas generaciones... cuando el Altísimo hizo heredar a
las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los
límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel.” (Deuteronomio
32:7-8).
Un pasaje
similar a este aparece en Hechos, en el cual Pablo declara ante los atenienses
que el Señor:
“… De una sangre ha hecho todo el linaje de
los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha
prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación…” (Hechos
17:26).
Estos
pasajes indican claramente que los números de los hijos de Israel (y de todos
los demás seres humanos) eran conocidos y también que se habían fijado los
límites de su habitación, en los tiempos en que el Señor repartió la herencia
entre las naciones. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que debe de haber
habido una división de los espíritus de los hombres en el mundo espiritual y
aquellos que fueron señalados para ser los hijos de Israel fueron apartados y
preparados para una herencia especial.
En esta
vida mortal, o segundo estado, el Señor dispuso que anduviésemos por fe y no
por vista, a fin de que pudiésemos, con el gran don del libre albedrío, ser probados
para ver si haríamos todas las cosas que el Señor nuestro Dios nos mandase. Por
lo tanto, apartó de nosotros todo conocimiento relativo a nuestra existencia
espiritual y nos inició de nuevo en la forma de desvalidos infantes, a fin de
crecer y aprender día a día. En consecuencia, no recibimos conocimiento y
sabiduría en el nacimiento. A pesar del hecho de que nuestro recuerdo de las
cosas anteriores fue quitado, la índole de nuestra vida en el mundo espiritual
tiene mucho que ver con nuestra disposición, deseos y forma de pensar en este
estado terrenal. Por lo tanto, aquellos que eran nobles y grandes en el mundo
anterior, fueron preordenados por el Señor para ser sus profetas y gobernantes
aquí, porque Él los conocía desde antes que ellos nacieran:
“…Vino, pues, la palabra de Jehová a
mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre, te conocí; y antes que
nacieses, te santifiqué; te di por profeta a las naciones...”
(Jeremías 1:4-5).
“… Porque a los que antes conoció, también
predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, a fin de que
él sea el primogénito entre muchos hermanos…”
(Romanos 8:29).
“… No ha desechado Dios a su pueblo, al cual
desde antes conoció…” (Romanos
11:2).
“…Y no sólo esto; sino que también
Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni
habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama) se le dijo que el mayor
serviría al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué,
pues, diremos? ¿Qué hay a injusticia en Dios? ¡De ninguna manera!..” (Romanos
9:10-14).
“… Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor, habiéndonos predestinado
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según la complacencia
de su voluntad,” (Efesios
1:3-5).
En el
Gran Concilio de los Cielos, Jesús fue elegido para ser el Redentor del mundo:
“… habéis sido rescatados… con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya
ordenado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor a vosotros…” (1 Pedro 1:18-20).
Cristo
es el "… Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo…” (Apocalipsis
13:8).
Sin
embargo, no todos aceptaron el plan de Dios presentado en dicho Concilio,
algunos se rebelaron. En aquella gran rebelión en los cielos, Lucifer o
Satanás, el hijo de la mañana, y una tercera parte de los espíritus se
apartaron. El codiciaba el trono de Dios y osadamente se rebeló y dijo, según
lo expone Isaías:
“Subiré al cielo; en lo alto, junto a
las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y... seré semejante al Altísimo…”
(Isaías 14:12-20).
De
Satanás también se dice:
“… Tú eras el sello de la perfección,
lleno de sabiduría y perfecto en hermosura. En a Edén, en el huerto de Dios,
estabas; de toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornalina, topacio y
diamante, jaspe, ónice y berilo, zafiro, carbunclo, y esmeralda y oro; los
primores de tus tamboriles y flautas fueron preparados para ti en el día de tu
creación. Tú, a querubín ungido, protector, yo te puse allí; en el santo monte
de Dios estabas; en medio de piedras de fuego andabas. Perfecto eras en todos
tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. A
causa de la abundancia de tu comercio, te llenaste de violencia y pecaste; por
lo tanto, te eché del monte de Dios por profano y te hice desaparecer de entre
las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa
de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor. Yo te
arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que te miren. Por la multitud de tus maldades y por la
iniquidad de tu comercio profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en
medio de ti, el cual te consumió, y te reduje a ceniza sobre la tierra ante los
ojos de todos los que te miraban. Todos los que de entre los pueblos te conocen
se asombrarán de ti; objeto de espanto serás y para siempre dejarás de ser…” (Ezequiel
28:12-19).
El
castigo de Satanás y de la tercera parte de las huestes celestiales que lo
siguieron fue negarles el privilegio de nacer en este mundo y recibir un cuerpo
mortal. Ellos no guardaron su primer estado y se les negó la oportunidad de
tener progreso eterno. El Señor los expulsó a esta tierra en la que vinieron a
ser los tentadores de la humanidad: el diablo y sus ángeles. De ellos leemos:
“…
Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra
el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron, ni fue
hallado más su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la
serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo;
fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él… ” (Apocalipsis 12:7-9).
Algunas
veces estos espíritus caídos se introducen clandestinamente en el cuerpo de
hombres y mujeres, venciendo al espíritu que tiene el derecho de poseerlos.
Ellos comprenden todo lo que han perdido y se sienten deseosos, cuando se les
da la oportunidad, de poseer cuerpos hasta de animales inferiores, debido a lo
ansiosos que están de verse revestidos de carne aun cuando sea por una corta
temporada. En una ocasión, una legión de estos espíritus inmundos desechados
por el Señor, pidieron tener el privilegio cuando menos, de entrar en el cuerpo
de una piara de cerdos (Véase Mateo
8:28-32). Estos espíritus inmundos reconocen al Señor por su conocimiento y
experiencia obtenidos en los cielos antes de rebelarse y ser expulsados. Ellos
lo llamaban por su nombre cuando El los perturbaba en las moradas que habían
hurtado, diciéndole: “Sé quién eres: el
Santo de Dios...” (Marcos 1:24;
Véase también: Lucas 4:34 y Hechos 19:15).
Los
apóstoles originales de Cristo entendían la doctrina de la preexistencia de los
seres humanos. Ellos comprendían perfectamente que muchas de las circunstancias
que determinan nuestra situación en esta vida dependen de nuestra existencia
anterior como seres espirituales en la presencia de Dios. La pregunta hecha a
Cristo en Juan 9:1-3 nos permite
deducir que los apóstoles comprendían perfectamente dicha doctrina. Leemos:
“…
Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron
sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido
ciego? Respondió Jesús: Ni éste pecó ni sus padres, sino que fue para que las
obras de Dios a se manifestasen en él…”. (Juan 9:1-3).
Existe
una razón por la cual un individuo nace en esta vida con algunas desventajas,
mientras que otro nace con ventajas, dones y talentos mayores. La razón es que
una vez tuvimos un estado, antes de venir aquí, y fuimos obedientes en mayor o
menor grado a las leyes que nos fueron dadas allá. Los que fueran fieles en todas
las cosas recibirían mayores bendiciones aquí en la tierra, y los que no fueran
fieles recibirían menos. En muchos casos, nuestras limitaciones tienen propósitos
especiales, ya sea de aprendizaje o para cumplir con un propósito divino mayor,
tal como sucedió en el caso del ciego mencionado en los versículos anteriores.
La
doctrina de la preexistencia de los espíritus sobrevivió en el cristianismo
primitivo hasta bien entrado el siglo III d.C.; de hecho, Orígenes, un Padre de
la Iglesia que vivió en el siglo II y III d.C. defendió fuertemente dicha
doctrina. La doctrina de la Preexistencia de los Espíritus Humanos fue
condenada como herejía por el Concilio de Constantinopla en el año 552 d.C. y
eliminada así del cristianismo moderno.
El
judaísmo primitivo enseñaba también la doctrina de la preexistencia de los
espíritus de los hombres. En la literatura rabínica, las almas de todos los
hombres se describen como siendo creadas durante los seis días de la creación;
de modo que, cuando una persona nace, un alma preexistente se coloca dentro del
cuerpo. El Islam, que absorbió durante su formación muchas de las doctrinas
cristianas originales, conserva en su teología la doctrina de la preexistencia
de los espíritus.
El Concilio de los Cielos
III.- OPOSICIÓN Y CRÍTICAS AL
MORMONISMO A CAUSA DE LA DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN:
Las
críticas al mormonismo por sostener la doctrina de la deificación, o exaltación
de los justos, se resumen en tres argumentos centrales:
1.- La
aspiración de llegar a ser dioses es blasfema y satánica, pues busca derrocar a
Dios y quitarle Su gloria, tal como pretendió hacerlo Lucifer.
2.- La
doctrina de deificación se basa en la mentira dicha por Satanás a Eva de que,
si se rebelaba contra Dios y participaba del fruto prohibido, ella y Adán
podrían llegar a ser dioses.
3.- La
doctrina de la deificación es un retorno por parte de los mormones hacia el
politeísmo, el cual es condenado por la enseñanza monoteísta de la Biblia. Por
lo tanto, el mormonismo es pagano, no cristiano.
ARGUMENTO # 1:
“…La
aspiración de llegar a ser dioses es blasfema y satánica, pues busca derrocar a
Dios y quitarle Su gloria, tal como pretendió hacerlo Lucifer…”
NUESTRA RESPUESTA:
Los
críticos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días afirman
que la religión mormona es blasfema y satánica a causa de su creencia en la
deificación futura de los fieles. Irónicamente, la mayor oposición a dicha
doctrina proviene de entre las filas del cristianismo moderno. Generalmente,
utilizan Isaías 14:12-14 como un
intento de demostrar que el deseo de ser como Dios es satánico: “… ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo
de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú
que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de
Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados
del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al
Altísimo...” No obstante, cuando los críticos hacen estas afirmaciones,
nunca explican cuál es realmente la doctrina de los Santos de los Últimos Días.
En su lugar, dan una versión pervertida de la doctrina de la Iglesia, que
incluso llegan a ser irreconocibles y chocantes. No creemos absolutamente que
seremos independientes de Dios o aun superiores a él. Él será siempre nuestro
Dios. No creemos que le quitaremos su gloria, sino que por el contrario,
agregamos a la misma, por los méritos de Cristo. En 1 Corintios 15:28 leemos:
“…
Pero luego que todas las cosas le sean sujetas, entonces también el Hijo
mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo
en todos…”.
No
aspiramos a tomar nada por la fuerza, ni pedimos recibir algo que Dios mismo no
haya prometido. Él siempre será nuestro Padre y nuestro Dios, tal como lo fue
de Cristo aún después de Su resurrección y exaltación en los cielos (Véase Juan 20:17, Apocalipsis 3:12). No
pretendemos usurpar el trono de Dios como Satanás lo hizo, aquí y en la
eternidad el será siempre nuestro Dios, y Cristo nuestro Señor y Salvador. El
que ha prometido la deificación de los fieles ha sido Dios mismo. Nosotros
simplemente creemos en Sus promesas.
Entonces,
si no aspiran a ser superiores a Dios o a sustituirlo ¿Cómo vislumbran los
Santos de los Últimos Días la exaltación (apoteosis o deificación)? Dado que
las concepciones humanas de la realidad están necesariamente limitadas a la
vida terrenal, las religiones tienen dificultades para articular adecuadamente
su visión de la gloria eterna. El apóstol Pablo escribió: “… Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del
hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman…” (1 Corintios 2:9). Estas limitaciones
facilitan el que las imágenes de la salvación parezcan exageradas y desatinadas
cuando se las representa en la cultura popular. Por ejemplo, la doctrina de los
Santos de los Últimos Días acerca de la exaltación suele verse reducida en los
medios de comunicación a imágenes caricaturizadas de personas recibiendo sus
propios planetas. Si bien unos pocos Santos de los Últimos Días se
identificarían con la caricatura de tener su propio planeta, la mayoría estaría
de acuerdo en que la admiración inspirada por la creación apunta a nuestro
potencial creativo en las eternidades. Los Santos de los Últimos Días tienden a
imaginar la exaltación mediante los lentes de lo sagrado en la vida mortal.
Ellos ven las semillas de la divinidad en el gozo de dar a luz hijos y
criarlos, en el amor intenso que sienten por sus pequeños, en el impulso de
tender una mano a los demás por medio del servicio caritativo, en los momentos
en los que están sorprendidos por la belleza y el orden del universo, y en el
firme sentimiento de lo que es real gracias a los convenios divinos que hacen y
observan. Los miembros de la Iglesia no conciben la exaltación por medio de
imágenes de lo que van a conseguir sino mediante la sociabilidad que tienen
ahora y la manera en que ésta podría ser purificada y elevada. En las
Escrituras se nos enseña: “… La misma
sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero
la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos…” (Doctrina y Convenios 130:22). A esto
aspiramos: Convertirnos en la familia de Dios, en los Hijos del Altísimo, y
compartir con Él las bendiciones de la exaltación y la vida eterna.
ARGUMENTO # 2:
“… La doctrina de deificación se basa en la
mentira dicha por Satanás a Eva de que, si se rebelaba contra Dios y
participaba del fruto prohibido, ella y Adán podrían llegar a ser dioses…”
NUESTRA RESPUESTA:
Satanás
le dijo a Eva:
“… Entonces la serpiente dijo a la mujer:
No moriréis; sino que sabe Dios que el día en que comáis de él serán abiertos vuestros
a ojos y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal…”
(Génesis 3:4-5).
Si
analizamos las palabras de Lucifer dichas a nuestra madre Eva en el jardín de
Edén, notaremos que él mezcló mentiras y verdades en su argumento. Satanás
siempre obra de esa manera, diciendo medias verdades para engañar y confundir.
¿Cuál es la mentira y cuál es la verdad en este caso? Las Escrituras nos dan la
respuesta:
·
Satanás
afirmó que ni Adán ni Eva morirían si comían del fruto prohibido. Sin embargo,
leemos: “…Y fueron todos los días que
vivió Adán novecientos treinta años, y murió…” (Génesis
5:5). Evidentemente, lucifer mintió al afirmar que ellos no morirían.
·
Satanás
afirmo que, si comían del fruto prohibido, Adán y Eva serían como los dioses,
conociendo el bien y el mal. Referente a ello leemos: “… Y dijo Jehová Dios: He aquí
el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal.
Ahora, pues, no sea que alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma
y viva para siempre…” (Génesis 3:22). Dios mismo afirmó que
esto cierto, Adán y Eva llegaron a ser como los dioses, conociendo la
diferencia entre el bien y el mal.
Por lo
tanto, cuando menos en este aspecto, Satanás dijo la verdad. El hombre llegó a
ser como los dioses, conociendo el bien y el mal.
La
doctrina de la deificación no se basa en las palabras de Satanás, sino en las
de Cristo, quien dijo:
“… Jesús les respondió: ¿No está
escrito en vuestra ley: Yo dije: Sois a dioses? Si llamó dioses a aquellos a
quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a
quién el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque
dije: Soy Hijo de Dios?...” (Juan 10:34-36).
El
también afirmó:
…Al que venciere, yo le daré que se
siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre
en su trono...” (Apocalipsis 3:21).
De la
boca de Dios, no de la Satanás, procede la siguiente promesa:
“…El que venciere heredará todas las
cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo...” (Apocalipsis
21:7).
Por lo
tanto, cuando los enemigos del mormonismo afirman que los Santos de los Últimos
Días son seguidores de Satanás por creer en las palabras salidas de la boca de
Dios (las cuales nos prometen la exaltación si somos fieles), cabe preguntarse:
¿Quiénes son los blasfemos, ellos o nosotros?
ARGUMENTO # 3:
“… La doctrina de la deificación es un retorno
por parte de los mormones hacia el politeísmo, el cual es condenado por la
enseñanza monoteísta de la Biblia. Por lo tanto, el mormonismo es pagano, no
cristiano…”
NUESTRA RESPUESTA:
Para
algunos observadores, la doctrina de que los seres humanos deben esforzarse por
alcanzar la divinidad podría evocar imágenes de panteones antiguos con deidades
que competían entre sí (politeísmo); sin embargo, tales imágenes son
incompatibles con la doctrina de los Santos de los Últimos Días. Los Santos de
los Últimos Días creen que los hijos de Dios le adorarán a Él siempre. Nuestro
progreso no cambiará Su identidad como nuestro Padre y nuestro Dios. De hecho,
nuestra relación eterna y exaltada con ÉI será parte de la “plenitud de gozo” que Él desea para nosotros.
Los
Santos de los Últimos Días creemos firmemente en la unidad fundamental de la
divinidad; creemos que Dios el Padre, Jesucristo el Hijo y el Espíritu Santo,
aunque seres distintos, están unidos en propósito y doctrina (Doctrina y Convenios 130:22). Es así
como los Santos de los Últimos Días comprenden la oración de Jesús a favor de
Sus discípulos a lo largo del tiempo:
“Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros” (Juan
17:21). En este sentido, aunque existan muchos seres exaltados o Dioses,
todos los seres exaltados siguen siendo Uno en propósito, lo cual en ninguna
forma contradice la enseñanza bíblica sino más bien la reafirma, ya que al
enseñar la existencia de la Trinidad, las mismas Escrituras cristianas pueden
ser tildadas de politeístas; éste ha sido el reclamo supremo de judíos y
musulmanes en contra del cristianismo.
Para
ser consistentes, debemos reconocer francamente que la misma Biblia enseña la
existencia de más de un ser digno de ser llamado Dios, mientras que al mismo
tiempo insiste en la unidad de pensamiento, propósito y doctrina entre ellos.
Esto es el verdadero monoteísmo cristiano: unidad en la pluralidad de seres.
¿Somos entonces politeístas? Sólo si la Biblia lo es, en cuyo caso no nos
molesta concordar con la enseñanza de los profetas y apóstoles (y aún del mismo
Cristo) a lo largo de los siglos. Si ellos eran politeístas, nosotros lo somos
también. Creemos firmemente que la falta de unidad es imposible entre seres
exaltados. La esencia de la divinidad es la unidad entre sus integrantes.
Siendo muchos, todos los seres exaltados son uno. Los Santos de los Últimos
Días no enseñamos la adoración de otros dioses, mucho menos promovemos el
politeísmo ni incentivamos a nadie a que lo practique. Afirmamos, al igual que
lo hizo Pablo, que: “… aunque haya
algunos que se llamen dioses, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos
dioses y muchos señores), nosotros no tenemos más que un solo Dios, el Padre,
de quien son todas las cosas, y nosotros de él; y un Señor, Jesucristo, por
medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de él. Pero no en
todos hay este conocimiento…” (1
Corintios).
El mormonismo, una fe centrada en Cristo
IV.- CONCLUSIONES ACERCA DE LA
DOCTRINA DE LA DEIFICACIÓN:
Lejos
de promover el orgullo, la rebelión contra Dios o el politeísmo, la doctrina de
la exaltación (deificación de los justos) produce maravillosos frutos entre
aquellos que la sostienen. Tal vez lo más importante sea que esa creencia en la
naturaleza divina nos ayuda a apreciar más profundamente la expiación de
Jesucristo. Si bien muchos teólogos cristianos han expresado la magnitud de la
expiación del Salvador haciendo hincapié en la degeneración humana, los Santos
de los Últimos Días entienden la magnitud de la expiación de Cristo en términos
del vasto potencial humano que hace posible. La expiación de Cristo no sólo
brinda el perdón del pecado y la victoria sobre la muerte, sino que también
redime las relaciones imperfectas, sana las heridas espirituales que sofocan el
crecimiento, fortalece a las personas y les permite desarrollar los atributos
de Cristo (Véase Alma 7:11–12). Los
Santos de los Últimos Días creen que es sólo por medio de la expiación de
Jesucristo que podemos tener una firme esperanza de la gloria eterna, y que
podemos acceder plenamente al poder de Su Expiación sólo por la fe en
Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del don del Espíritu
Santo y el perseverar hasta el fin, al seguir la instrucción y el ejemplo de
Cristo (Véase 2 Nefi 31:20; Artículos de
Fe 1:4). Por lo tanto, a aquellos que lleguen a ser como Dios y entren en
la plenitud de Su gloria se les describe como personas que han sido hechas
perfectas “… mediante Jesús, el mediador
del nuevo convenio, que obró esta perfecta expiación derramando su propia
sangre…” (Doctrina y Convenios
76:69).
El
cobrar conciencia del potencial divino de los seres humanos influye también en
la comprensión que los Santos de los Últimos Días tienen de los principios del
Evangelio, tales como la importancia de los mandamientos divinos, la función de
los templos y la santidad del albedrío moral personal. La creencia de que los
seres humanos son en realidad hijos de Dios también modifica la conducta y las
actitudes de los Santos de los Últimos Días. Por ejemplo, aun en las sociedades
donde las relaciones sexuales prematrimoniales y casuales se consideran
aceptables, los Santos de los Últimos Días conservan una profunda reverencia
por los poderes divinos de la procreación en cuanto a la intimidad sexual
humana y mantienen un compromiso con una norma más elevada en cuanto al uso de
esos poderes sagrados. Ciertos estudios sugieren que los Santos de los Últimos
Días conceden una prioridad excepcionalmente elevada al matrimonio y al ser
padres[37], consecuencia en parte de
una fuerte creencia en la existencia de unos padres celestiales y el compromiso
de esforzarse por alcanzar esa divinidad. Por todo lo anterior afirmamos sin
temor que:
·
Todos
los seres humanos son hijos de padres celestiales amorosos y poseen las
semillas de la divinidad en su interior.
·
En
Su amor infinito, Dios invita a Sus hijos a cultivar su potencial eterno por
medio de la gracia de Dios y por medio de la expiación del Señor Jesucristo.
·
La
doctrina del potencial eterno de los seres humanos para llegar a ser como su
Padre Celestial es esencial en el evangelio de Jesucristo e inspira amor,
esperanza y gratitud en el corazón de los Santos de los Últimos Días fieles.
BIBLIOGRAFÍA:
[1] Apoteosis (palabra griega que
significa contarse entre los dioses, divinizar, deificar. Se deriva de apo:
idea de intensidad, theo: Dios, y osis; formación, impulsión).
Antiguamente, el término apoteosis se empleaba para denominar a una ceremonia
que hacían los antiguos para colocar en el número de los dioses o héroes a los
emperadores, emperatrices u otros mortales. Esta voz tiene el mismo sentido
entre los griegos, que el divus entre los latinos. Esta ceremonia, originaria
de Oriente, de donde pasó a los griegos y después a los romanos, estaba fundada
en la opinión de Pitágoras tomada de los caldeos, de que los hombres virtuosos
serían colocados después de su muerte en la clase de los dioses. La apoteosis
estuvo en uso entre los asirios, los persas, los egipcios, los griegos y los
romanos.
[3]
Norman Russell, The Doctrine of Deification in the Greek Patristic Tradition,
2004, pág. 6.
[4]
Ireneo, “Against Heresies”, en Alexander Roberts y James Donaldson, editores,
The Ante-Nicene Fathers: Translations of the Writings of the Father Down to
A.D. 325, 1977, Tomo I, pág. 526.
[6] San
Basilio el Grande, “On the Spirit”, en Philip Schaff y Henry Wace, editores, A
Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, 2ª
edición, 1994, Tomo VIII, pág. 16.
[7] Existen importantes diferencias
probables, así como semejanzas, entre el pensamiento de los padres de la
Iglesia y las enseñanzas de los Santos de los Últimos Días. Para un análisis de
las semejanzas y las diferencias entre la exaltación, tal como lo entienden los
Santos de los Últimos Días, y la comprensión de la ortodoxia griega actual
respecto a las declaraciones de los padres de la Iglesia sobre la deificación,
véase Jordan Vajda, “Partakers of the Divine Nature: A Comparative Analysis of
Patristic and Mormon Doctrines of Divinization”, Occasional Papers Series, Nº
3, 2002, disponible en maxwellinstitute.byu.edu.
[8]
Véase Vladimir Kharlamov, “Rhetorical Application of Theosis in Greek Patristic
Theology”, en Michael J. Christensen y Jeffery A. Wittung, editores, Partakers
of the Divine Nature: The History and Development of Deification in the
Christian Traditions, 2008, pág. 115.
[9]
Citado en Russell, Doctrine of Deification, pág. 1.
[10] Como dijo Justino Mártir, padre de la
Iglesia del siglo II: “Se nos ha enseñado que Él en el principio, por Su bondad
y por causa del hombre, creó todas las cosas de materia sin forma” (The First
Apology of Justin, en Roberts y Donaldson, Ante-Nicene Fathers, tomo 1, pág.
165; véase también Frances Young, “‘Creatio Ex Nihilo’: A Context for the
Emergence of the Christian Doctrine of Creation”, Scottish Journal of Theology,
tomo 44, n.º 1, 1991, págs. 139–151; Markus Bockmuehl, “Creation Ex Nihilo in
Palestinian Judaism and Early Christianity”, Scottish Journal of Theology, tomo
LXVI, Nº 3, 2012, págs. 253–270).
[11] Para más
información sobre el contexto del siglo II que concibió la creación ex nihilo,
véase Gerhard May, Creatio Ex Nihilo: The Doctrine of ‘Creation out of Nothing’
in Early Christian Thought, 2004.
[12] Véase Terryl
L. Givens, When Souls Had Wings: Pre-Mortal Existence in Western Thought, 2010.
[13] Hubo un resurgimiento menor de la
doctrina de la deificación en el cristianismo occidental generado por un grupo
de eruditos religiosos ingleses del siglo XVII denominado Cambridge Platonists.
(Véase Benjamin Whichcote, “The Manifestation of Christ and the
Deification of Man”, en C. A. Patrides, editor, The Cambridge Platonists, 1980,
pág. 70.)
[14] En “The Place of Theosis in Orthodox
Theology”, Andrew Louth describe la ortodoxia oriental centrada en un “arco
mayor que comprende desde la creación hasta la deificación”, y considera que
las teologías católica y protestante se han centrado en un “arco menor [y
parcial] que abarca desde la Caída hasta la redención”, excluyendo ese todo (en
Christensen y Wittung,Partakers of the Divine Nature, pág. 35).
[15] Westminster
Confession of Faith, capítulo 2, 1646. La
Confesión de Fe de Westminster fue redactada por la Asamblea de Westminster en
1646 como una norma para la doctrina, la adoración y el gobierno de la Iglesia
de Inglaterra, y su contenido ha definido la adoración de una serie de iglesias
protestante desde su redacción.
[16] Sobre las enseñanzas de José Smith
acerca del cuerpo de Dios, véase David L. Paulsen, “The Doctrine of Divine
Embodiment: Restoration, Judeo-Christian, and Philosophical Perspectives”, BYU
Studies, tomo XXXV, Nº 4, 1995–1996, págs. 13–39, disponible en
byustudies.byu.edu.
[17] Acerca de la profundidad de esta
metáfora, véase Terryl Givens y Fiona Givens, The God Who Weeps: How Mormonism
Makes Sense of Life, 2012.
[18] Véase Dallin H. Oaks, “No tendrás
dioses ajenos”, Liahona, noviembre de 2013; Russell M. Nelson, “La salvación y
la exaltación”, Liahona, mayo de 2008; véase también Artículos de Fe 1:3.
[19] José Smith, comentarios realizados
antes del 8 de agosto de 1839, en Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, editores,
The Words of Joseph Smith: The Contemporary Accounts of the Nauvoo Discourses
of the Prophet Joseph, 1980, pág. 9; disponible también en josephsmithpapers.org
(sólo disponible en inglés).
[20] Diario de Wilford Woodruff, 6 de abril
de 1844, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City.
[21] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés). Si bien el discurso de King Follett representa el análisis más
pormenorizado y conocido de José Smith sobre la naturaleza divina y la
exaltación, conviene notar que a causa del viento que hizo ese día y las
limitaciones inherentes a las técnicas de transcripción, no se puede tener la
certeza de cuáles fueron las palabras exactas o completas de José Smith durante
dicho sermón. Los relatos parciales de cuatro testigos y una publicación
temprana conforman un registro, si bien imperfecto, de lo que José Smith enseñó
en aquella ocasión, y de lo que sus enseñanzas nos permiten atisbar el sentido
de numerosos pasajes de las Escrituras. No obstante, el texto que ha
sobrevivido del sermón no está canonizado y no se debe considerar como una
norma de doctrina por sí misma. Para las relaciones de Willard Richards,
William Clayton, Thomas Bullock, Wilford Woodruff y la edición del 15 de agosto
de 1844 del Times and Seasons, véase “Accounts of the ‘King Follett Sermon’” en
el sitio web The Joseph Smith Papers (sólo disponible en inglés).
[22] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de Willard Richards, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés), ortografía actualizada.
[23] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés).
[24] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de Wilford Woodruff, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés), ortografía actualizada.
[25] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés).
[26] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de Thomas Bullock, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés).
[27] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de William Clayton, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés).
[28] Discurso, 7 de abril de 1844; relación
de Wilford Woodruff, disponible en josephsmithpapers.org (sólo disponible en
inglés).
[29] Eliza R. Snow,
Biography and Family Record of Lorenzo Snow, 1884, pág. 46. El verso pareado, que nunca ha sido
canonizado, se ha formulado de maneras ligeramente diferentes. Para
otras variantes, véase The Teachings of Lorenzo Snow, editado por Clyde J.
Williams, 1996, págs. 1–9.
[30] Don Lattin,
“Musings of the Main Mormon”, San Francisco Chronicle, 13 de abril de 1997;
véase también David Van Biema, “Kingdom Come”, Time, 4 de agosto de 1997, pág.
56.
[31] Publicado por primera vez como un
poema, éste más tarde se convirtió en un himno reconocido. (Eliza
R. Snow, “My Father in Heaven”, Times and Seasons, 15 de noviembre de 1845,
pág. 1039; “Oh mi Padre”, Himnos, Nº 187; véase también Jill Mulvay Derr, “The
Significance of ‘O My Father’ in the Personal Journey of Eliza R. Snow”, BYU
Studies, tomo XXXVI, Nº 1, 1996–1997, págs. 84–126, disponible en byustudies.byu.edu.) Acerca del
pensamiento de los Santos de los Últimos Días sobre la Madre Celestial, véase
David L. Paulsen y Martin Pulido, “‘A Mother There’: A Survey of Historical
Teachings about Mother in Heaven”, BYU Studies, tomo 50, n.º 1, 2011, págs.
70–97, disponible en byustudies.byu.edu.
[33] E. Theodore Mullen Jr., The
Assembly of the Gods: The Divine Council in Canaanite and Early Hebrew
Literature (Chico: Scholars Press, 1980), 228.
[34] Helmer Ringgren, The Faith of
Qumran: Theology of the Dead Sea Scrolls (New York: Crossroad, 1995), pp. 202.
[35] Para una presentación detallada de
esta teología, ver Mullen, The Divine Council in Canaanite and Early Hebrew
Literature , Lowell K. Handy, Among the Host of Heaven: The Syro-Palestinian
Pantheon as Bureaucracy (Winona Lake, Indiana: Eisenbrauns, 1994), y Julian
Morgenstern, "The Mythological Background of Psalm 82, Hebrew Union
College Annual 14 (1939): 29-98.]
[36] Elmer Smick, "Mythopoetic
Language in the Psalms," Westminster Theological Journal 44 (1982): 95.
[37] Véase “Mormons
in America—Certain in Their Beliefs, Uncertain of Their Place in Society”, Pew
Research, Religion and Public Life Project, 12 de enero de 2012, disponible en
pewforum.org.










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ResponderEliminarmuy esperanzador !!!
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